ACLARATORIA
Esta obra
del excelentísimo Señor José María Iraburu titulado “LA ADORACION EUCARISTICA”, expone de manera
sencilla, clara y concisa, lo relacionado a la Adoración Eucarística y al
Santísimo Sacramento del Altar, cuestión
esta que era mi propósito a los fines de divulgar dicha devoción. Con ello
contribuyo con mis amigos y allegados, con los cofrades y con todos aquellos
que tengan interés en conocer esta historia que para mi es verdaderamente
interesante e importante.
JOSE MARIA
IRABURU LARRETA (Pamplona, 1935) fue ordenado sacerdote el 23 de junio de 1963
en Pamplona, estudió en la Universidad
Pontificia de Salamanca. Sus primeros ministerios pastorales fueron en Talca,
Chile entre 1964 y 1969. Luego en 1972 se doctoró en Roma. Fue profesor de
Teología Espiritual en la Facultad de Teología del Norte de España en Burgos
entre 1973 y 2003, actividad que alternó con la predicación de retiros y
ejercicios en España y en Hispanoamérica, sobre todo en Chile, México y
Argentina. Por petición del cardenal Marcelo González Martín, junto con el
sacerdote José Rivera fallecido en 1991, cuyas
“Virtudes heroicas” (Venerable) fueron declaradas en octubre del 2015
por el Papa Francisco y cuyo proceso de beatificación está en marcha, inició en
Toledo en 1983 el Seminario Santa Leocadia para vocaciones de adultos.
Junto con
este compañero en el presbiterado escribió Espiritualidad católica. En 1988
constituyó la Fundación Gratis Date, además de ser confundador con los dos
sacerdotes Carmen Bellido y los matrimonios Iaurrieta-Galdiano e Iraburu-
Allegue. Colaboró con la Radio María desde 2004 con los programas “Liturgia de
la semana”, “Dame de beber”, “Luz y tinieblas” y “Tiempos de Espiritualidad”,
labor está que compagina con el blog Reforma o apostasía.
Sus
ocupaciones en la Archidiócesis de Pamplona actualmente son la de delegado del
Apostolado seglar asociado: como consiliario de la Adoración Nocturna Española,
delegado diocesano de los Congresos Eucarísticos Internacionales y capellán de
Religiosas Esclavas de Cristo Rey (Burlada).
Ha publicado
numerosas obras, entre las que se destacan, Caminos laicales de perfección, De
Cristo o del Mundo, El martirio de Cristo y de los cristianos, Hechos de los
apóstoles de América, El matrimonio en Cristo, Evangelio y utopía, y Sacralidad
y Secularización, entre otras.
NESTOR
GERMAN RODRIGUEZ, es Licenciado en Administración, nacido en Turmero-Estado
Aragua-Venezuela. Ha escrito mas de 100 libros,entre breves y largos, todos de manera digital y otro tanto igual de Recuerdos de su infancia a manera de cuentos infantiles sobre sus vivencias pueblerinas. Dentro de sus escritos nos
encontramos con temas religiosos como LA CASA DE DIOS, sobre San Benito Abad.
IGLESIAS Y CAPILLAS DE MI PUEBLO, TESTIMONIO DE UN PEREGRINO EN JERUSALEN. Ha
publicado en su blog dos libros, EL ESPIRITU SANTO Y LA INTIMIDAD CON JESUS ambos
del Arzobispo Luis M. Martínez. Tambiém otra recopilación titulada EL REINO DE LOS CIELOS. Ahora ha editado este tercero LA ADORACION
EUCARISTICA (SANTISIMO SACRAMENTO DEL ALTAR) de José María Iraburu.
ÍNDICE
I.-LA
ADORACION EUCARISTICA
A. HISTORIA
1. Centralidad de la Eucaristía, 2.
-Reserva de la Eucaristía, 3. -La adoración eucarística dentro de la Misa, 4.
-Primeras manifestaciones del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, 5.
-Aversión y devoción en el siglo XIII, 6 -Santa Juliana de Mont- Cornillon y la
fiesta del Corpus Christi, 7. -Celebración del Corpus y exposiciones del
Santísimo, 8. Las Cofradías eucarísticas, 9. -La piedad eucarística en el
pueblo católico, 10. -Congregaciones religiosas, 11. -Congresos eucarísticos,
12. -La piedad eucarística en otras confesiones cristianas.
B. DOCTRINA
ESPIRITUAL
13.- Maestros espirituales de la
devoción a la Eucaristía, 14.-Frutos de la piedad eucarística, 15.
-¿Deficiencias en la devoción eucarística?, 16. -Hubo deficiencias, 17.
-Deficiencias del lenguaje piadoso, 18. -Deficiencias históricas, 19.
-Renovación actual de la piedad eucarística, 20. -Diversas modalidades de la
presencia de Cristo en su Iglesia, 21. -El fundamento primero de la adoración,
22. -Sacrificio y Sacramento, 23. -Devoción eucarística y comunión, 24.
-Adoración eucarística y vida espiritual, 25. -Adoración y ofrenda personal,
26. -Adoración y súplica, 27. -Adoremos a Cristo, presente en la Eucaristía,
28. -Sagrarios dignos en iglesias abiertas, 29. -Devoción eucarística y esperanza
escatológica, 30. -Los sacerdotes y la adoración eucarística, 31. -La devoción
eucarística después del Vaticano II, 32. -Secularización o sacralidad.
II.-LA
ADORACION NOCTURNA
C. HERMANN
COHEN, FUNDADOR
33.- Hermann Cohen, 34. -Una
conversión eucarística, 35. -Proyecto de Hermann aprobado por Mons. de la
Bouillerie, 36. -Nace la Adoración Nocturna, 37. -Obra providencial para
tiempos duros de la Iglesia, 38. -Primeras vigilias de la Adoración Nocturna,
39. -El padre Hermann, carmelita, 40. -El apóstol de la Eucaristía, 41.
-Jesucristo es hoy la Eucaristía.
D. LA
ADORACION NOCTURNA
42.- Las vigilias de la antigüedad,
primer precedente de la AN, 43. -Otros precedentes, 44. -La Adoración Nocturna
en España, 45. -La Adoración Nocturna en el mundo, 46. -Naturaleza de la
Adoración Nocturna, 47. -Fines principales, 48. -Fines complementarios, 49.
-Vigilias mensuales, 50. -Espíritu, 51. -En 1848, hace ciento cincuenta años,
52. -Dios lo quiere.
E. LAS
VIGILIAS MENSUALES
53.-Importancia del Manual de la Adoración
Nocturna, 54. -La Liturgia de las Horas, 55. -Esquema de una vigilia, 56.
-Reunión previa, 57. -Rosario y confesiones, 58. -Vísperas, 59. -Celebración de
la Eucaristía, 60. -Oración de presentación de adoradores, 61. -Turnos de vela,
62. -Laudes, 63. -Bendición final. -
BIBLIOGRAFIA
APENDICE
AGREGADO POR EL EDITOR:
EXTRACTO DEL MANUAL DE FORMACION DE
COFRADES Y COFRADIAS DE LA UNION DIOCESANA DE COFRADIAS DEL SANTISIMO
SACRAMENTO. DIOCESIS DE MARACAY-ARAGUA-VENEZUELA.
1.
Centralidad de la Eucaristía
Desde el principio del cristianismo,
la Eucaristía es la fuente, el centro y el culmen de toda la vida de la
Iglesia. Como memorial de la pasión y de la resurrección de Cristo Salvador,
como sacrificio de la Nueva Alianza, como cena que anticipa y prepara el
banquete celestial, como signo y causa de la unidad de la Iglesia, como
actualización perenne del Misterio pascual, como Pan de vida eterna y Cáliz de
salvación, la celebración de la Eucaristía es el centro indudable del
cristianismo.
Normalmente, la Misa al principio se
celebra sólo el domingo, pero ya en los siglos III y IV se generaliza la Misa
diaria.
La devoción antigua a la Eucaristía
lleva en algunos momentos y lugares a celebrarla en un solo día varias veces.
San León III (+816) celebra con frecuencia siete y aún nueve en un mismo día.
Varios concilios moderan y prohíben estas prácticas excesivas. Alejandro II
(+1073) prescribe una Misa diaria: «muy feliz ha de considerarse el que pueda
celebrar dignamente una sola Misa» cada día.
2.
Reserva de la Eucaristía
En los siglos primeros, a causa de
las persecuciones y al no haber templos, la conservación de las especies
eucarísticas se hace normalmente en forma privada, y tiene por fin la comunión
de los enfermos, presos y ausentes.
Esta reserva de la Eucaristía, al
cesar las persecuciones, va tomando formas externas cada vez más solemnes.
Las Constituciones apostólicas -hacia
el 400- disponen ya que, después de distribuir la comunión, las especies sean
llevadas a un sacrarium. El sínodo de Verdun, del siglo VI, manda guardar la
Eucaristía «en un lugar eminente y honesto, y si los recursos lo permiten, debe
tener una lámpara permanentemente encendida». Las píxides de la antigüedad eran
cajitas preciosas para guardar el pan eucarístico. León IV (+855) dispone que
«solamente se pongan en el altar las reliquias, los cuatro evangelios y la
píxide con el Cuerpo del Señor para el viático de los enfermos».
Estos signos expresan la veneración
cristiana antigua al cuerpo eucarístico del Salvador y su fe en la presencia
real del Señor en la Eucaristía. Todavía, sin embargo, la reserva eucarística
tiene como fin exclusivo la comunión de enfermos y ausentes; pero no el culto a
la Presencia real.
3.
La adoración eucarística
dentro de la Misa
Ha de advertirse, sin embargo, que ya
por esos siglos el cuerpo de Cristo recibe de los fieles, dentro de la misma
celebración eucarística, signos claros de adoración, que aparecen prescritos en
las antiguas liturgias. Especialmente antes de la comunión -Sancta santis, lo
santo para los santos-, los fieles realizan inclinaciones y postraciones:
«San Agustín decía: "nadie coma
de este cuerpo, si primero no lo adora", añadiendo que no sólo no pecamos
adorándolo, sino que pecamos no adorándolo» (Pío XII, Mediator Dei 162).
Por otra parte, la elevación de la
hostia, y más tarde del cáliz, después de la consagración, suscita también la
adoración interior y exterior de los fieles. Hacia el 1210 la prescribe el
obispo de París, antes de esa fecha es practicada entre los cistercienses, y a fines
del siglo XIII es común en todo el Occidente. En nuestro siglo, en 1906, San
Pío X, «el papa de la Eucaristía», concede indulgencias a quien mire
piadosamente la hostia elevada, diciendo «Señor mío y Dios mío» (Jungmann
II,277-291).
4.
Primeras manifestaciones
del culto a la Eucaristía fuera de la Misa
La adoración de Cristo en la misma
celebración del Sacrificio eucarístico es vivida, como hemos dicho, desde el
principio. Y la adoración de la Presencia real fuera de la Misa irá
configurándose como devoción propia a partir del siglo IX, con ocasión de las
controversias eucarísticas. Por esos años, al simbolismo de un Ratramno, se
opone con fuerza el realismo de un Pascasio Radberto, que acentúa la presencia
real de Cristo en la Eucaristía, no siempre en términos exactos.
Conflictos teológicos análogos se
producen en el siglo XI. La Iglesia reacciona con prontitud y fuerza unánime
contra el simbolismo eucarístico de Berengario de Tours (+1088). Su doctrina es
impugnada por teólogos como Anselmo de Laón (+1117) o Guillermo de Champeaux
(+1121), y es inmediatamente condenada por un buen número de Sínodos (Roma,
Vercelli, París, Tours), y sobre todo por los Concilios Romanos de 1059 y de
1079 (Dz 690 y 700).
En efecto, el pan y el vino, una vez
consagrados, se convierten «substancialmente en la verdadera, propia y
vivificante carne y sangre de Jesucristo, nuestro Señor». Por eso en el
Sacramento está presente totus Christus, en alma y cuerpo, como hombre y como
Dios.
Estas enérgicas afirmaciones de la fe
van acrecentando más y más en el pueblo la devoción a la Presencia real.
Veamos algunos ejemplos. A fines del
siglo IX, la Regula solitarium establece que los ascetas reclusos, que viven en
lugar anexo a un templo, estén siempre por su devoción a la Eucaristía en la
presencia de Cristo. En el siglo XI, Lanfranco, arzobispo de Canterbury,
establece una procesión con el Santísimo en el domingo de Ramos. En ese mismo
siglo, durante las controversias con Berengario, en los monasterios
benedictinos de Bec y de Cluny existe la costumbre de hacer genuflexión ante el
Santísimo Sacramento y de incensarlo. En el siglo XII, la Regla de los reclusos
prescribe: «orientando vuestro pensamiento hacia la sagrada Eucaristía, que se
conserva en el altar mayor, y vueltos hacia ella, adoradla diciendo de
rodillas: "¡salve, origen de nuestra creación!, ¡salve, precio de nuestra
redención!, ¡salve, viático de nuestra peregrinación!, ¡salve, premio esperado
y deseado!"».
En todo caso, conviene recordar que
«la devoción individual de ir a orar ante el sagrario tiene un precedente
histórico en el monumento del Jueves Santo a partir del siglo XI, aunque ya el
Sacramentario Gelasiano habla de la reserva eucarística en este día... El
monumento del Jueves Santo está en la prehistoria de la práctica de ir a orar
individualmente ante el sagrario, devoción que empieza a generalizarse a
principios del siglo XIII» (Olivar 192).
5.
Aversión y devoción en el
siglo XIII
Por esos tiempos, sin embargo, no
todos participan de la devoción eucarística, y también se dan casos horribles
de desafección a la Presencia real. Veamos, a modo de ejemplo, la infinita
distancia que en esto se produce entre cátaros y franciscanos. Cayetano Esser,
franciscano, describe así el mundo de los primeros:
«En aquellos tiempos, el ataque más
fuerte contra el Sacramento del Altar venía de parte de los cátaros [muy
numerosos en la zona de Asís]. Empecinados en su dualismo doctrinal, rechazaban
precisamente la Eucaristía porque en ella está siempre en íntimo contacto el
mundo de lo divino, de lo espiritual, con el mundo de lo material, que, al ser
tenido por ellos como materia nefanda (indigna), debía ser despreciado. Por
oportunismo, conservaban un cierto rito de la fracción del pan, meramente
conmemorativo. Para ellos, el sacrificio mismo de Cristo no tenía ningún
sentido.
«Otros herejes declaraban hasta
malvado este sacramento católico. Y se había extendido un movimiento de opinión
que rehusaba la Eucaristía, juzgando impuro todo lo que es material y
proclamando que los "verdaderos cristianos" deben vivir del
"alimento celestial".
«Teniendo en cuenta este ambiente, se
comprenderá por qué, precisamente en este tiempo, la adoración de la sagrada
hostia, como reconocimiento de la presencia real, venía a ser la señal
distintiva más destacada de los auténticos verdaderos cristianos. El culto de
adoración de la Eucaristía, que en adelante irá tomando formas múltiples, tiene
aquí una de sus raíces más profundas. Por el mismo motivo, el problema de la
presencia real vino a colocarse en el primer plano de las discusiones
teológicas, y ejerció también una gran influencia en la elaboración del rito de
la Misa.
«Por otra parte, las decisiones del
Concilio de Letrán [IV: 1215] nos descubren los abusos de que tuvo que ocuparse
entonces la Iglesia. El llamado Anónimo de Perusa es a este respecto de una
claridad espantosa: sacerdotes que no renovaban al tiempo debido las hostias
consagradas, de forma que se las comían los gusanos; o que dejaban a propósito
caer a tierra el cuerpo y la sangre del Señor, o metían el Sacramento en
cualquier cuarto, y hasta lo dejaban colgado en un árbol del jardín; al visitar
a los enfermos, se dejaban allí la píxide y se iban a la taberna; daban la
comunión a los pecadores públicos y se la negaban a gentes de buena fama; celebraban
la santa Misa llevando una vida de escándalo público», etc. (Temi spirituali,
Biblioteca Francescana, Milán 1967, 281-282; +D. Elcid, Clara de Asís, BAC pop.
31, Madrid 1986, 193-195).
Frente a tales degradaciones, se
producen en esta época grandes avances de la devoción eucarística. Entre otros
muchos, podemos considerar el testimonio impresionante de san Francisco de Asís
(1182-1226). Poco antes de morir, en su Testamento, pide a todos sus hermanos
que participen siempre de la inmensa veneración que él profesa hacia la
Eucaristía y los sacerdotes:
«Y lo hago por este motivo: porque en
este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su
santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y sólo ellos
administran a los demás. Y quiero que estos santísimos misterios sean honrados
y venerados por encima de todo y colocados en lugares preciosos» (10-11;
+Admoniciones 1: El Cuerpo del Señor).
Esta devoción eucarística, tan fuerte
en el mundo franciscano, también marca una huella muy profunda, que dura hasta
nuestros días, en la espiritualidad de las clarisas. En la Vida de santa Clara
(+1253), escrita muy pronto por el franciscano Tomás de Celano (hacia 1255), se
refiere un precioso milagro eucarístico. Asediada la ciudad de Asís por un
ejército invasor de sarracenos, son éstos puestos en fuga en el convento de San
Damián por la virgen Clara:
«Ésta, impávido el corazón, manda,
pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la coloquen frente a los
enemigos, llevando ante sí la cápsula de plata, encerrada en una caja de
marfil, donde se guarda con suma devoción el Cuerpo del Santo de los Santos».
De la misma cajita le asegura la voz del Señor: "yo siempre os
defenderé", y los enemigos, llenos de pánico, se dispersan» (Legenda santæ
Claræ 21).
La iconografía tradicional representa
a Santa Clara de Asís con una custodia en la mano.
6.
Santa Juliana de
Mont-Cornillon y la fiesta del Corpus Christi
El profundo sentimiento
cristocéntrico, tan característico de esta fase de la Edad Media, no puede
menos de orientar el corazón de los fieles hacia el Cristo glorioso, oculto y
manifiesto en la Eucaristía, donde está realmente presente. Así lo hemos
comprobado en el ejemplo de franciscanos y clarisas. Es ahora, efectivamente,
hacia el 1200, cuando, por obra del Espíritu Santo, la devoción al Cristo de la
Eucaristía va a desarrollarse en el pueblo cristiano con nuevos impulsos
decisivos.
A partir del año 1208, el Señor se
aparece a santa Juliana (1193-1258), primera abadesa agustina de Mont-Cornillon,
junto a Lieja. Esta religiosa es una enamorada de la Eucaristía, que, incluso
físicamente, encuentra en el pan del cielo su único alimento. El Señor inspira
a santa Juliana la institución de una fiesta litúrgica en honor del Santísimo
Sacramento. Por ella los fieles se fortalecen en el amor a Jesucristo, expían
los pecados y desprecios que se cometen con frecuencia contra la Eucaristía, y
al mismo tiempo contrarrestan con esa fiesta litúrgica las agresiones
sacrílegas cometidas contra el Sacramento por cátaros, valdenses,
petrobrusianos, seguidores de Amaury de Bène, y tantos otros.
Bajo el influjo de estas visiones, el
obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, instituye en 1246 la fiesta del Corpus.
Hugo de Saint-Cher, dominico, cardenal legado para Alemania, extiende la fiesta
a todo el territorio de su legación. Y poco después, en 1264, el papa Urbano
IV, antiguo arcediano de Lieja, que tiene en gran estima a la santa abadesa
Juliana, extiende esta solemnidad litúrgica a toda la Iglesia latina mediante
la bula Transiturus. Esta carta magna del culto eucarístico es un himno a la
presencia de Cristo en el Sacramento y al amor inmenso del Redentor, que se
hace nuestro pan espiritual.
Es de notar que en esta Bula romana
se indican ya los fines del culto eucarístico que más adelante serán señalados
por Trento, por la Mediator Dei de Pío XII o por los documentos pontificios más
recientes: 1) reparación, «para confundir la maldad e insensatez de los
herejes»; 2) alabanza, «para que clero y pueblo, alegrándose juntos, alcen
cantos de alabanza»; 3) servicio, «al servicio de Cristo»; 4) adoración y
contemplación, «adorar, venerar, dar culto, glorificar, amar y abrazar el
Sacramento excelentísimo»; 5) anticipación del cielo, «para que, pasado el
curso de esta vida, se les conceda como premio» (DSp IV, 1961, 1644).
La nueva devoción, sin embargo, ya en
la misma Lieja, halla al principio no pocas oposiciones. El cabildo
catedralicio, por ejemplo, estima que ya basta la Misa diaria para honrar el
cuerpo eucarístico de Cristo. De hecho, por una serie de factores adversos, la
bula de 1264 permanece durante cincuenta años como letra muerta.
Prevalece, sin embargo, la voluntad
del Señor, y la fiesta del Corpus va siendo aceptada en muchos lugares:
Venecia, 1295; Wurtzburgo, 1298; Amiens, 1306; la orden del Carmen, 1306; etc.
Los títulos que recibe en los libros litúrgicos son significativos: dies o
festivitas eucharistiæ, festivitas Sacramenti, festum, dies, sollemnitas
corporis o de corpore domini nostri Iesu Christi, festum Corporis Christi,
Corpus Christi, Corpus...
El concilio de Vienne, finalmente, en
1314, renueva la bula de Urbano IV. Diócesis y órdenes religiosas aceptan la
fiesta del Corpus, y ya para 1324 es celebrada en todo el mundo cristiano.
7. Celebración del Corpus y exposiciones del Santísimo
La celebración del Corpus implica ya
en el siglo XIII una procesión solemne, en la que se realiza una «exposición
ambulante del Sacramento» (Olivar 195). Y de ella van derivando otras
procesiones con el Santísimo, por ejemplo, para bendecir los campos, para
realizar determinadas rogativas, etc.
Por otra parte, «esta presencia
palpable, visible, de Dios, esta inmediatez de su presencia, objeto singular de
adoración, produjo un impacto muy notable en la mentalidad cristiana occidental
e introdujo nuevas formas de piedad, exigiendo rituales nuevos y creando la
literatura piadosa correspondiente. En el siglo XIV se practicaba ya la
exposición solemne y se bendecía con el Santísimo. Es el tiempo en que se
crearon los altares y las capillas del santísimo Sacramento» (Id. 196).
Las exposiciones mayores se van
implantando en el siglo XV, y siempre la patria de ellas «es la Europa central.
Alemania, Escandinavia y los Países Bajos fueron los centros de difusión de las
prácticas eucarísticas, en general» (Id. 197). Al principio, colocado sobre el
altar el Sacramento, es adorado en silencio. Poco a poco va desarrollándose un
ritual de estas adoraciones, con cantos propios, como el Ave verum Corpus natum
ex Maria Virgine, muy popular, en el que tan bellamente se une la devoción
eucarística con la mariana.
La exposición del Santísimo recibe
una acogida popular tan entusiasta que ya hacia 1500 muchas iglesias la
practican todos los domingos, normalmente después del rezo de las vísperas -tradición
que hoy perdura, por ejemplo, en los monasterios benedictinos de la
congregación de Solesmes-. La costumbre, y también la mayoría de los rituales, prescriben
arrodillarse en la presencia del Santísimo.
En los comienzos, el Santísimo se
mantenía velado tanto en las procesiones como en las exposiciones eucarísticas.
Pero la costumbre y la disciplina de la Iglesia van disponiendo ya en el siglo
XIV la exposición del cuerpo de Cristo «in cristallo» o «in pixide cristalina».
8.
Las Cofradías eucarísticas
Con el fin de que nunca cese el culto
de fe, amor y agradecimiento a Cristo, presente en la Eucaristía, nacen las
Cofradías del Santísimo Sacramento, que «se desarrollan antes, incluso, que la
festividad del Corpus Christi. La de los Penitentes grises, en Avignon se
inicia en 1226, con el fin de reparar los sacrilegios de los albigenses; y sin
duda no es la primera» (Bertaud 1632). Con unos u otros nombres y modalidades,
las Cofradías Eucarísticas se extienden ya a fin del siglo XIII por la mayor
parte de Europa.
Estas Cofradías aseguran la adoración
eucarística, la reparación por las ofensas y desprecios contra el Sacramento,
el acompañamiento del Santísimo cuando es llevado a los enfermos o en
procesión, el cuidado de los altares y capillas del Santísimo, etc.
Todas estas hermandades, centradas en
la Eucaristía, son agregadas en una archicofradía del Santísimo Sacramento por
Paulo III en la Bula Dominus noster Jesus Cristus, en 1539, y tienen un influjo
muy grande y benéfico en la vida espiritual del pueblo cristiano. Algunas, como
la Compañía del Santísimo Sacramento, fundada en París en 1630, llegaron a
formar escuelas completas de vida espiritual para los laicos.
Su fundador fue el Duque de
Ventadour, casado con María Luisa de Luxemburgo. En 1629, ella ingresa en el
Carmelo y él toma el camino del sacerdocio (E. Levesque, DSp II, 1301-1305).
Las Asociaciones y Obras eucarísticas
se multiplican en los últimos siglos: la Guardia de Honor, la Hora Santa, los jueves
sacerdotales, la Cruzada eucarística, etc.
Atención especial merece hoy, por su
difusión casi universal en la Iglesia Católica, la Adoración Nocturna. Aunque
tiene varios precedentes, como más tarde veremos, en su forma actual procede de
la asociación iniciada en París por Hermann Cohen el 6 de diciembre de 1848,
hace, pues, ciento cincuenta años.
9.
La piedad eucarística en
el pueblo católico
Los últimos ocho siglos de la
historia de la Iglesia suponen en los fieles católicos un crescendo notable en
la devoción a Cristo, presente en la Eucaristía.
En efecto, a partir del siglo XIII,
como hemos visto, la devoción al Sacramento se va difundiendo más y más en el
pueblo cristiano, haciéndose una parte integrante de la piedad católica común.
Los predicadores, los párrocos en sus comunidades, las Cofradías del Santísimo
Sacramento, impulsan con fuerza ese desarrollo devocional.
En el crecimiento de la piedad
eucarística tiene también una gran importancia la doctrina del concilio de
Trento sobre la veneración debida al Sacramento (Dz 882. 878. 888/1649.
1643-1644. 1656). Por ella se renuevan devociones antiguas y se impulsan otras
nuevas.
La adoración eucarística de las
Cuarenta horas, por ejemplo, tiene su origen en Roma, en el siglo XIII. Esta
costumbre, marcada desde su inicio por un sentido de expiación por el pecado
-cuarenta horas permanece Cristo en el sepulcro-, recibe en Milán durante el
siglo XVI un gran impulso a través de San Antonio María Zaccaria (+1539) y de
San Carlos Borromeo después (+1584). Clemente VIII, en 1592, fija las normas
para su realización. Y Urbano VIII (+1644) extiende esta práctica a toda la
Iglesia.
La procesión eucarística de «la
Minerva», que solía realizarse en las parroquias los terceros domingos de cada
mes, procede de la iglesia romana de Santa Maria sopra Minerva.
Las devociones eucarísticas, que
hemos visto nacer en centro Europa, arraigan de modo muy especial en España,
donde adquieren expresiones de gran riqueza estética y popular, como los seises
de Sevilla o el Corpus famoso de Toledo. Y de España pasan a Hispanoamérica, donde
reciben formas extremadamente variadas y originales, tanto en el arte como en
el folclore religioso: capillas barrocas del Santísimo, procesiones festivas,
exposiciones monumentales, bailes y cantos, poesías y obras de teatro en honor
de la Eucaristía.
El culto a la Eucaristía fuera de la
Misa llega, en fin, a integrar la piedad común del pueblo cristiano. Muchos
fieles practican diariamente la visita al Santísimo. En las parroquias, con el
rosario, viene a ser común la Hora santa, la exposición del Santísimo diaria o
semanal, por ejemplo, en los Jueves eucarísticos.
El arraigo devocional de las visitas
al Santísimo puede comprobarse por la abundantísima literatura piadosa que
ocasiona. Por ejemplo, entre los primeros escritos de san Alfonso María de Ligorio
(+1787) está Visite al SS. Sacramento e a Maria SS.ma, de 1745. En vida del
santo este librito alcanza 80 ediciones y es traducido a casi todas las lenguas
europeas. Posteriormente ha tenido más de 2.000 ediciones y reimpresiones.
En los siglos modernos, hasta hoy, la
piedad eucarística cumple una función providencial de la máxima importancia:
confirmando diariamente la fe de los católicos en la amorosa presencia real de
Jesús resucitado, les sirve de ayuda decisiva para vencer la frialdad del jansenismo,
las tentaciones deístas de un iluminismo desencarnado o la actual
horizontalidad inmanentista de un secularismo generalizado.
10.
Congregaciones religiosas
Institutos especialmente centrados en
la veneración de la Eucaristía hay muy antiguos, como los monjes blancos o
hermanos del Santo Sacramento, fundados en 1328 por el cisterciense (monje)
Andrés de Paolo. Pero estas fundaciones se producen sobre todo a partir del
siglo XVII, y llegan a su mayor número en el siglo XIX.
«No es exagerado decir que el conjunto
de las congregaciones fundadas en el siglo XIX -adoratrices, educadoras o
misioneras- profesa un culto especial a la Eucaristía: adoración perpetua,
largas horas de adoración común o individual, ejercicios de devoción ante el
Santísimo Sacramento expuesto, etc.» (Bertaud 1633).
Recordaremos aquí únicamente, a modo
de ejemplo, a los Sacerdotes y a las Siervas del Santísimo Sacramento, fundados
por san Pedro-Julián Eymard (+1868) en 1856 y 1858, dedicados al apostolado
eucarístico y a la adoración perpetua. Y a las Adoratrices, siervas del
Santísimo Sacramento y de la caridad, fundadas en 1859 por santa Micaela María
del Santísimo Sacramento (+1865), que escribe en una ocasión:
«Estando en la guardia del
Santísimo... me hizo ver el Señor las grandes y especiales gracias que desde
los Sagrarios derrama sobre la tierra, y además sobre cada individuo, según la
disposición de cada uno... y como que las despide de Sí en favor de los que las
buscan» (Autobiografía 36,9).
Es en estos años, en 1848, como ya
vimos, cuando Hermann Cohen inicia en París la Adoración Nocturna.
En el siglo XX son también muchos los
institutos que nacen con una acentuada devoción eucarística. En España, por
ejemplo, podemos recordar los fundados por el venerable Manuel González, obispo
(1887-1940): las Marías de los Sagrarios, las Misioneras eucarísticas de
Nazaret, etc. En Francia, los Hermanitos y Hermanitas de Jesús, derivados de
Charles de Foucauld (1858-1916) y de René Voillaume. También las Misioneras de
la Caridad, fundadas por la madre Teresa de Calcuta, se caracterizan por la
profundidad de su piedad eucarística. En éstos y en otros muchos institutos, la
Misa y la adoración del Santísimo forman el centro vivificante de cada día.
11.
Congresos eucarísticos
Émile Tamisier (1843-1910), siendo
novicia, deja las Siervas del Santísimo Sacramento para promover en el siglo la
devoción eucarística. Lo intenta primero en forma de peregrinaciones, y más
tarde en la de congresos. Éstos serán diocesanos, regionales o internacionales.
El primer congreso eucarístico internacional se celebra en Lille en 1881, y
desde entonces se han seguido celebrando ininterrumpidamente hasta nuestros
días.
12.
La piedad eucarística en otras confesiones
cristianas
Ya hemos aludido a algunas posiciones
antieucarísticas producidas entre los siglos IX y XIII. Pues bien, en la
primera mitad del siglo XVI resurge la cuestión con los protestantes y por eso
el concilio de Trento, en 1551, se ve obligado a reafirmar la fe católica
frente a ellos, que la niegan:
«Si alguno dijere que, acabada la
consagración de la Eucaristía, no se debe adorar con culto de latría, aun
externo, a Cristo, unigénito Hijo de Dios, y que por tanto no se le debe
venerar con peculiar celebración de fiesta, ni llevándosele solemnemente en
procesión, según laudable y universal rito y costumbre de la santa Iglesia, o
que no debe ser públicamente expuesto para ser adorado, y que sus adoradores
son idólatras, sea anatema (maldición)» (Dz 888/1656).
El anglicanismo, sin embargo,
reconoce en sus comienzos la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Y
aunque pronto sufre en este tema influjos luteranos y calvinistas, conserva
siempre más o menos, especialmente en su tendencia tradicional, un cierto culto
de adoración (Bertaud 1635). El acuerdo anglicano-católico sobre la teología
eucarística, de septiembre de 1971, es un testimonio de esta proximidad
doctrinal («Phase» 12, 1972, 310-315). En todo caso, el mundo protestante
actual, en su conjunto, sigue rechazando el culto eucarístico.
En nuestro tiempo, estas posiciones
protestantes han afectado a una buena parte de los llamados católicos
progresistas, haciendo necesaria la encíclica Mysterium fidei (1965) de Pablo
VI:
En referencia a la Eucaristía, no se
puede «insistir tanto en la naturaleza del signo sacramental como si el
simbolismo, que ciertamente todos admiten en la sagrada Eucaristía, expresase
exhaustivamente el modo de la presencia de Cristo en este sacramento. Ni se
puede tampoco discutir sobre el misterio de la transustanciación sin referirse
a la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo y
de toda la sustancia del vino en su sangre, conversión de la que habla el
concilio de Trento, de modo que se limitan ellos tan sólo a lo que llaman
transignificación y transfinalización. Como tampoco se puede proponer y aceptar
la opinión de que en las hostias consagradas, que quedan después de celebrado
el santo sacrificio, ya no se halla presente nuestro Señor Jesucristo» (4).
Las Iglesias de Oriente, en fin,
todas ellas, promueven en sus liturgias un sentido muy profundo de adoración de
Cristo en la misma celebración del Misterio sagrado. Pero fuera de la Misa, el
culto eucarístico no ha sido asumido por las Iglesias orientales separadas de
Roma, que permanecen fijas en lo que fueron usos universales durante el primer
milenio cristiano. Sí en cambio por las Iglesias orientales que viven la
comunión católica (+Mysterium fidei 41). En ellas, incluso, hay también
institutos religiosos especialmente destinados a esta devoción, como las Hermanas
eucarísticas de Salónica (Bertaud 1634-1635).
13. Maestros espirituales de la
devoción a la Eucaristía
El más grande teólogo de la devoción
a la Eucaristía es santo Tomás de Aquino (1224-1274). Según datos históricos
exactos, sabemos que santo Tomás era en su comunidad dominica «el primero en
levantarse por la noche, e iba a postrarse ante el Santísimo Sacramento. Y
cuando tocaban a maitines, antes de que formasen fila los religiosos para ir a
coro, se volvía sigilosamente a su celda para que nadie lo notase. El Santísimo
Sacramento era su devoción predilecta. Celebraba todos los días, a primera hora
de la mañana, y luego oía otra misa o dos, a las que servía con frecuencia» (S.
Ramírez, Suma Teológica, BAC 29, 1957,57*).
Él compuso, por encargo del Papa, el
maravilloso texto litúrgico del Oficio del Corpus: Pange lingua, Sacris
solemniis, Lauda Sion, etc (+Sisto Terán, Santo Tomás, poeta del Santísimo
Sacramento, Univ. Católica, Tucumán 1979). La tradición iconográfica suele
representarle con el sol de la Eucaristía en el pecho. Un cuadro de Rubens, en
el Prado, «la procesión del Santísimo Sacramento», presenta, entre varios
santos, a santa Clara con la custodia, y junto a ella a santo Tomás,
explicándole el Misterio. Sobre la tumba de éste, en Toulouse, en la iglesia de
san Fermín, una estatua le representa teniendo en la mano derecha el Santísimo
Sacramento.
Desde el siglo XIII, los grandes
maestros espirituales han enseñado siempre la relación profunda que existe entre
la Eucaristía -celebrada y adorada- y la configuración progresiva a Jesucristo.
Recordaremos sólo a algunos.
Guiard de Laon, el doctor
eucarístico, relacionado con Juliana de Mont-Cornillon y el movimiento
eucarístico de Lieja, publica hacia 1222 De XII fructibus venerabilis
sacramenti. San Buenaventura (+1274) expresa su franciscana devoción
eucarística en De sanctissimo corpore Christi, partiendo de los seis grandes
símbolos eucarísticos anticipados en el Antiguo Testamento. El franciscano
Roger Bacon (+1294), la terciaria franciscana santa Ángela de Foligno (+1309),
los dominicos Jean Taulero (+1361) y Enrique Suso (+1365), el canciller de la
universidad de París, Jean Gerson (+1429), Dionisio el cartujano, el doctor
extático (+1471), se distinguen también por la centralidad de la devoción
eucarística en su espiritualidad. La Devotio moderna, tan importante en la
espiritualidad de los siglos XIV y XV, es también netamente eucarística.
Podemos comprobarlo, por ejemplo, en el libro IV de la Imitación de Cristo, De
Sacramento Corporis Christi.
Esta relación de maestros
espirituales acentuadamente eucarísticos podría alargarse hasta nuestro tiempo.
Pero aquí solamente haremos mención especial de algunos santos de los últimos
siglos.
En el XVI, pocos hacen tanto por
difundir entre el pueblo cristiano el amor al Sacramento como san Ignacio de
Loyola (1491-1556). En seguida de su conversión, estando en Manresa
(1522-1523), en la Misa, «alzándose el Corpus Domini, vio con los ojos
interiores... vio con el entendimiento claramente cómo estaba en aquel
Santísimo Sacramento Jesucristo nuestro Señor» (Autobiografía, 29).
Recordemos también las visiones que
tiene de la divina Trinidad, con tantas lágrimas, en la celebración de la Misa,
y «acabando la Misa», al «hacer oración al Corpus Domini», estando en el «lugar
del Santísimo Sacramento» (Diario espiritual 34: 6-III-1544).
No es extraño, pues, que san Ignacio
fomentara tanto en el pueblo la devoción a la Eucaristía. Así lo hizo,
concretamente, con sus paisanos de Azpeitia. En efecto, cuando Paulo III, en
1539, aprueba con Bula la Cofradía del Santísimo Sacramento fundada por el
dominico Tomás de Stella en la iglesia dominicana de la Minerva, San Ignacio se
apresura a comunicar esta gracia a los de Azpeitia, y en 1540 les escribe:
«ofreciéndose una gran obra, que Dios N. S. ha hecho por un fraile dominico,
nuestro muy grande amigo y conocido de muchos años, es a saber, en honor y
favor del santísimo Sacramento, determiné de consolar y visitar vuestras ánimas
in Spiritu Sancto con esa Bula que el señor bachiller [Antonio Araoz] lleva»
(VIII/IX-1540). Los jesuitas, fieles a este carisma original, serán después
unos de los mayores difusores de la piedad eucarística, por las Congregaciones
Marianas y por muchos otros medios, como el Apostolado de la Oración.
Santa Teresa de Jesús (1515-1582), en
el mismo siglo, tiene también una vida espiritual muy centrada en el Santísimo
Sacramento. Ella, que tenía especial devoción a la fiesta del Corpus (Vida
30,11), refiere que en medio de sus tentaciones, cansancios y angustias,
«algunas veces, y casi de ordinario, al menos lo más continuo, en acabando de
comulgar descansaba; y aun algunas, en llegando a él Sacramento, luego a la
hora quedaba tan buena, alma y cuerpo, que yo me espanto» (30,14).
Confiesa con frecuencia su asombro
enamorado ante la Majestad infinita de Dios, hecha presente en la humildad
indecible de una hostia pequeña: «y muchas veces quiere el Señor que le vea en
la Hostia» (38,19). «Harta misericordia nos hace a todos, que quiere entienda
[el alma] que es Él el que está en el Santísimo Sacramento» (Camino Esc.
61,10).
La Eucaristía, para el alma y para el
cuerpo, es el pan y la medicina de Teresa: « ¿pensáis que no es mantenimiento
aun para estos cuerpos este santísimo Manjar, y gran medicina aun para los
males corporales? Yo sé que lo es» (Camino Vall. 34,7; +el pan nuestro de cada
día: 33-34).
Ella se conmueve ante la palabra
inefable del Cantar de los Cantares, «bésame con beso de tu boca» (1,1): « ¡Oh
Señor mío y Dios mío, y qué palabra ésta, para que la diga un gusano de su
Criador!». Pero la ve cumplida asombrosamente en la Eucaristía: « ¿Qué nos
espanta? ¿No es de admirar más la obra? ¿No nos llegamos al Santísimo
Sacramento?» (Conceptos del Amor de Dios 1,10). La comunión eucarística es un
abrazo inmenso que nos da el Señor.
Para santa Teresa, fundar un Carmelo
es ante todo encender la llama de un nuevo Sagrario. Y esto es lo que más le
conforta en sus abrumadores trabajos de fundadora:
«Para mí es grandísimo consuelo ver
una iglesia más adonde haya Santísimo Sacramento» (Fundaciones 3,10). «Nunca
dejé fundación por miedo de trabajo, considerando que en aquella casa se había
de alabar al Señor y haber Santísimo Sacramento... No lo advertimos estar
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, como está, en el Santísimo
Sacramento en muchas partes, grande consuelo nos había de ser» (18,5). Hecha la
fundación, la inauguración del Sagrario es su máximo premio y gozo: «fue para
mí como estar en una gloria ver poner el Santísimo Sacramento» (36,6).
Por otra parte, Teresa sufre y se
angustia a causa de las ofensas inferidas al Sacramento. Nada le duele tanto.
Mucho hemos de rezar y ofrecer para
que «no vaya adelante tan grandísimo mal y desacatos como se hacen en los
lugares a donde estaba este Santísimo Sacramento entre estos luteranos,
deshechas las iglesias, perdidos tantos sacerdotes, quitados los sacramentos»
(Camino Perf. Vall. 35,3)... «Parece que le quieren ya tornar a echar del
mundo» (ib. Esc. 62,63; +58,2).
Pero aún le horrorizan más a Teresa
las ofensas a la Eucaristía que proceden de los malos cristianos: «Tengo por
cierto habrá muchas personas que se llegan al Santísimo Sacramento -y plega al
Señor yo mienta- con pecados mortales graves» (Conceptos Amor de Dios 1,11).
En la España de ese tiempo, la
devoción eucarística está ya plenamente arraigada en el pueblo cristiano. San
Juan de Ribera (1532-1611), obispo de Valencia, en una carta a los sacerdotes
les escribe:
«Oímos con mucho consuelo lo que
muchos de vosotros me han escrito, afirmándome que está muy introducida la
costumbre de saludarse unas personas a otras diciendo: Alabado sea el Santísimo
Sacramento. Esto mismo deseo que se observe en todo nuestro arzobispado»
(28-II-1609).
En Francia, en el siglo XVII, las más
altas revelaciones privadas que recibió santa Margarita María de Alacoque
(1647-1690), religiosa de la Visitación, acerca del Sagrado Corazón se
produjeron estando ella en adoración del Santísimo expuesto.
Y como ella misma refiere, esa
devoción inmensa a la Eucaristía la tenía ya de joven, antes de entrar
religiosa, cuando todavía vivía al servicio de personas que le eran hostiles:
«ante el Santísimo Sacramento me encontraba tan absorta que jamás sentía
cansancio. Hubiera pasado allí los días enteros con sus noches sin beber, ni
comer y sin saber lo que hacía, si no era consumirme en su presencia, como un
cirio ardiente, para devolverle amor por amor. No me podía quedar en el fondo
de la iglesia, y por confusión que sintiese de mí misma, no dejaba de acercarme
cuanto pudiera al Santísimo Sacramento» (Autobiografía 13).
De hecho, la devoción al Corazón de
Jesús, desde sus mismos inicios, ha sido siempre acentuadamente eucarística, y
por causas muy profundas, como subraya el Magisterio (+Pío XII, 1946, Haurietis
aquas, 20, 35; Pablo VI, cta. apost. Investigabiles divitias 6-II-1965).
En el siglo siguiente, en el XVIII,
podemos recordar la gran devoción eucarística de san Pablo de la Cruz (+1775),
el fundador de los Pasionistas. Él, como declara en su Diario espiritual,
«deseaba morir mártir, yendo allí donde se niega el adorabilísimo misterio del
Santísimo Sacramento» (26-XII-1720). Captaba en la Eucaristía de tal modo la
majestad y santidad de Cristo, que apenas le era posible a veces mantenerse en
la iglesia:
«decía yo a los ángeles que asisten
al adorabilísimo Misterio que me arrojasen fuera de la iglesia, pues yo soy
peor que un demonio. Sin embargo, la confianza en mi Esposo sacramentado no se
me quita: le decía que se acuerde de lo que me ha dejado en el santo Evangelio,
esto es, que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Diario
5-XII-1720).
En cuanto al siglo XIX, recordemos al
santo Cura de Ars (1786-1859). Juan XXIII, en la encíclica Sacerdotii Nostri
primordia, de 1959, en el centenario del santo, hace un extenso elogio de esa
devoción:
«La oración del Cura de Ars que pasó,
digámoslo así, los últimos treinta años de su vida en su iglesia, donde le
retenían sus innumerables penitentes, era sobre todo una oración eucarística.
Su devoción a nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento, era
verdaderamente extraordinaria: Allí está, solía decir» (16).
Otro gran modelo de piedad
eucarística en ese mismo siglo es san Antonio María Claret (1807-1870),
fundador de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María, los claretianos. En
su Autobiografía refiere: cuando era niño, «las funciones que más me gustaban
eran las del Santísimo Sacramento» (37). Su iconografía propia le representa a
veces con una Hostia en el pecho, como si él fuera una custodia viviente.
Esto es a causa de un prodigio que él
mismo refiere en su Autobiografía: el 26 de agosto de 1861, «a las 7 de la
tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies
sacramentales, y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el
pecho» (694). Gracia singularísima, de la que él mismo no estaba seguro, hasta
que el mismo Cristo se la confirma el 16 de mayo de 1862, de madrugada: «en la
Misa, me ha dicho Jesucristo que me había concedido esta gracia de permanecer
en mi interior sacramentalmente» (700). El Señor, por otra parte, le hace ver
que una de las devociones fundamentales para atajar los males que amenazan a
España es la devoción al Santísimo Sacramento (695).
14.Frutos de la
piedad eucarística
El desarrollo de la piedad
eucarística ha producido en la Iglesia inmensos frutos espirituales. Los ha
producido en la vida interior y mística de todos los santos; por citar algunos:
Juan de Ávila, Teresa, Ignacio, Pascual Bailón, María de la Encarnación, Margarita
María, Pablo de la Cruz, Eymard, Micaela, Antonio María Claret, Foucauld,
Teresa de Calcuta, etc. Ellos, con todo el pueblo cristiano, contemplando a
Jesús en la Eucaristía, han experimentado qué verdad es lo que dice la
Escritura: «contemplad al Señor y quedaréis radiantes» (Sal 33,6).
Pero la devoción eucarística ha
producido también otros maravillosos frutos, que se dan en la suscitación de
vocaciones sacerdotales y religiosas, en la educación cristiana de los niños,
en la piedad de los laicos y de las familias, en la promoción de obras
apostólicas o asistenciales, y en todos los otros campos de la vida cristiana.
Es, pues, una espiritualidad de inmensa fecundidad. «Por sus frutos los
conoceréis» (Mt 7,20).
Hoy, por ejemplo, en Francia, los
movimientos laicales con más vitalidad, y aquellos que más vocaciones
sacerdotales y religiosas suscitan, como Emmanuel, se caracterizan por su
profunda piedad eucarística.
En las Comunidades de las
Bienaventuranzas, concretamente, compuestas en su mayor parte por laicos, se
practica la adoración continua todo el día. Iniciadas hacia 1975, reúnen hoy
unos 1.200 miembros en unas 70 comunidades, que están distribuidas por todo el
mundo. Y recordemos también la Orden de los laicos consagrados (Angot, Las
casas de adoración).
15. ¿Deficiencias
en la piedad eucarística?
La sagrada Eucaristía es en la
Iglesia el misterio más grandioso, es el misterio por excelencia: mysterium
fidei. Excede absolutamente la capacidad intelectual de los teólogos, que
balbucean cuando intentan explicaciones conceptuales. Y también es inefable
para los más altos místicos, que se abisman en su luz transformante.
No es, pues, extraño que, al paso de
los siglos, las devociones eucarísticas hayan incurrido a veces en
acentuaciones o visiones parciales, que no alcanzan a abarcar armoniosamente
toda la plenitud del misterio. No se trata en esto de errores doctrinales, pero
sí de costumbres piadosas que expresan y que inducen acentuaciones
excesivamente parciales del misterio inmenso de la Eucaristía. Escribe acerca
de esto Pere Tena:
«"El Espíritu de verdad os
guiará hasta la verdad completa" (Jn 16,13)... Desde la primitiva
comunidad de Jerusalén, que partía el pan por las casas y tomaba alimento con
alegría y simplicidad de corazón (Hch 2,46), hasta la solemne misa conclusiva
de un Congreso Eucarístico internacional, pasando por las asambleas dominicales
de las parroquias y por las prolongadas adoraciones eucarísticas de las
comunidades religiosas especialmente dedicadas a ello, la realidad de la Eucaristía
se ha visto constantemente profundizada, y continúa siendo fuente renovada de
vigor cristiano.
«Esto no significa que en todo
momento haya habido, o haya en la actualidad incluso, una armonía perfecta de
los diversos aspectos (...) Un aspecto legítimo de la Eucaristía puede, en
determinadas circunstancias espirituales, adquirir tal intensidad y tal
valoración unilateral, que llegue casi a relegar a un segundo plano los
aspectos más fundamentales y frontales del misterio. Pero estas desviaciones de
atención no niegan el valor de acentuación que tal aspecto concreto representa
para la comprensión de la Eucaristía, ni pueden ser relegados al olvido tales
aspectos en la práctica histórica de la comunidad eclesial, una vez han entrado
a formar parte del patrimonio de las expresiones de la fe cristiana» (205-206).
Es una trampa dialéctica, en la que
ciertamente no pensamos caer, decir: «cuanto más se centren los fieles en el
Sacramento, menos valorarán el Sacrificio»; «cuanto más capten la presencia de
Cristo en la Eucaristía, menos lo verán en la Palabra divina o en los pobres»;
etc. Un san Luis María Grignion de Montfort, por ejemplo, ya conoció
ampliamente este tipo de falsas contraposiciones -«a mayor devoción a María,
menos devoción a Jesús»-, y las refutó con gran fuerza.
No. En la teoría y también en la
práctica, es decir, de suyo y en la inmensa mayoría de los casos, «a más amor a
la Virgen, más amor a Cristo», «donde hay mayor devoción al Sacramento, hay más
y mejor participación en el Sacrificio», «a más captación de la presencia de
Cristo en la Eucaristía, mayor facilidad para reconocerlo en la Palabra divina
o en los pobres».
¿Cómo puede contraponerse en serio,
concretamente, devoción a Cristo en la Eucaristía y devoción servicial a los
pobres? ¿Qué dirían de tal aberración Micaela del Santísimo Sacramento, Charles
de Foucauld o Teresa de Calcuta?... Son trampas dialécticas sin fundamento
alguno doctrinal o práctico. Pablo VI, por el contrario, afirma que «el culto
de la divina Eucaristía mueve muy fuertemente el ánimo a cultivar el amor
social», y explica cómo y por qué (Mysterium fidei 38).
Siempre se ha entendido así. El
artículo 15 de los Estatutos de la Compañía del Santísimo Sacramento, fundada
en Francia el 1630, dispone que «el objeto de la caridad de los hermanos serán
los hospitales, prisiones, enfermos, pobres vergonzantes, todos aquellos que
están necesitados de ayuda», etc. (DSp II/2, 1302).
El venerable Alberto Capellán
(1888-1965), labrador, padre de ocho hijos, miembro de la Adoración Nocturna,
en la que pasa 660 noches ante el Santísimo, escribe: «Dios me encomendó la
misión de recoger a los pobres por la noche». Hace un refugio, y desde 1928
hasta su muerte acoge a pobres y les atiende personalmente (G. Capellán, La
lucha que hace grande al hombre. El venerable Alberto Capellán Zuazo, c/ Ob.
Fidel 1, 26004 Logroño, 1998).
La madre Teresa de Calcuta refiere en
una ocasión: «En el Capítulo General que tuvimos en 1973, las hermanas
[Misioneras de la Caridad] pidieron que la Adoración al Santísimo, que teníamos
una vez por semana, pasáramos a tenerla cada día, a pesar del enorme trabajo
que pesaba sobre ellas. Esta intensidad de oración ante el Santísimo ha
aportado un gran cambio en nuestra Congregación. Hemos experimentado que
nuestro amor por Jesús es más grande, nuestro amor de unas por otras es más
comprensivo, nuestro amor por los pobres es más compasivo y nosotras tenemos el
doble de vocaciones» («Reino de Cristo» I-1987).
Ahora bien, ¿significa todo eso que
la devoción eucarística, al paso de los siglos, de hecho, no ha sufrido
deficiencias o desviaciones? Por supuesto que las ha sufrido, y muchas, como
todas las instituciones de la Iglesia. Pero ¿el monacato, la educación
católica, las misiones, la misma celebración de la Misa, el clero diocesano, la
familia cristiana, no han sufrido deficiencias y desviaciones muy graves en el
curso de los siglos? «El que de vosotros esté sin pecado, arroje la piedra el
primero» contra la piedad eucarística (Jn 8,7).
El monacato, por ejemplo, ha conocido
en su historia desviaciones o deficiencias muy considerables. En la historia
del monacato ha habido ascetismos asilvestrados, vagancias ignorantes,
erudiciones sin virtud, semipelagianismos furibundos, condenaciones maniqueas
de la vida seglar, romanticismos del claustro y del desierto, etc. Pero no por
eso dejamos de considerar la vida monástica como una forma maravillosa de
realizar el Evangelio. Nada nos cuesta admitir que en esa forma de vida
admirable han florecido santos de entre los más grandes de la Iglesia. Y no se
nos ocurre decir de la vida monástica lo que alguno ha dicho de la piedad
eucarística: que «aunque legítima, está fundada en una visión parcial del
misterio» cristiano, por lo que «está expuesta a tambalearse por sí sola, si se
pone en contraste con formas de vida cristiana más plenas», sobre todo cuando
«se funda más en el sentimiento que en la razón». Por el contrario, nosotros
decimos simplemente y con toda sinceridad que la vida monástica -aunque no
ignoramos sus diversas deficiencias históricas- es una de las maneras más
bellas y santificantes de vivir el Evangelio.
16. Hubo
deficiencias
Pues bien, es evidente que en la
historia de la devoción eucarística, según tiempos y lugares, se han dado
desviaciones, acentuaciones excesivamente unilaterales, incluso errores y
abusos, unas veces en las exposiciones doctrinales, otras en las costumbres
prácticas. Y por eso ahora, al tratar aquí de la espiritualidad eucarística, es
necesario que señalemos esas deficiencias, al menos las que estimamos más
importantes.
En efecto, una acentuación parcial de
la Presencia real eucarística ha llevado en ocasiones a devaluar otras
modalidades de la presencia de Cristo en la Iglesia: en la Palabra, por
ejemplo, o en los pobres o en la misma inhabitación.
Otras veces la devoción centrada en
la Presencia real ha dejado en segundo plano aspectos fundamentales de la
Eucaristía, entendida ésta, por ejemplo, como memorial de la pasión y de la
resurrección de Cristo, como actualización del sacrificio de la redención, como
signo y causa de la unidad de la Iglesia, etc.
Los fieles, entonces, más o menos
conscientemente, consideran que la Misa se celebra ante todo y principalmente
para conseguir esa presencia real de Jesucristo. Olvidando en buena medida que
la Misa es ante todo el memorial del Sacrificio de la redención, «la Eucaristía
se ha transformado en una epifanía, la venida del Señor, que aparece entre los
hombres y les distribuye sus gracias. Y los hombres se han reunido en torno al
altar para participar de estas gracias» (Jungmann I,157).
En esta perspectiva, no se relaciona
adecuadamente la presencia real de Cristo y la celebración del sacrificio
eucarístico, de donde tal presencia se deriva.
No siempre se ha entendido tampoco,
como se entendía en la antigüedad, que la reserva de la Eucaristía se realiza
principalmente para hacer posible fuera de la Misa la comunión de enfermos y
ausentes.
Esto ha dado lugar, en ocasiones, a
una multiplicación inconveniente de sagrarios en una misma casa, orientando así
la reserva casi exclusivamente a la devoción.
En algunos tiempos y lugares la
veneración a la Presencia real se ha estimado en forma tan prevalente que las
Misas más solemnes se celebran ante el Santísimo expuesto (+Jungmann I,164).
Con relativa frecuencia, por otra
parte, la solemnizac ión sensible de la presencia real de Cristo en el
Sacramento -cantos, órgano, número de cirios encendidos, uso del incienso- ha
sido notablemente superior a la empleada en la celebración misma del
Sacrificio.
Y a veces, en lugar de exponer la
sagrada Hostia sobre el altar, según la tradición primera, que expresa bien la
unidad entre Sacrificio y Sacramento, se ha expuesto el Santísimo en
ostensorios monumentales, muy distantes del altar y mucho más altos que éste.
17. Deficiencias
del lenguaje piadoso
Otra cuestión, especialmente
delicada, es la del lenguaje de la devoción a la Eucaristía. También aquí ha
habido deficiencias considerables, sobre todo en la época barroca.
«¡Oh, Jesús Sacramentado, divino
prisionero del Sagrario! Acudimos a Vos, que en el trono del sagrario te dignas
recibir el rendimiento de nuestra pleitesía», etc.
No debemos ironizar, sin embargo,
sobre estas efusiones eucarísticas piadosas, tan frecuentes en los libros de
Visitas al Santísimo y de Horas santas. Son perfectamente legítimas, desde el
punto de vista teológico. Merecen nuestro respeto y nuestro afecto. Han sido
empleadas por muchos santos. Han servido para alimentar en innumerables
cristianos un amor verdaderamente profundo a Jesucristo en la Eucaristía. Y más
que expresiones inexactas, son simplemente obsoletas.
Por lo demás, los cristianos de hoy,
en lo referente a la devoción eucarística, no estamos en condiciones de mirar
por encima del hombro a nuestros antepasados. Al atardecer de nuestra vida,
vamos a ser juzgados en el amor, más bien que por la calidad estética y
teológica de nuestras fórmulas verbales o de nuestros signos expresivos.
Pero tampoco debemos ignorar que, no
pocas veces hoy, la sensibilidad de los cristianos, por grande que sea su amor
a la Eucaristía, suele encontrarse muy distante de esas expresiones de piedad.
Hoy, quizá, el sentimiento religioso, al menos en ciertas cuestiones, está
bastante más próximo a la Antigüedad patrística y a la Edad Media o al
Renacimiento, que al Barroco o al Romanticismo. También en las devociones
eucarísticas.
Recordemos, por ejemplo, la ternura
tan elegante de la devoción franciscana hacia el Misterio eucarístico.
Recordemos el temple bíblico y litúrgico, así como la profundidad teológica y
la altura mística de las oraciones eucarísticas de santo Tomás o de santa
Catalina de Siena... Por eso, entre los autores del siglo XX, las expresiones
devocionales de mayor calidad teológica y estética hacia la Eucaristía las
hallamos justamente en aquellos autores, como los benedictinos Dom Marmion o
Dom Vonier, que están más vinculados a la inspiración bíblica y litúrgica, y a
la tradición teológica y mística de la Edad Media.
18. Deficiencias
históricas
Pero, volviendo a la cuestión
central, todas éstas son deficiencias históricas -que en seguida veremos
corregidas por la renovación litúrgica moderna-, y en modo alguno nos llevan a
pensar que la piedad eucarística es en sí misma deficiente. Alguno, sin
embargo, arrogándose la representación del movimiento litúrgico, se expresa
como si lo fuera:
«El movimiento litúrgico ha
reconocido que [la piedad eucarística] se trata de una piedad legítima, fundada
empero en una visión parcial del misterio de la eucaristía; por esto mismo
dicha piedad está expuesta por sí sola a tambalearse cuando se la contrasta con
cualquier forma de espiritualidad que ofrezca una visión completa del misterio
de Cristo, del mismo modo que están expuestas a perder actualidad otras
devociones que tengan una visión parcial de la historia de la salvación, sobre
todo las que se fundan más en el sentimiento que en la razón [sic; querrá decir
que en la fe]» (subrayados nuestros).
¿Cómo se puede decir que la devoción
eucarística, la devoción predilecta de Francisco y Clara, de Tomás e Ignacio,
de Margarita María, de Antonio María, de Foucauld o de Teresa de Calcuta, la
mil veces aprobada y recomendada por el Magisterio apostólico, la piedad tan
hondamente vivida por el pueblo cristiano en los últimos ocho siglos, está
fundada en una visión parcial del misterio de la fe, se apoya más en el
sentimiento que en la fe, y en sí misma se tambalea? Y por otra parte, ¿qué fin
cauteloso se pretende al declarar legítima una devoción que se juzga de tan
mala calidad?
19. Renovación actual
de la piedad eucarística
El movimiento litúrgico y el
Magisterio apostólico, por obra como siempre del Espíritu Santo, al profundizar
más y más en la realidad misteriosa de la Eucaristía, han renovado
maravillosamente la doctrina y la disciplina del culto eucarístico.
Por lo que al Magisterio se refiere,
los documentos más importantes sobre el tema han sido la encíclica de Pío XII
Mediator Dei (1947), la constitución conciliar Sacrosanctum Concilium (1963),
la encíclica de Pablo VI Mysterium fidei (1965), muy especialmente la
instrucción Eucharisticum mysterium (1967) y el Ritual para la sagrada comunión
y el culto a la Eucaristía fuera de la Misa, publicado en castellano en 1974. Y
la exhortación apostólica de Juan Pablo II, Dominicæ Cenæ (1980). La devoción y
el culto a la Eucaristía, en fin, es recomendada a todos los fieles en el
Catecismo de la Iglesia Católica (1992: 1378-1381).
20. Diversas
modalidades de la presencia de Cristo en su Iglesia
El concilio Vaticano II, en su
constitución sobre la liturgia, Sacrosanctum Concilium, da una enseñanza de
suma importancia para la espiritualidad cristiana:
«Cristo está siempre presente a su
Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de
la Misa, sea en la persona del ministro, "ofreciéndose ahora por
ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz"
[Trento], sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su
virtud en los sacramentos, de modo que cuando alguien bautiza, es Cristo quien
bautiza [S. Agustín]. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la
Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último,
cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos"
(Mt 18,20)» (7).
Pablo VI, en su encíclica Mysterium
fidei, hace una enumeración semejante de los modos de la presencia de Cristo,
añadiendo: está presente a su Iglesia «que ejerce las obras de misericordia», a
su Iglesia «que predica», «que rige y gobierna al pueblo de Dios» (19-20). Y
finalmente dice:
«Pero es muy distinto el modo,
verdaderamente sublime, con el que Cristo está presente a su Iglesia en el
sacramento de la Eucaristía... Tal presencia se llama real no por exclusión,
como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia, porque es también
corporal y sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo,
Dios y hombre, entero e íntegro» (21-22; +Ritual 6).
Y aún se podría hablar de otros modos
reales de la presencia. La inhabitación de Cristo en el justo que le ama es
real, según Él mismo lo dice: «si alguno me ama... vendremos a él, y en él
haremos morada» (Jn 14,23).
En cuanto a la presencia de Cristo en
los pobres, fácilmente se aprecia que es de otro orden. Tanto les ama, que nos
dice: «lo que les hagáis, a mí me lo hacéis» (+Mt 25,34-46). En un pobre, sin
embargo, que no ama a Cristo, no se da, sin duda, esa presencia real de
inhabitación.
Pues bien, la configuración de una
espiritualidad cristiana concreta se deriva principalmente de su modo de captar
las diversas maneras de la presencia de Cristo. Desde luego, toda
espiritualidad cristiana ha de creer y ha de vivir con verdadera devoción todos
los modos de la presencia de Cristo. Pero es evidente que cada espiritualidad
concreta tiene su estilo propio en la captación de esas presencias. Hay
espiritualidades más o menos sensibles a la presencia de Cristo en la
Escritura, en la Eucaristía, en la inhabitación, en los sacramentos, en los
pobres, etc. Ahora bien, si la presencia de Cristo por antonomasia está en la
Eucaristía, toda espiritualidad cristiana, con uno u otro acento, deberá poner
en ella el centro de su devoción.
21. El fundamento
primero de la adoración
La Iglesia cree y confiesa que «en el
augusto sacramento de la Eucaristía, después de la consagración del pan y del
vino, se contiene verdadera, real y substancialmente nuestro Señor Jesucristo,
verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia de aquellas cosas sensibles»
(Trento 1551: Dz 874/1636).
La divina Presencia real del Señor, éste
es el fundamento primero de la devoción y del culto al Santísimo Sacramento.
Ahí está Cristo, el Señor, Dios y hombre verdadero, mereciendo absolutamente
nuestra adoración y suscitándola por la acción del Espíritu Santo. No está,
pues, fundada la piedad eucarística en un puro sentimiento, sino precisamente
en la fe. Otras devociones, quizá, suelen llevar en su ejercicio una mayor
estimulación de los sentidos -por ejemplo, el servicio de caridad a los
pobres-; pero la devoción eucarística, precisamente ella, se fundamenta muy
exclusivamente en la fe, en la pura fe sobre el Mysterium fidei («præstet fides
supplementum sensuum defectui»: que la fe conforte la debilidad del sentido;
Pange lingua).
Por tanto, «este culto de adoración
se apoya en una razón seria y sólida, ya que la Eucaristía es a la vez
sacrificio y sacramento, y se distingue de los demás en que no sólo comunica la
gracia, sino que encierra de un modo estable al mismo Autor de ella.
«Cuando la Iglesia nos manda adorar a
Cristo, escondido bajo los velos eucarísticos, y pedirle los dones espirituales
y temporales que en todo tiempo necesitamos, manifiesta la viva fe con que cree
que su divino Esposo está bajo dichos velos, le expresa su gratitud y goza de
su íntima familiaridad» (Mediator Dei 164).
El culto eucarístico, ordenado a los
cuatro fines del santo Sacrificio, es culto dirigido al glorioso Hijo
encarnado, que vive y reina con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo, por
los siglos de los siglos. Es, pues, un culto que presta a la santísima Trinidad
la adoración que se le debe (+Dominicæ Cenæ 3).
22. Sacrificio
y Sacramento
Puede decirse que «para ordenar y
promover rectamente la piedad hacia el santísimo sacramento de la Eucaristía
[lo más importante] es considerar el misterio eucarístico en toda su amplitud,
tanto en la celebración de la Misa, como en el culto a las sagradas especies»
(Ritual 4).
Juan Pablo II insiste en este
aspecto: «No es lícito ni en el pensamiento, ni en la vida, ni en la acción
quitar a este Sacramento, verdaderamente santísimo, su dimensión plena y su
significado esencial. Es al mismo tiempo Sacramento-Sacrificio,
Sacramento-Comunión, Sacramento-Presencia» (Redemptor hominis 20).
Ya Pío XII orienta en esta misma
dirección su doctrina sobre la devoción eucarística (cf. Discurso al Congreso
internacional de pastoral litúrgica, de Asís (A.A.S. 48, 1956, 771-725).
Esta doctrina ha sido central,
concretamente, en la disciplina renovada del culto a la Eucaristía.
«Los fieles, cuando veneran a Cristo
presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia proviene del Sacrificio
y se ordena al mismo tiempo a la comunión sacramental y espiritual» (Ritual
80).
Lógicamente, pues, «se prohíbe la
celebración de la Misa durante el tiempo en que está expuesto el santísimo
Sacramento en la misma nave de la iglesia» (ib. 83).
Esa íntima unión entre Sacrificio y
Sacramento se expresa, por ejemplo, en el hecho de que, al final de la
exposición, el ministro «tomando la custodia o el copón, hace en silencio la
señal de la Cruz sobre el pueblo» (ib. 99). El Corpus Christi de la custodia es
el mismo cuerpo ofrecido por nosotros en el sacrificio de la redención: el
mismo cuerpo que ahora está resucitado y glorioso.
23. Devoción
eucarística y comunión
La presencia eucarística de Cristo
siempre «se ordena a la comunión sacramental y espiritual» (Ritual 80). En
efecto, la Eucaristía como sacramento está intrínsecamente orientada hacia la
comunión. Las mismas palabras de Cristo lo hacen entender así: «tomad, comed,
esto es mi cuerpo, entregado por vosotros». Consiguientemente, la finalidad
primera de la reserva es hacer posible, principalmente a los enfermos, la
comunión fuera de la Misa. En el sagrario, como en la Misa, Cristo sigue siendo
«el Pan vivo bajado del cielo».
En efecto, «el fin primero y primordial
de la reserva de las sagradas especies fuera de la misa es la administración
del Viático; los fines secundarios son la distribución de la comunión y la
adoración de Nuestro Señor Jesucristo, presente en el Sacramento. Pues la
reserva de las especies sagradas para los enfermos ha introducido la laudable
costumbre de adorar este manjar del cielo conservado en las iglesias» (Ritual
5).
Según eso, en la Eucaristía, Cristo
está dándose, está entregándose como pan vivo que el Padre celestial da a los
hombres. Y sólo podemos recibirlo en la fe y en el amor. Así es como, ante el
sagrario, nos unimos a Él en comunión espiritual. En la adoración eucarística
Él se entrega a nosotros y nosotros nos entregamos a Él. Y en la medida en que
nos damos a Él, nos damos también a los hermanos.
«En la sagrada Eucaristía -dice el
Vaticano II- se contiene todo el tesoro espiritual de la Iglesia, es decir, el
mismo Cristo, nuestra Pascua y Pan vivo, que, mediante su carne vivificada y
vivificante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, invitándolos así y
estimulándolos a ofrecer sus trabajos, la creación entera y a sí mismos en
unión con él» (Presbiterorum ordinis 5).
La adoración eucarística, por tanto,
ha de tener siempre forma de comunión espiritual. Y según eso, «acuérdense [los
fieles] de prolongar por medio de la oración ante Cristo, el Señor, presente en
el Sacramento, la unión con él conseguida en la Comunión, y renovar la alianza
que les impulsa a mantener en sus costumbres y en su vida la que han recibido en
la celebración eucarística por la fe y el Sacramento» (Ritual 81).
24. Adoración
eucarística y vida espiritual
La piedad eucarística ha de marcar y
configurar todas las dimensiones de la vida espiritual cristiana. Y esto ha de
vivirse tanto en la devoción más interior como en la misma vida exterior.
En lo interior. «La piedad que
impulsa a los fieles a adorar a la santa Eucaristía los lleva a participar más
plenamente en el Misterio pascual y a responder con agradecimiento al don de
aquel que, por medio de su humanidad, infunde continuamente la vida en los
miembros de su Cuerpo. Permaneciendo ante Cristo, el Señor, disfrutan de su
trato íntimo, le abren su corazón por sí mismos y por todos los suyos, y ruegan
por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo con Cristo toda su vida al
Padre en el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe,
su esperanza y su caridad. Así fomentan las disposiciones debidas que les
permiten celebrar con la devoción conveniente el Memorial del Señor y recibir frecuentemente
el pan que nos ha dado el Padre» (Ritual 80).
Disfrutan del trato íntimo del Señor.
Efectivamente, éste es uno de los aspectos más preciosos de la devoción
eucarística, uno de los más acentuados por los santos y los maestros
espirituales, que a veces citan al respecto aquello del Apocalipsis: «mira que
estoy a la puerta y llamo -dice el Señor-; si alguno escucha mi voz y abre la
puerta, yo entraré a él, cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20).
En lo exterior, igualmente, toda la
vida ordinaria de los adoradores debe estar sellada por el espíritu de la
Eucaristía. «Procurarán, pues, que su vida discurra con alegría en la fortaleza
de este alimento del cielo, participando en la muerte y resurrección del Señor.
Así cada uno procure hacer buenas obras, agradar a Dios, trabajando por
impregnar al mundo del espíritu cristiano, y también proponiéndose llegar a ser
testigo de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana» (Ritual 81;
+Dominicæ Coenæ 7).
25. Adoración y
ofrenda personal
Adorando a Cristo en la Eucaristía,
hagamos de nuestra vida «una ofrenda permanente». Los fines del Sacrificio
eucarístico, como es sabido, son principalmente cuatro: adoración de Dios,
acción de gracias, expiación e impetración (petición) (Trento: Dz 940.
950/1743. 1753; +Mediator Dei 90-93). Pues bien, esos mismos fines de la Misa
han de ser pretendidos igualmente en el culto eucarístico. Por él, como antes
nos ha dicho el Ritual, los adoradores han de «ofrecer con Cristo toda su vida
al Padre en el Espíritu Santo» (80). Pío XII lo explica bien: «Aquello del
Apóstol, "habéis de tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo
Jesús" (Flp 2,5), exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí
mismos, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino
Redentor cuando se ofrecía en sacrificio; es decir, que imiten su humildad y
eleven a la suma Majestad divina la adoración, el honor, la alabanza y la
acción de gracias. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de
víctima, abnegándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio,
entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y expiando
cada uno sus propios pecados. Exige, en fin, que nos ofrezcamos a la muerte
mística en la cruz, juntamente con Jesucristo, de modo que podamos decir como
san Pablo: "estoy clavado en la cruz juntamente con Cristo" (Gál
2,19)» (Mediator Dei 101).
26. Adoración y
súplica
En el Evangelio vemos muchas veces
que quienes se acercan a Cristo, reconociendo en él al Salvador de los hombres,
se postran primero en adoración, y con la más humilde actitud, piden gracias
para sí mismos o para otros.
La mujer cananea, por ejemplo,
«acercándose [a Jesús], se postró ante él, diciendo: ¡Señor, ayúdame!» (Mt
15,25). Y obtuvo la gracia pedida.
Los adoradores cristianos, con
absoluta fe y confianza, piden al Salvador, presente en la Eucaristía, por sí
mismos, por el mundo, por la Iglesia. En la presencia real del Señor de la
gloria, le confían sus peticiones, sabiendo con certeza que «tenemos un abogado
ante el Padre, Jesucristo, el Justo. Él es la víctima propiciatoria por
nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo
entero» (1Jn 2,1-2).
En efecto, Jesús-Hostia es
Jesús-Mediador. «Hay un solo Dios, y también un solo Mediador entre Dios y los
hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a Sí mismo como rescate
por todos» (1Tim 2,5-6). Su Sacerdocio es eterno, y por eso «es perfecto su
poder de salvar a los que por Él se acercan a Dios, y vive siempre para interceder
por ellos» (Heb 7,24-25).
27. Adoremos a
Cristo, presente en la Eucaristía
Al finalizar su estudio sobre La
presencia real de Cristo en la Eucaristía, José Antonio Sayés escribe: «La
adoración, la alabanza y la acción de gracias están presentes sin duda en la
trama misma de la "acción de gracias" que es la celebración
eucarística y que en ella dirigimos al Padre por la mediación del sacrificio de
su Hijo.
«Pero la adoración, que es el
sentimiento profundo y desinteresado de reconocimiento y acción de gracias de
toda criatura respecto de su Creador, quiere expresarse como tal y alabar y
honrar a Dios no sólo porque en la celebración eucarística participamos y
hacemos nuestro el sacrificio de Cristo como culmen de toda la historia de
salvación, sino por el simple hecho de que Dios está presente en el
sacramento...
«Por otra parte, hemos de pensar que
la Encarnación merece por sí sola ser reconocida con la contemplación de la
gloria del Unigénito que procede del Padre (Jn 1,14)... La conciencia viva de
la presencia real de Cristo en la Eucaristía, prolongación sacramental de la
Encarnación, ha permitido a la Iglesia seguir siendo fiel al misterio de la
Encarnación en todas sus implicaciones y al misterio de la mediación salvífica
del cuerpo de Cristo, por el que se asegura el realismo de nuestra
participación sacramental en su sacrificio, se consuma la unidad de la Iglesia
y se participa ya desde ahora en la gloria futura» (312-313).
Adoremos, pues, al mismo Cristo en el
misterio de su máximo Sacramento. Adorémosle de todo corazón, en oración
solitaria o en reuniones comunitarias, privada o públicamente, en formas
simples o con toda solemnidad.
-Adoremos a Cristo en el Sacrificio y
en el Sacramento. La adoración eucarística fuera de la Misa ha de ser, en
efecto, preparación y prolongación de la adoración de Cristo en la misma
celebración de la Eucaristía. Con razón hace notar Pere Tena: «La adoración
eucarística ha nacido en la celebración, aunque se haya desarrollado fuera de
ella. Si se pierde el sentido de adoración en el interior de la celebración,
difícilmente se encontrará justificación para promoverla fuera de ella... Quizá
esta consideración pueda ser interesante para revisar las celebraciones en las
que los signos de referencia a una realidad transcendente casi se esfuman»
(212).
-Adoremos a Cristo, presente en la
Eucaristía: exaltemos al humillado. Es un deber glorioso e indiscutible, que
los fieles cristianos -cumpliendo la profecía del mismo Cristo- realizamos bajo
la acción del Espíritu Santo: «él [el Espíritu Santo] me glorificará» (Jn
16,14).
En ocasión muy solemne, en el Credo
del Pueblo de Dios, declara Pablo VI: «la única e indivisible existencia de
Cristo, Señor glorioso en los cielos, no se multiplica, pero por el Sacramento
se hace presente en los varios lugares del orbe de la tierra, donde se realiza
el sacrificio eucarístico. La misma existencia, después de celebrado el
sacrificio, permanece presente en el Santísimo Sacramento, el cual, en el
tabernáculo del altar, es como el corazón vivo de nuestros templos. Por lo cual
estamos obligados, por obligación ciertamente gratísima, a honrar y adorar en
la Hostia Santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnado que ellos no
pueden ver, y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de nosotros sin
haber dejado los cielos» (n. 26).
-Adorando a Cristo en la Eucaristía,
bendigamos a la Santísima Trinidad, como lo hacía el venerable Manuel González:
«Padre eterno, bendita sea la hora en que los labios de vuestro Hijo Unigénito
se abrieron en la tierra para dejar salir estas palabras: "sabed que yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Padre, Hijo y
Espíritu Santo, benditos seáis por cada uno de los segundos que está con
nosotros el Corazón de Jesús en cada uno de los Sagrarios de la tierra. Bendito,
bendito Emmanuel» (Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario, 37).
-Adoremos a Cristo en exposiciones
breves o prolongadas. Respecto a las exposiciones más prolongadas, por ejemplo,
las de Cuarenta Horas, el Ritual litúrgico de la Eucaristía dispone: «en las
iglesias en que se reserva habitualmente la Eucaristía, se recomienda cada año
una exposición solemne del santísimo Sacramento, prolongada durante algún
tiempo, aunque no sea estrictamente continuado, a fin de que la comunidad local
pueda meditar y orar más intensamente este misterio. Pero esta exposición, con
el consentimiento del Ordinario del lugar, se hará solamente si se prevé una
asistencia conveniente de fieles» (86).
«Póngase el copón o la custodia sobre
la mesa del altar. Pero si la exposición se alarga durante un tiempo
prolongado, y se hace con la custodia, se puede utilizar el trono o
expositorio, situado en un lugar más elevado; pero evítese que esté demasiado
alto y distante» (93).
Ante el Santísimo expuesto, el
ministro y el acólito permanecen arrodillados, concretamente durante la
incensión (97). Y lo mismo, se entiende, el pueblo. Es el mismo arrodillamiento
que, siguiendo muy larga tradición, viene prescrito por la Ordenación general
del Misal Romano «durante la consagración» de la Eucaristía (21). Y recuérdese
en esto que «la postura uniforme es un signo de comunidad y unidad de la
asamblea, ya que expresa y fomenta al mismo tiempo la unanimidad de todos los
participantes» (20).
-Adoremos a Cristo con cantos y
lecturas, con preces y silencio. «Durante la exposición, las preces, cantos y
lecturas deben organizarse de manera que los fieles atentos a la oración se
dediquen a Cristo, el Señor».
«Para alimentar la oración íntima,
háganse lecturas de la sagrada Escritura con homilía o breves exhortaciones,
que lleven a una mayor estima del misterio eucarístico. Conviene también que
los fieles respondan con cantos a la palabra de Dios. En momentos oportunos,
debe guardarse un silencio sagrado» (Ritual 95; +89).
-Adoremos a Cristo, rezando la
Liturgia de las Horas. «Ante el santísimo Sacramento, expuesto durante un
tiempo prolongado, puede celebrarse también alguna parte de la Liturgia de las
horas, especialmente las Horas principales [laudes y vísperas].
«Por su medio, las alabanzas y
acciones de gracias que se tributan a Dios en la celebración de la Eucaristía,
se amplían a las diferentes horas del día, y las súplicas de la Iglesia se
dirigen a Cristo y por él al Padre en nombre de todo el mundo» (Ritual 96). Las
Horas litúrgicas, en efecto, están dispuestas precisamente para «extender a los
distintos momentos del día la alabanza y la acción de gracias, así como el
recuerdo de los misterios de la salvación, las súplicas y el gusto anticipado
de la gloria celeste, que se nos ofrecen en el misterio eucarístico,
"centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana" (CD 30)»
(Ordenación general de la Liturgia de las Horas 12).
-Adoremos a Cristo, haciendo «visitas
al Santísimo». En efecto, como dice Pío XII, «las piadosas y aún cotidianas
visitas a los divinos sagrarios», con otros modos de piedad eucarística, «han
contribuido de modo admirable a la fe y a la vida sobrenatural de la Iglesia
militante en la tierra, que de esta manera se hace eco, en cierto modo, de la
triunfante, que perpetuamente entona el himno de alabanza a Dios y al Cordero
"que ha sido sacrificado" (Ap 5,12; +7,10). Por eso la Iglesia no
sólo ha aprobado esos piadosos ejercicios, propagados por toda la tierra en el
transcurso de los siglos, sino que los ha recomendado con su autoridad. Ellos
proceden de la sagrada liturgia, y son tales que, si se practican con el debido
decoro, fe y piedad, en gran manera ayudan, sin duda alguna, a vivir la vida
litúrgica» (Mediator Dei 165-166).
28. Sagrarios dignos en iglesias
abiertas
Procuremos tener sagrarios dignos en
iglesias abiertas, para que pueda llevarse a la práctica esa adoración
eucarística de los fieles. Así pues, «cuiden los pastores de que las iglesias y
oratorios públicos en que se guarda la santísima Eucaristía estén abiertas
diariamente durante varias horas en el tiempo más oportuno del día, para que
los fieles puedan fácilmente orar ante el santísimo Sacramento» (Ritual 8;
+Código 937). «El lugar en que se guarda la santísima Eucaristía sea verdaderamente
destacado. Conviene que sea igualmente apto para la adoración y oración
privada» (Ritual 9).
«Según la costumbre tradicional, arda
continuamente junto al sagrario una lámpara de aceite o de cera, como signo de
honor al Señor» (Ritual 11; puede ser eléctrica, pero no común: Código 940).
En cada iglesia u oratorio haya «un
solo sagrario» (Código 938,1). Y en los conventos o casas de espiritualidad el
sagrario esté «sólo en la iglesia o en el oratorio principal anejo (anexo) a la
casa; pero el Ordinario, por causa justa, puede permitir que se reserve también
en otro oratorio de la misma casa» (ib. 937).
29. Devoción eucarística y esperanza escatológica
Adoremos a Cristo en la Eucaristía,
como prenda y anticipo de la vida celeste. La celebración eucarística es
«fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura» (Vat.II: UR
15a). Por eso el culto eucarístico tiene como gracia propia mantener al
cristiano en una continua tensión escatológica.
Ante el sagrario o la custodia, en la
más preciosa esperanza teologal, el discípulo de Cristo permanece día a día
ante Aquél que es la puerta del cielo: «yo soy la puerta; el que por mí
entrare, se salvará» (Jn 10,9).
Ante el sagrario, ante la custodia,
el discípulo persevera un día y otro ante Aquél «que es, que era, que vendrá»
(Ap 1,4.8). El Cristo que vino en la encarnación; que viene en la Eucaristía,
en la inhabitación, en la gracia; que vendrá glorioso al final de los tiempos.
No olvidemos, en efecto, que en la
Eucaristía el que vino -«quédate con nosotros» (Lc 24,29)- viene a nosotros en
la fe, «mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo».
Así lo confesamos diariamente en la Misa. Como hace notar Tena, «la presencia
del Señor entre nosotros no puede ser más que en la perspectiva del futuræ
gloriæ pignus [prenda de la futura gloria]» (217).
En los últimos siglos, ha prevalecido
entre los cristianos la captación de Cristo en la Eucaristía como Emmanuel,
como el Señor con nosotros; y éste es un aspecto del Misterio que es verdadero
y muy laudable. Pero los Padres de la Iglesia primitiva, al tratar de la
Eucaristía, insistían mucho más que nosotros en su dimensión escatológica. En
ella, más que el Emmanuel, veían el acceso al Cristo glorioso que ha de venir.
Y en sus homilías y catequesis señalaban con frecuencia la relación existente
entre la Eucaristía y la vida futura, esto es, la resurrección de los muertos:
«el que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré
el último día» (Jn 6,54).
Esta perspectiva escatológica de la
Eucaristía no es exclusiva de los Padres primeros, pues se manifiesta también
muy acentuada en la Edad Media, es decir, en las primeras formulaciones de la
adoración eucarística. Bastará, por ejemplo, que recordemos algunas estrofas de
los himnos eucarísticos compuestos por santo Tomás: «O salutaris hostia, quæ
cæli pandis ostium» (Hostia de salvación, que abres las puertas del cielo:
Verbum supernum, Laudes, Oficio del Corpus).
«Tu qui cuncta scis et vales, qui nos
pascis hic mortales, tuos ibi comensales, coheredes et sodales fac sanctorum
civium» (Tú, que conoces y puedes todo, que nos alimentas aquí, siendo
mortales, haznos allí comensales, coherederos y compañeros de tus santos: Lauda
Sion, secuencia Misa del Corpus).
«Iesu, quem velatum nunc aspicio, oro
fiat illud quod tam sitio; ut te revelata cernens facie, visu sim beatus tuæ
gloriæ» (Jesús, a quien ahora miro oculto, cumple lo que tanto ansío: que
contemplando tu rostro descubierto, sea yo feliz con la visión de tu gloria.
Adoro te devote, himno atribuido a Santo Tomás, para después de la elevación).
«O amantissime Pater, concede mihi
dilectum Filium tuum, quem nunc velatum in via suscipere propono, revelata
tandem facie perpetuo contemplari» (Padre amadísimo, concédeme al fin
contemplar eternamente el rostro descubierto de tu Hijo predilecto, al que
ahora, de camino, voy a recibir velado: Omnipotens sempiterne Deus, oración
preparatoria a la Eucaristía, atribuida a Santo Tomás).
La secularización de la vida
presente, es decir, la disminución o la pérdida de la esperanza en la vida
eterna, es hoy sin duda la tentación principal del mundo, y también de los
cristianos. Por eso precisamente «la Iglesia y el mundo tienen una gran
necesidad del culto eucarístico» (Dominicæ Cenæ 3), porque ésa es, sin duda, la
devoción que con más fuerza levanta el corazón de los fieles hacia la vida
celestial definitiva.
Y «he aquí -escribe Tena- cómo a
través de esta dimensión escatológica de la adoración eucarística,
reencontramos la motivación fundamental de la misma reserva: para el Viático,
para que los enfermos puedan comulgar... Este pan de vida que está encima del
altar, así como procede del banquete celestial, continúa ofrecido como alimento
de tránsito: es un viático, sobre todo. Cada uno de los adoradores puede
pensar, en el instante de adoración silenciosa, en este momento en que recibirá
por última vez la Eucaristía: "¡quien come de este pan vivirá para
siempre!" (Jn 6,58). La prenda del futuro absoluto está ahí: es la presencia
del Señor de la gloria, que aparece en la Eucaristía» (217).
30. Los sacerdotes y la adoración eucarística
Si todos los fieles han de venerar a
Cristo en el Sacramento, «los pastores en este punto vayan delante con su
ejemplo y exhórtenles con sus palabras» (Ritual 80). En efecto, los sacerdotes
deben suscitar en los fieles la devoción eucarística tanto por el ejemplo como
por la predicación. Es un deber pastoral grave.
La piedad eucarística de los fieles
depende en buena medida de que sus sacerdotes la vivan y, consiguientemente, la
prediquen -«de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34)-. Por eso la
Congregación para la Educación Católica, en su instrucción de 1980 Sobre la
vida espiritual en los Seminarios, muestra tanto interés en que los candidatos
al sacerdocio sean formados en el convencimiento de que «el continuo desarrollo
del culto de adoración eucarística es una de las más maravillosas experiencias
de la Iglesia».
«Un sacerdote que no participe de
este fervor, que no haya adquirido el gusto de esta adoración, no sólo será
incapaz de transmitirlo y traicionará la Eucaristía misma, sino que cerrará a
los fieles el acceso a un tesoro incomparable».
Y por eso la Congregación para el
Clero, en el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de
1994, toca también con insistencia el mismo punto:
«La centralidad de la Eucaristía se
debe indicar no sólo por la digna y piadosa celebración del Sacrificio, sino
aún más por la adoración habitual del Sacramento. El presbítero debe mostrarse
modelo de la grey [1Pe 5,3] también en el devoto cuidado del Señor en el
sagrario y en la meditación asidua que hace -siempre que sea posible- ante
Jesús Sacramentado. Es conveniente que los sacerdotes encargados de la
dirección de una comunidad dediquen espacios largos de tiempo para la adoración
en comunidad, y tributen atenciones y honores, mayores que a cualquier otro
rito, al Santísimo Sacramento del altar, también fuera de la Santa Misa.
"La fe y el amor por la Eucaristía hacen imposible que la presencia de
Cristo en el sagrario permanezca solitaria" (Juan Pablo II, 9-VI-1993). La
liturgia de las horas puede ser un momento privilegiado para la adoración
eucarística» (50).
De todo esto, ya hace años, dijo
hermosas cosas el gran liturgista dominico A.-M. Roguet (L'adoration
eucharistique dans la piété sacerdotale, «Vie Spirituelle» 91, 1954, 11-12).
31. La devoción
eucarística después del Vaticano II
La piedad eucarística es en el siglo
XX una parte integrante de la espiritualidad cristiana común. Por eso San Pío X
no hace sino afirmar una convicción general cuando dice: «Todas bellas, todas
santas son las devociones de la Iglesia Católica, pero la devoción al Santísimo
Sacramento es, entre todas, la más sublime, la más tierna, la más fructuosa» (A
la Adoración Nocturna Española 6-VII-1908).
¿Y después del Vaticano II? La gran
renovación litúrgica impulsada por el Concilio también se ha ocupado de la
piedad eucarística.
Concretamente, el Ritual de la
sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa es una
realización de la Iglesia postconciliar. Antes no había un Ritual, y la
devoción eucarística discurría por los simples cauces de la piadosa costumbre.
Ahora se ha ordenado por rito litúrgico esta devoción.
Por otra parte, en el Ritual de la
dedicación de iglesias y de altares, de 1977, después de la comunión, se
incluye un rito para la «inauguración de la capilla del Santísimo Sacramento».
Antes tampoco existía ese rito. Es nuevo.
Son éstos, sin duda, gestos
importantes de la renovación litúrgica postconciliar. Y los recientes
documentos magistrales sobre la adoración eucarística que hemos recordado, más
explícitamente todavía, nos muestran el gran aprecio que la Iglesia actual tienen
por esta devoción y este culto. Por eso, si la doctrina y la disciplina de la
Iglesia han querido en nuestro tiempo podar el árbol de la piedad eucarística,
lo ha hecho ciertamente a fin de que crezca más fuerte y dé aún mejores y más
abundantes frutos.
Y por eso aquéllos que, en vez de
podar el árbol de la devoción al Sacramento, lo cortan de raíz se están
alejando de la tradición católica y, sin saberlo normalmente, se oponen al
impulso renovador de la Iglesia actual.
Ya en 1983 observaba Pere Tena:
«sabemos y constatamos cómo en muchos lugares se ha silenciado absolutamente el
sentido espiritual de la oración personal ante el santísimo sacramento, y cómo
esto, juntamente con la supresión de las procesiones eucarísticas y de las
exposiciones prolongadas, se considera como un progreso» (209). En esta línea,
podemos añadir, hay parroquias hoy que no tienen custodia, y en las que el
sagrario, si existe, no está asequible a la devoción de los fieles.
La supresión de la piedad eucarística
no es un progreso, evidentemente, sino más bien una decadencia en la fe, en la
fuerza teologal de la esperanza y en el amor a Jesucristo. Y no parece
aventurado estimar que entre la eliminación de la devoción eucarística y la
disminución de las vocaciones sacerdotales y religiosas existe una relación
cierta, aunque no exclusiva.
Juan Pablo II, en su exhortación
apostólica Dominicæ Coenæ, no sólamente manifiesta con fuerza su voluntad de
estimular todas las formas tradicionales de la devoción eucarística, «oraciones
personales ante el Santísimo, horas de adoración, exposiciones breves,
prolongadas, anuales -las cuarenta horas-, bendiciones y procesiones
eucarísticas, congresos eucarísticos», sino que afirma incluso que «la
animación y el fortalecimiento del culto eucarístico son una prueba de esa
auténtica renovación que el Concilio se ha propuesto y de la que es el punto
central».
Y es que «la Iglesia y el mundo
tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este
sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la
adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves
faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración» (3).
32.Secularización
o sacralidad
Hoy se hace necesario en el
cristianismo elegir entre secularización y sacralidad.
-El cristianismo secularizado, de
claras raíces nestorianas y pelagianas, deja en la duda la divinidad de Jesús y
la virginidad de María, busca la salvación en el hombre mismo, ignorando la
necesidad de la fe y de la gracia para la salvación, olvida la vida eterna, y
aleja al pueblo cristiano de la Misa y de los sacramentos, especialmente del
sacramento de la penitencia.
Este «cristianismo», por supuesto,
suprime la adoración eucarística, vacía los templos, y consigue así tenerlos
cerrados. De este modo evita que los cristianos se pierdan en pietismos alienantes,
y fomenta que vayan entre los hombres, que es donde deben estar.
Hoy es bien conocido este falso
cristianismo (+Iraburu, Sacralidad y secularización, Fundación GRATIS DATE,
Pamplona 1996): falsifica la acción misionera, niega la necesidad de la
Iglesia, elimina la finalidad sobrenatural de las obras misioneras y
educativas, caritativas y asistenciales, y secularizando todo en un
horizontalismo inmanentista, acaba, claro está, con las vocaciones sacerdotales
y religiosas.
-El cristianismo sagrado, por el
contrario, el bíblico y tradicional, el propugnado por el Magisterio
apostólico, confiesa firmemente a Cristo como verdadero Dios y verdadero
hombre, afirma que su gracia es en absoluto necesaria para el hombre, y que su
presencia en la Eucaristía, real y verdadera, debe ser adorada.
Los cristianos, en este verdadero
cristianismo, permanecen en el mismo Señor Jesucristo, como sarmientos en la
Vid santa, y se unen a él por el amor servicial y la oración, por la penitencia
sacramental, y muy especialmente por la celebración y la adoración de la
Eucaristía. Ésta es la Iglesia que, centrada en el Mysterium fidei, florece en
vocaciones, en familias cristianas y en innumerables obras misioneras y
educativas, sociales, culturales y asistenciales.
Escuchemos, pues, de nuevo a Juan
Pablo II (Dominicæ Coenæ 3): «La animación y el fortalecimiento del culto
eucarístico son una prueba de esa auténtica renovación que el Concilio se ha
propuesto, y de la que es el punto central. La Iglesia y el mundo tienen una
gran necesidad del culto eucarístico».
Fundador: Charles Sylvain, El apóstol
de la Eucaristía. Vida del P. Hermann, Edit. Litúrgica Española, Barcelona
1935. Este capítulo está formado por extractos de esta obra, publicada en
francés en 1880. Id., Hermann Cohen, apóstol de la Eucaristía. Es la misma obra
anterior, en edición abreviada por mí, que ha sido publicada por la Adoración
Nocturna Española y por la Fundación GRATIS DATE 1998. Jean-Marie Beauring,
o.s.b., Flèche de feu. Hermann Cohen (1820-1871), juif converti devenu prêtre,
Cerf, París 1998. El mismo autor había publicado anteriormente la obra titulada
Le Père Augustin Marie du Très-Saint-Sacrement, Hermann Cohen (1821-1871),
París 1981.
Adoración Nocturna (AN): Leclercq,
H., Vigiles, «Dictionnaire d'archéologie chrétienne et de liturgie», París
1953, 3108-3113. Discursos pronunciados en el I Cincuentenario de la Adoración
Nocturna (cf. C. Sylvain, 416-427 y 428-444): Cardenal Perraud, En el cincuenta
aniversario de la Adoración Nocturna, sermón 7-XII-1898; Mr. Cazeaux, La
primera vigilia de la Adoración Nocturna, memoria leída 5-II-1899.
Adoración Nocturna Española (ANE):
Reglamento de la ANE, Madrid 1967; Estatutos y Reglamento de la ANE, ib. 1976;
Bases doctrinales para un ideario de la AN, ib. 1980; Reglamento de la Rama
Masculina de la ANE, 1993; Proyecto de Estatutos de la ANE, 1995; Manual de la
ANE, ib. 1996. Juan Pablo II, Alocución a la Adoración Nocturna de España,
Madrid 31-X-1982. J. M. Blanco-Ons, Luis de Trelles, abogado, periodista,
político, fundador de la A.N.E., ANE, Santiago de Compostela 1991.
33. Hermann Cohen
Nacido en una poderosa familia judía
de Hamburgo, Hermann Cohen (1820-1871) es educado en la religiosidad de un
judaísmo ilustrado, y en el desprecio de todo lo cristiano: sacerdotes, cruz,
sacramentos, etc.
A los cuatro años inicia Hermann su
formación musical, y a los once da ya conciertos al piano. Un año después, como
discípulo predilecto de Franz Liszt (1811-1886), inicia en París y desarrolla
después por toda Europa una carrera muy brillante como pianista, profesor de
piano y compositor.
Los personajes más brillantes y
anticatólicos de su tiempo fueron los más íntimos amigos de Hermann en su
adolescencia y juventud. Felicité de Lamennais (1782-1854), sacerdote que acabó
en la apostasía, fue su maestro. George Sand (1804-1876), escritora casada, que
abandonó a su familia, y vivió sucesivamente con Mérimée, Musset, Chopin y con
algún otro, tenía en Hermann, su Puzzi, su pajecito inseparable, que a veces
incluso le acompañaba en los viajes. Admirador de Voltaire y de Rousseau, lo
mismo se relacionaba con el anarquista Bakunine (1814-1876), que brillaba en
los salones de la aristocracia europea.
Hermann Cohen es un triunfador
famoso, viaja por toda Europa, conoce bien varias lenguas -alemán y francés,
italiano y español-, gana mucho dinero con sus conciertos, lo pierde también
cuantiosamente en el juego, y llega a conocer todos los vicios. Así vive, así
malvive hasta los veintiséis años, hasta 1847.
34. Una
conversión eucarística
El propio Hermann relata su
conversión al sacerdote Alfonso María de Ratisbona (1814-1884), otro judío
converso, como antes lo fue el hermano de éste, Teodoro, también sacerdote.
Un viernes de mayo de 1847, en París,
el príncipe de Moscú le pide a su amigo Hermann que le reemplace en la
dirección de un coro de aficionados en la iglesia de Santa Valeria. Hermann,
que vive en la vecindad, va allí con gusto. Y en el acto final de la bendición
con el Santísimo, experimenta «una extraña emoción, como remordimientos de
tomar parte en la bendición, en la cual carecía absolutamente de derechos para
estar comprendido». Sin embargo, la emoción es grata y fuerte, y siente «un
alivio desconocido».
Vuelve Hermann a la misma iglesia los
viernes siguientes, y siempre en el acto en que el sacerdote bendice con la
custodia a los fieles arrodillados, experimenta la misma conmoción espiritual.
Pasa el mes de mayo, y con él las solemnidades musicales en honor de María.
Pero él cada domingo vuelve a Santa Valeria para asistir a Misa.
En la casa de Adalberto de Beaumont,
donde vive entonces, toma un viejo devocionario de la biblioteca, y con él
inicia su instrucción en el cristianismo. En seguida, recibe la ayuda del padre
Legrand, de la curia arzobispal de París. También el vicario general, Mons. de
la Bouillerie, muy interesado en las obras eucarísticas, se interesa por él.
Pero pronto Hermann tiene que partir a Ems, en Alemania, donde ha de dar un
concierto.
«Apenas hube llegado a dicha ciudad,
visité al párroco de la pequeña iglesia católica, para quien el sacerdote
Legrand me había dado una carta de recomendación. El segundo día después de mi
llegada, era un domingo, el 8 de agosto, y, sin respeto humano, a pesar de la
presencia de mis amigos, fui a oír Misa.
«Allí, poco a poco, los cánticos, las
oraciones, la presencia -invisible, y sin embargo sentida por mí- de un poder
sobrehumano, empezaron a agitarme, a turbarme, a hacerme temblar. En una
palabra, la gracia divina se complacía en derramarse sobre mí con toda su
fuerza. En el acto de la elevación, a través de mis párpados, sentí de pronto
brotar un diluvio de lágrimas que no cesaban de correr a lo largo de mis
mejillas... ¡Oh momento por siempre jamás memorable para la salud de mi alma!
Te tengo ahí, presente en la mente, con todas las sensaciones celestiales que
me trajiste de lo Alto... Invoco con ardor al Dios todopoderoso y
misericordiosísimo, a fin de que el dulce recuerdo de tu belleza quede
eternamente grabado en mi corazón, con los estigmas imborrables de una fe a
toda prueba y de un agradecimiento a la medida del inmenso favor de que se ha
dignado colmarme...
«Al salir de esta iglesia de Ems, era
ya cristiano. Sí, tan cristiano cómo es posible serlo cuando no se ha recibido
aún el santo bautismo...»
Vuelto a París, se dedica Hermann
apasionadamente a la oración y a su instrucción religiosa. Pero todavía se ve
obligado durante unos meses a dar clases y conciertos, pues ha de pagar
considerables deudas de juego a sus acreedores.
Llega por fin el día de su bautismo:
el 28 de agosto de 1847. «Estaba tan emocionado, escribe, que aún hoy no
recuerdo, sino muy imperfectamente, las ceremonias que se hicieron». Ingresa en
las Conferencias de San Vicente de Paúl. Pero donde mejor se halla siempre es
en la iglesia, en oración ante el Santísimo. El 10 de noviembre hace voto, ante
el altar de la Virgen, de ordenarse sacerdote y de prepararse a ello en cuanto
se vea libre de sus acreedores. Cambia su vida totalmente, y sus antiguos
compañeros de bohemia y de fiesta no lo entienden. Piensan que, quizá por sus
excesos, anda trastornado. Algunos, como Adalberto de Beaumont, le vuelven la
espalda, y él ha de buscarse nuevo domicilio.
35. Proyecto de
Hermann aprobado por Mons. de la Bouillerie
Hermann alquila un modesto cuarto en
la calle de la Universidad, número 102 -casa que ya no existe-, y que se puede
considerar como la cuna de la Adoración Nocturna. Un amigo suyo, el señor
Dupont, uno de sus primeros seguidores, refiere los datos de esta fundación: «Habiendo
entrado un día por la tarde en la capilla de las Carmelitas, [Hermann] que se
complacía en visitar las iglesias en que se hallaba expuesto el Santísimo
Sacramento, se puso a adorar a Nuestro Señor manifiesto en la custodia, sin
contar las horas y sin advertir que la noche se acercaba. Era en noviembre. Una
Hermana tornera llega y da la señal de salir. Fue necesario un segundo aviso.
Entonces Hermann dijo a la religiosa: "Ya saldré cuando lo hagan esas
personas que se hallan al fondo de la capilla". Y ella: "Pues no
saldrán en toda la noche".
«Semejante respuesta de la Hermana
era más que suficiente, y dejaba una preciosa semilla en un corazón bien
dispuesto. Hermann sale del oratorio y se dirige precipitadamente a casa de
Monseñor de la Bouillerie: "Acaban de hacerme salir de una capilla,
exclama, en la que unas mujeres estarán toda la noche ante el Santísimo
Sacramento"... Monseñor de la Bouillerie responde: "Bien, encuéntreme
hombres y les autorizo a imitar a esas buenas mujeres, cuya suerte ante Nuestro
Señor envidia usted". Pues bien, ya desde el día siguiente, con el favor
de los ángeles buenos, Hermann hallaba la necesaria ayuda en varias almas».
Monseñor de la Bouillerie había
establecido ya anteriormente en París, en 1844, una pequeña asociación para la
Adoración nocturna en casa, cuyos miembros, hombres o mujeres, se levantaban
por turnos durante la noche una vez al mes, a hora fijada de antemano, para
adorar a Nuestro Señor. También había contribuido a fundar la Adoración
nocturna del Santísimo Sacramento, asociación femenina establecida por la
señorita Debouché, que iba a ser el núcleo de las religiosas Reparadoras.
36. Nace la
Adoración Nocturna
Hermann, muy contento con la
autorización de Monseñor de la Bouillerie, se puso inmediatamente en busca de
hombres de fe, ávidos como él de agradecer al Jesús de la Eucaristía todos sus
beneficios, entregándole sacrificio por sacrificio.
Los primeros inscritos en la lista
fueron el caballero Aznarez, antiguo diplomático español, que había enseñado el
castellano a Hermann en los tiempos de su vida artística, y el conde Raimundo
de Cuers, capitán de fragata, muy amigo.
Pronto se presentaron otros, y el 22
de noviembre de 1848, Hermann los reunía a todos en su cuartito de la calle de
la Universidad. Sólo diecinueve miembros se hallaban presentes; cuatro
inscritos no habían podido acudir. Monseñor de la Bouillerie presidía la
pequeña reunión, cuyos miembros se habían juntado «con la intención, dice el
acta de esta primera sesión, de fundar una asociación que tendrá por objeto la
Exposición y Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento, la reparación de los
ultrajes de que es objeto, y para atraer sobre Francia las bendiciones de Dios
y apartar de ella los males que la amenazan».
¡Un programa inmenso para tan pequeño
número de hombres, casi todos de la más humilde condición! Aparte del promotor
de la reunión, pianista famoso, además de Mons. de la Bouillerie y de dos
oficiales de marina, los asociados no eran casi más que empleados oscuros,
obreros y criados.
Éstos fueron los instrumentos de que
el Señor se sirvió para establecer la asociación de la Adoración Nocturna, que
pronto había de extenderse por casi todos los países católicos.
37. Obra
providencial para tiempos duros de la Iglesia
Al saber que la revolución había
triunfado en Roma, y que el papa Pío IX había tenido que refugiarse en Gaeta,
puerto al sur de Roma, animó a aquellos primeros asociados a poner en práctica
inmediatamente su proyecto. Y así la primera vigilia nocturna de Adoración se
celebró el 6 de diciembre de 1848.
La segunda y tercera noches se
verificaron los días 20 y 21 del mismo mes, con ocasión de las rogativas de
Cuarenta Horas ordenadas con esa ocasión, en favor del Papa, por el arzobispo
de París.
En Francia, pues, esta fundación se
relaciona con una de las fases más dolorosas del Papado. Y coincide en ello con
la obra de Adoración fundada en Roma, en 1809, cuando Napoleón hace cautivo a
Pío VII.
38. Primeras vigilias
de la Adoración Nocturna
Las primeras vigilias se efectuaron
en el famoso santuario de Nuestra Señora de las Victorias. Más tarde, los
socios de la Adoración Nocturna y de las Conferencias de San Vicente de Paúl
perpetuaron el hecho con una lápida de mármol, en testimonio de agradecimiento:
A Nuestra Señora de las Victorias,
nuestra protectora, en homenaje de gratitud y de amor, de las Conferencias, de
San Vicente de Paúl y de la asociación, de la Adoración Nocturna de parís.
31 de mayo de 1871. La asociación de
la Exposición y Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento, en París, ha
tenido su origen en esta iglesia, el 6 de diciembre de 1848, debido al celo del
Rdo. padre Hermany de Mons. Francisco de la Bouillerie, obispo de Carcasona,
entonces vicario general de la diócesis de París.
Las vigilias no pudieron continuarse
en Nuestra Señora de las Victorias, y se escogió para lugar de reunión el
oratorio de los Padres Maristas.
39. El padre
Hermann, carmelita
En 1849 Hermann ingresa en el
Carmelo, que en esos años, tras las persecuciones de la Revolución Francesa,
estaba siendo refundado en Francia bajo la dirección del carmelita español
Domingo de San José. Una vez ordenado presbítero, el padre Hermann, con muchos
viajes y trabajos, fue la fuerza más eficaz tanto para la extensión del Carmelo
como para la difusión de la Adoración Nocturna en Francia y fuera de ella.
El padre Hermann era un religioso
ejemplar, tan contemplativo y orante como activo y apostólico. Tuvo relación
amistosa con muchas de las grandes figuras católicas de su tiempo: el santo
Cura de Ars, santa Bernardita, san Pedro-Julián Eymard, el cardenal Wiseman,
etc. Tuvo, por otra parte, la alegría de bautizar a diez miembros de su familia
judía.
Al fin, agotado por el trabajo y
contagiado de viruela, muere en 1871, a los cincuenta años de edad, estando en
Spandau, Alemania, al servicio de los prisioneros franceses de la guerra
franco-prusiana.
40. El apóstol
de la Eucaristía
El padre Hermann, famoso predicador,
hace voto de mencionar la Eucaristía en todos sus sermones. Y no le cuesta nada
cumplirlo, pues como su tesoro es la Eucaristía, allí está, pues, su corazón; y
de la abundancia del corazón habla su boca (+Mt 6,21; 12,34).
Aunque al entrar en el Carmelo dejó
del todo la composición de música, siendo estudiante de teología, le
autorizaron en una ocasión sus superiores esa actividad como descanso. Y como
no podía ser menos, compuso una colección de Cánticos al Santísimo Sacramento,
la más perfecta de todas sus obras. En la introducción, escribe emocionado:
«Jesús, adorado por mí, que me has
conducido a la soledad para hablarme al corazón; por mí, cuyos días y noches se
deslizan felizmente en medio de las celestiales conversaciones de tu Presencia
adorable, entre los recuerdos de la comunión de hoy y las esperanzas de la
comunión de mañana... Yo beso con entusiasmo las paredes de mi celda querida,
en la que nada me distrae de mi único pensamiento, en la que no respiro sino para
amar tu divino Sacramento... «¡Que vengan, que vengan los que me han conocido
en otro tiempo, y que menosprecian a un Dios muerto de amor por ellos!... Que
vengan, Jesús mío, y sabrán si tú puedes cambiar los corazones. Sí, mundanos,
yo os lo digo, de rodillas ante este amor despreciado: si ya no me veis
esforzarme sobre vuestras mullidas alfombras para mendigar aplausos y solicitar
vanos honores, es porque he hallado la gloria en el humilde tabernáculo de
Jesús-Hostia, de Jesús-Dios.
«Si ya no me veis jugar a una carta
el patrimonio de una familia entera, o correr sin aliento para adquirir oro, es
porque he hallado la riqueza, el tesoro inagotable en el cáliz de amor que
guarda a Jesús-Hostia.
«Si ya no me veis tomar asiento en
vuestras mesas suntuosas y aturdirme en las fiestas frívolas que dais, es
porque hay un festín de gozo en el que me alimento para la inmortalidad y me
regocijo con los ángeles del cielo. Es porque he hallado la felicidad suprema.
Sí, he hallado el bien que amo, él es mío, lo poseo, y que venga quien pretenda
despojarme de él.
«Pobres riquezas, tristes placeres,
humillantes honores eran los que perseguía con vosotros... Pero ahora que mis
ojos han visto, que mis manos han tocado, que sobre mi corazón ha palpitado el
corazón de un Dios, ¡oh, cómo os compadezco, en vuestra ceguera, por perseguir
y lograr placeres incapaces de llenar el corazón!
«Venid, pues, al banquete celestial
que ha sido preparado por la Sabiduría eterna; ¡venid, acercaos!... Dejad ahí
vuestros juguetes vanos, las quimeras que traéis, arrojad a lo lejos los
harapos engañadores que os cubren. Pedid a Jesús el vestido blanco del perdón,
y, con un corazón nuevo, con un corazón puro, bebed en el manantial límpido de
su amor... "¡Venid y ved qué bueno es el Señor!" [Sal 33,9].
« ¡Oh Jesús, amor mío, cómo quisiera
demostrarles la felicidad que me das! Me atrevo a decir que, si la fe no me
enseñase que contemplarte en el cielo es mayor gozo aún, no creería jamás
posible que existiera mayor felicidad que la que experimento al amarte en la
Eucaristía y al recibirte en mi pobre corazón, que tan rico es gracias a ti !»...
No fueron éstos unos pasajeros
fervores de novicio. Por el contrario, durante toda su vida -como se comprueba
en su diario, en sus cartas y predicaciones- el Espíritu Santo mantuvo su
corazón encendido en la llama de un amor inmenso al Jesús de la Eucaristía.
41. Jesucristo
es hoy la Eucaristía
El amor abrasador del padre Hermann a
la Eucaristía, es decir, a Jesucristo, hacía que no pudiera comulgar o llevar
el Sacramento sin experimentar una emoción tan viva y fuerte que se parecía a
la embriaguez. De esta vivencia personal tan profunda reciben sus escritos
eucarísticos una vibración tan singular.
« ¡Oh, Jesús! ¡Oh, Eucaristía, que en
el desierto de esta vida me apareciste un día, que me revelaste la luz, la
belleza y grandeza que posees! Cambiaste enteramente mi ser, supiste vencer en
un instante a todos mis enemigos... Luego, atrayéndome con irresistible
encanto, has despertado en mi alma un hambre devoradora por el Pan de vida y en
mi corazón has encendido una sed abrasadora por tu Sangre divina... «Y ahora
que te poseo y que me has herido en el corazón, ¡ah!, deja que les diga lo que
para mi alma eres... «¡Jesucristo, hoy, es la sagrada Eucaristía! Jesus
Christus hodie [+Heb 13,8]. ¿Es posible pronunciar esta palabra sin sentir en
los labios una dulzura como de miel? ¿cómo un fuego ardiente en las venas? ¡La
sagrada Eucaristía! El habla enmudece, y sólo el corazón posee el lenguaje
secreto para expresarlo. «¡Jesucristo en el día de hoy!... «Hoy me siento
débil... Necesito una fuerza que venga de arriba para sostenerme, y Jesús
bajado del cielo se hace Eucaristía, es el pan de los fuertes.
«¡Hoy me hallo pobre!... Necesito un
cobertizo para guarecerme, y Jesús se hace casa... Es la casa de Dios, es el
pórtico del cielo, ¡es la Eucaristía!...
«Hoy tengo hambre y sed. Necesito
alimento para saciar el espíritu y el corazón, y bebida para apagar el ardor de
mi sed, y Jesús se hace trigo candeal (refinado), se hace vino de la
Eucaristía: Frumentum electorum et vinum germinans virgines [trigo que alimenta
a los jóvenes y vino que anima a las vírgenes: Zac 9,17].
«Hoy me siento enfermo... Necesito
una medicina benéfica para curarme las llagas del alma, y Jesús se extiende
como ungüento precioso sobre mi alma al entregárseme en la Eucaristía:
impinguasti in oleo caput meum; oleum effusum... oleo lætitiæ unxi eum... fundens
oleum desuper [Sal 22,5; 44,8; 88,21].
«Hoy necesito ofrecer a Dios un
holocausto que le sea agradable, y Jesús se hace víctima, se hace Eucaristía.
«Hoy en fin me hallo perseguido, y
Jesús se hace coraza para defenderme: scutum meum et cornu salutis meæ [mi
escudo y la fuerza de mi salvación: 2Re 22,3 Vulgata]. Me hace temible al
demonio.
«Hoy estoy extraviado, se me hace
estrella; estoy desanimado, me alienta; estoy triste, me alegra; estoy solo,
viene a morar conmigo hasta la consumación de los siglos; estoy en la
ignorancia, me instruye y me ilumina; tengo frío, me calienta con un fuego
penetrante.
«Pero, más que todo lo dicho,
necesito amor, y ningún amor de la tierra había podido contentar mi corazón, y
es entonces sobre todo cuando se hace Eucaristía, y me ama, y su amor me
satisface, me sacia, me llena por entero, me absorbe y me sumerge en un océano
de caridad y de embriaguez.
«Sí, ¡amo a Jesús, amo a la
Eucaristía! ¡Oídlo, ecos; repetidlo a coro, montañas y valles! Decidlo otra vez
conmigo: ¡Amo a la Eucaristía! Jesús hoy es Jesús conmigo»...
D. LA
ADORACION NOCTURNA
42. Las vigilias de la antigüedad, primer
precedente de la AN
Las vigilias mensuales de la
Adoración Nocturna (=AN) continúan la tradición de aquellas vigilias nocturnas
de los primeros cristianos, si bien éstos, como sabemos, no prestaban todavía
una especial atención devocional a la Eucaristía reservada.
En efecto, los primeros cristianos,
movidos por la enseñanza y el ejemplo de Cristo -«vigilad y orad»-, no solamente
procuraban rezar varias veces al día, en costumbre que dio lugar a la Liturgia
de las Horas, sino que -también por imitar a Jesús, que solía orar por la noche
(+Lc 6,12; Mt 26,38-41)-, se reunían a celebrar vigilias nocturnas de oración.
Estas vigilias tenían lugar en el
aniversario de los mártires, en la víspera de grandes fiestas litúrgicas, y
sobre todo en las noches precedentes a los domingos. La más importante y
solemne de todas ellas era, por supuesto, la Vigilia Pascual, llamada por San
Agustín «madre de todas las santas vigilias» (ML 38,1088).
En las vigilias los cristianos se
mantenían vigiles, esto es, despiertos, alternando oraciones, salmos, cantos y
lecturas de la Sagrada Escritura. Así es como esperaban en la noche la hora de
la Resurrección, y llegada ésta al amanecer, terminaban la vigilia con la
celebración de la Eucaristía. Tenemos de esto un ejemplo muy antiguo en la
vigilia celebrada por San Pablo con los fieles de Tróade (Hch 20, 7-12).
Con el nacimiento del monacato en el
siglo IV, se van organizando en las comunidades monásticas vigilias diarias, a
las que a veces, como en Jerusalén, se unen también algunos grupos de fieles
laicos. Así lo refiere en el Diario de viaje la peregrina española Egeria, del
siglo V. En todo caso, entre los laicos, las vigilias más acostumbradas eran
las que semanalmente precedían al domingo.
La costumbre de las vigilias
nocturnas se hizo pronto bastante común. San Basilio (+379), por ejemplo,
respondiendo a ciertas reticencias de algunos clérigos de Neocesarea, habla con
gran satisfacción de tantos «hombres y mujeres que perseveran día y noche en
las oraciones asistiendo al Señor», ya que en este punto «las costumbres
actualmente vigentes en todas las Iglesias de Dios son acordes y unánimes»:
«El pueblo [para celebrar las
vigilias] se levanta durante la noche y va a la casa de oración, y en el dolor
y aflicción, con lágrimas, confiesan a Dios [sus pecados], y finalmente,
terminadas las oraciones, se levantan y pasan a la salmodia. Entonces,
divididos en dos coros, se alternan en el canto de los salmos, al tiempo que se
dan con más fuerza a la meditación de las Escrituras y centran así la atención
del corazón. Después, se encomienda a uno comenzar el canto y los otros le
responden. Y así pasan la noche en la variedad de la salmodia mientras oran. Y
al amanecer, todos juntos, como con una sola voz y un solo corazón, elevan
hacia el Señor el salmo de la confesión [Sal 50], y cada uno hace suyas las
palabras del arrepentimiento.
«Pues bien, si por esto os apartáis
de nosotros [con vuestras críticas], os apartaréis de los egipcios, os
apartaréis de las dos Libias, de los tebanos, los palestinos, los árabes, los
fenicios, los sirios y los que habitan junto al Éufrates y, en una palabra, de
todos aquellos que estiman grandemente las vigilias, las oraciones y las
salmodias en común» (MG 32,764).
Las vigilias mensuales de la AN
-también con oraciones e himnos, salmos y lecturas de la Escritura- prolongan,
pues, una antiquísima tradición piadosa del pueblo cristiano, que nunca se perdió
del todo, y que hoy sigue siendo recomendada por la Iglesia. Así en la
Ordenación general de la Liturgia de las Horas, de 1971: «A semejanza de la
Vigilia Pascual, en muchas Iglesias hubo la costumbre de iniciar la celebración
de algunas solemnidades con una vigilia: sobresalen entre ellas la de Navidad y
la de Pentecostés. Tal costumbre debe conservarse y fomentarse de acuerdo con
el uso de cada una de las Iglesias (71).
«Los Padres y autores espirituales,
con muchísima frecuencia, exhortan a los fieles, sobre todo a los que se
dedican a la vida contemplativa, a la oración en la noche, con la que se
expresa y se aviva la espera del Señor que ha de volver: "A medianoche se
oyó una voz: `¡que llega el esposo, salid a recibirlo´ (Mt 25,6)!; "Velad,
pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer o a
medianoche, o al canto del gallo o al amanecer: no sea que venga
inesperadamente y os encuentre dormidos" (Mc 13,35-36). Son, por tanto,
dignos de alabanza los que mantienen el carácter nocturno del Oficio de
lectura» (72).
En este mismo documento se dan las
normas para el modo de proceder de «quienes deseen, de acuerdo con la
tradición, una celebración más extensa de la vigilia del domingo, de las
solemnidades y de las fiestas» (73).
43.Otros
precedentes
Las vigilias de los antiguos
cristianos, como sabemos, no tenían, sin embargo, una referencia devocional
hacia la presencia real de Cristo en la Eucaristía. En este aspecto, los
antecedentes de la devoción eucarística de la AN han de buscarse más bien en
las Cofradías del Santísimo Sacramento, de las que ya hemos hablado, nacidas
con el Corpus Christi (1264), y acogidas después normalmente a la Bula de 1539.
Son también antecedente de la AN las
Cuarenta horas. Éstas tienen su origen en Roma, en el siglo XIII; reciben en el
XVI un gran impulso en Milán, y Clemente VIII, con la Bula de 1592, las
extiende a toda la Iglesia. Como las Cuarenta Horas de adoración en un templo
eran continuadas sucesiva e ininterrumpidamente en otros, viene a producirse
así una adoración perpetua.
Pero si buscamos antecedentes más
próximos de la Adoración actual, los hallamos en la Adoración Nocturna nacida
en Roma en 1810, con ocasión del cautiverio de Pío VII, por iniciativa del
sacerdote Santiago Sinibaldi. Y en la Adoración Nocturna desde casa, fundada
por Mons. de la Bouillerie en 1844, en París.
Pues bien, en su forma actual, la AN
es iniciada, según vimos, en Francia por Hermann Cohen y dieciocho hombres el 6
de diciembre de 1848, con el fin de adorar en una iglesia, con turnos
sucesivos, al Santísimo Sacramento en una vigilia nocturna.
44.La Adoración
Nocturna en España
España conoce también en su historia
cristiana muchas Cofradías del Santísimo Sacramento, agregadas normalmente a
Santa Maria sopra Minerva, iglesia de los dominicos en Roma, y que durante el
XIX se integran en el Centro Eucarístico. Pero la AN, como tal, se inicia en
Madrid, el 3 de noviembre de 1877, en la iglesia de los Capuchinos.
Allí se reúnen siete fieles: Luis
Trelles y Noguerol -está en curso su proceso de beatificación-, Pedro
Izquierdo, Juan de Montalvo, Manuel Silva, Miguel Bosch, Manuel Maneiro y
Rafael González. Queda la Adoración integrada al principio en el Centro
Eucarístico.
En cuanto Adoración Nocturna Española
(ANE) se constituye de forma autónoma en 1893. A los comienzos reúne en sus
grupos sólamente a hombres, pero más tarde, sobre todo en los turnos surgidos
en parroquias, forma grupos de hombres y mujeres. En 1977 celebra en Madrid,
con participación internacional, su primer centenario.
En 1925 nace en Valencia la Adoración
Nocturna Femenina (ANFE), que desde 1953, cuando se unifican experiencias de
varias diócesis, es de ámbito nacional.
ANE -ver apéndice (pág. 56)- y ANFE
están hoy presentes en casi todas las Diócesis españolas.
45. La
Adoración Nocturna en el mundo
La AN, iniciada en París en 1848 y en
Madrid en 1877, llega a implantarse en un gran número de países, especialmente
en aquellos que, cultural y religiosamente, están más vinculados con Francia y
con España.
Alemania, Argentina, Bélgica, Benin,
Brasil, Camerún, Canadá, Colombia, Costa de Marfil, Cuba, Congo, Chile,
Ecuador, Egipto, España, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Guinea Ecuatorial,
Honduras, India, Inglaterra, Irlanda, Italia, Isla Mauricio, Luxemburgo, México,
Panamá, Polonia, Portugal, Santo Domingo, Senegal, Suiza, Vaticano y Zaire.
Todas estas asociaciones de adoración
nocturna, desde 1962, están unidas en la Federación Mundial de las Obras de la
Adoración Nocturna de Jesús Sacramentado.
46. Naturaleza
de la Adoración Nocturna
Al describir en lo que sigue la AN,
nos referimos concretamente al modelo de la AN Española. Pero lo que decimos
vale también más o menos para ANFE y para otros países, especialmente para los
de Hispanoamérica, ya que usan normalmente el mismo Manual.
La AN es una asociación de fieles
que, reunidos en grupos una vez al mes, se turnan para adorar en la noche al
Señor, realmente presente en la Eucaristía, en representación de la humanidad y
en el nombre de la Iglesia.
Los adoradores, una vez celebrado el
Sacrificio eucarístico, permanecen durante la noche por turnos ante el
Sacramento, rezando la Liturgia de las Horas y haciendo oración silenciosa.
47.Fines
principales
Los fines de la AN son los mismos de
la Eucaristía. Son aquellos fines de la adoración eucarística ya señalados por
la Bula Transiturus de 1264, por el concilio de Trento, por la Mediator Dei o
en la Eucharisticum mysterium: adorar con amor al mismo Cristo; adorar con
Cristo al Padre «en espíritu y en verdad»; ofrecerse con Él, como víctimas
penitenciales, para la salvación del mundo y para la expiación del pecado;
orar, permanecer amorosamente en la presencia de Aquel que nos ama...
Estos fines son los que una y otra
vez han subrayado los Papas al dirigirse a la AN:
«El alma que ha conocido el amor de
su divino Maestro tiene necesidad de permanecer largamente ante la Hostia
consagrada y de adoptar, en la presencia de la humildad de Dios, una actitud
muy humilde y profundamente respetuosa» (Pío XII, Alocución a la AN, Roma, AAS
45, 1953, 417).
«La presencia sacramental de Cristo
es fuente de amor. Amor, en primer lugar al mismo Cristo. El encuentro
eucarístico es un encuentro de amor... Y amor a nuestros hermanos. Porque la
autenticidad de nuestra unión con Jesús sacramentado ha de traducirse en
nuestro amor verdadero a todos los hombres, empezando por quienes están más
próximos» (Juan Pablo II, Alocución a la AN, Madrid 31-X-1982).
En la adoración eucarística y
nocturna, los fieles se unen profundamente al Sacrificio de la redención -centro
absoluto de la vigilia-, acompañan a Jesús en su oración nocturna y dolorosa de
Getsemaní:
«Quedáos aquí y velad conmigo...
Velad y orad, para que no caigáis en tentación... En medio de la angustia, él
oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían sobre
la tierra» (Mt 26,38.41; Lc 22,44).
Los adoradores alaban al Señor y le
dan gracias largamente. Le piden por el mundo y por la Iglesia, por tantas y
tan gravísimas necesidades.
«En esas horas junto al Señor, os
encargo que pidáis especialmente por los sacerdotes y religiosos, por las
vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada» (Juan Pablo II, ib.).
Los adoradores, en las vigilias
nocturnas, permanecen atentos al Señor de la gloria, el que vino, el que viene,
el que vendrá.
«¡Felices los servidores a quienes el
señor encuentra velando a su llegada!. Yo os aseguro que él mismo recogerá su
túnica, les hará sentarse a la mesa y se pondrá a servirles. ¡Felices ellos, si
el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!» (Lc
12,37-38).
Los adoradores, perseverando en la
noche a la luz gloriosa de la Eucaristía, esperan en realidad el amanecer de la
vida eterna, de la que precisamente la Eucaristía es prenda anticipada y
ciertísima:
«La sagrada Eucaristía, en efecto,
además de ser testimonio sacramental de la primera venida de Cristo, es al
mismo tiempo un anuncio constante de su segunda venida gloriosa, al final de
los tiempos.
«Prenda de la esperanza futura y
aliento, también esperanzado, para nuestra marcha hacia la vida eterna. Ante la
sagrada Hostia volvemos a escuchar aquellas dulces palabras: "venid a mí
todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28)»
(Juan Pablo II, ib.).
48. Fines
complementarios
La AN no agota su finalidad con la
pura celebración de las vigilias mensuales. A ella le corresponde también, por
Estatutos, promover otras formas de devoción y culto a la sagrada Eucaristía,
siempre dentro de la comunión de la Iglesia y la obediencia a la Jerarquía
apostólica.
Los adoradores, pues, cada uno en su
familia, en su parroquia o allí donde puedan actuar -colegios, asociaciones
laicales y movimientos, etc.-, han de promover la devoción a la Eucaristía y el
culto a la misma. Ésta es la proyección apostólica específica de la AN. Otras
actividades apostólicas podrán ser cumplidas por los adoradores en cuantos
feligreses de una comunidad parroquial o miembros de determinados movimientos
laicales. Pero en cuanto adoradores han de comprometerse en el apostolado
eucarístico. Señalaremos, a modo de ejemplo, algunos de los objetivos que los
adoradores deben pretender con todo empeño, con oración insistente y
esperanzada, y con trabajo humilde y paciente:
-Practicar con frecuencia las visitas
al Santísimo y difundir esta preciosa forma de oración. Esto ha de ir por
delante de todo. El adorador nocturno ha de ser también un adorador diurno.
-Conseguir que, según lo que dispone
la Iglesia (Ritual 8; Código 937), haya iglesias que permanezcan abiertas
durante algunas horas al día, de modo que no se abran sólo para la Misa o los
sacramentos. Al menos en la ciudad y también en los pueblos más o menos grandes,
en principio, es posible conseguirlo. Éste es un asunto muy grave. La vida
espiritual del pueblo católico se configura de un modo u otro según que los
fieles dispongan o no de templos, de lugares idóneos no sólo para la
celebración del culto, sino para la oración. El Ritual de la dedicación de
iglesias manifiesta muy claramente que las iglesias católicas han de ser «casas
de oración».
-Procurar la dignidad de los sagrarios
y capillas del Santísimo.
-Fomentar en la parroquia, de acuerdo
con el párroco y en unión si es posible con otros adoradores, algún modo
habitual de culto a la Eucaristía fuera de la Misa: exposiciones del Santísimo
diarias, semanales o mensuales, celebración anual de las Cuarenta Horas, o en
fin, lo que se estime más viable y conveniente.
-Promover en alguna iglesia de la
ciudad alguna forma de adoración perpetua durante el día. Los adoradores
activos, y también los veteranos, han de ofrecerse los primeros para hacer
posible la continuidad de los turnos de vela.
-Cultivar grupos de tarsicios, es
decir, de adoradores niños o adolescentes: animarles, formarles, guiarles en
sus reuniones de adoración eucarística. San Tarsicio, en los siglos III-IV, fue
un niño romano, mártir de la Eucaristía.
-Difundir la devoción eucarística en
colegios católicos, reuniones de movimientos apostólicos, Seminario, ejercicios
espirituales, catequesis, retiros y convivencias.
-Procurar que el Corpus Christi sea
celebrado con todo esplendor, y guarde su identidad genuina, la que es querida
por Dios, de tal modo que esta solemnidad litúrgica no venga a desvanecerse,
ocultada por otras significaciones -por ejemplo, el Día de la Caridad-. Por muy
valiosas que sean estas otras significaciones, son diversas.
Insistamos en lo primero. Si un
adorador tiene de verdad amor a Cristo en la Eucaristía, si quiere ser de
verdad fiel a su propia vocación, la que Dios le ha dado, ¿cómo podrá limitar
su devoción y acción a una vigilia mensual?
49. Vigilias
mensuales
Las vigilias mensuales se celebran
normalmente en una iglesia fija, que puede ser una parroquia, un convento o a
veces, donde existe, el oratorio propio de la AN. Y tienen «una duración mínima
de cinco horas de permanencia, incluida la santa Misa». En ocasiones, ese
tiempo se verá reducido, cuando, por ejemplo, es el grupo muy pequeño y no es
posible establecer varios turnos sucesivos de vela.
En la vigilia un sacerdote celebra la
Eucaristía y, si le es posible, administra antes el sacramento de la penitencia
a los adoradores que lo desean, les acompaña en la vigilia, y da la bendición
final con el Santísimo. Está prevista, sin embargo, la manera de celebrar
vigilias sin sacerdote, allí donde por una u otra razón no hay uno disponible.
Notas esenciales de la AN son tanto
la nocturnidad como la adoración prolongada, que para poder serlo se realiza
normalmente en turnos sucesivos. Es la modalidad tradicional que el mismo
Ritual de la Iglesia recomienda, en referencia a comunidades religiosas:
«Se ha de conservar también aquella
forma de adoración, muy digna de alabanza, en la que los miembros de la
comunidad se van turnando de uno en uno o de dos en dos, porque también de esta
forma, según las normas del instituto aprobado por la Iglesia, ellos adoran y
ruegan a Cristo el Señor en el Sacramento, en nombre de toda la comunidad y de
la Iglesia» (90).
Las vigilias de la AN se desarrollan
siguiendo un Manual propio que es bastante amplio y variado -la edición
española tiene 670 páginas-, en el que se incluyen un buen número de modelos de
vigilias, siguiendo los tiempos litúrgicos, en las diversas Horas. Recoge también
otras oraciones y cantos.
50. Espíritu
La AN, tras siglo y medio de
existencia, tiene un espíritu propio, que está expresado no solamente en sus
Estatutos, aprobados en cada país por la Conferencia Episcopal, sino también en
una tradición viva, que trataremos de plasmar a través de varias palabras
clave.
-Vocación. En la Iglesia todos tienen
que amar y ayudar a los pobres, pero no todos tienen que trabajar en Caritas o
en instituciones análogas; eso requiere una vocación especial. En la Iglesia
todos tienen que rezar y ayudar a las misiones, pero no todos tienen que irse
misioneros; sólo aquellos que son llamados por Dios. Etc.
En la Iglesia todos tienen que adorar
a Cristo en la Eucaristía. Evidente. No serían cristianos si no lo hicieran; y
en las Misas se hace siempre. Pero no todos están llamados a venerar
especialmente la presencia de Cristo en la Eucaristía, y menos en una larga
permanencia comunitaria, nocturna, orante, litúrgica, penitencial. Para eso
hace falta una gracia especial, que reciben cuantos fieles cristianos se
integran en la AN -o en otras obras análogas centradas en la devoción
eucarística-.
-Fidelidad personal a la vocación. No
se ingresa en la Adoración por una temporada. Al menos en la intención, el
cristiano ha de integrarse en la AN para siempre. Entiende que Dios le ha
llamado a ella con una vocación especial; y que, por tanto, es un don gratuito
que el Señor no piensa retirarle, pues quiere dárselo para siempre. En efecto,
«los dones y la vocación de Dios son irrevocables» (Rom 11,29).
Los Estatutos prescriben la
obligación de asistir a las 12 vigilias mensuales, más a las 3 extraordinarias
de Jueves Santo, el Corpus Christi y Difuntos. Pero aún más fuertemente los
adoradores se ven sujetos a la perseverancia por un amor que quiere ser fiel a
sí mismo, y también por una tradición de fidelidad muy frecuente. Ha habido
adoradores que en cincuenta años no han faltado a una sola vigilia. Si por
viaje, enfermedad o por lo que sea no pudieron asistir a su turno, acudieron
otro día a otro, como está mandado. En cualquier turno tenemos veteranos cuya
fidelidad conmovedora está diciendo a los novatos: "si no piensas perseverar
fielmente en la Adoración, no ingreses en ella. Acompáñanos en las vigilias
siempre que quieras, pero no te afilies a la Adoración Nocturna si no piensas
perseverar en ella".
-Fidelidad comunitaria al carisma
original. De la Cartuja se dice nunquam reformata, quia nunquam deformata. Algo
semejante podría decirse de la AN: no ha sido reformada desde su origen, porque
nunca se ha deformado. Su misma sencillez -de la que en seguida hablaremos-
hace posible su perduración secular.
En 1980, en la introducción a las
Bases doctrinales para un ideario de la AN, Salvador Muñoz Iglesias,
consiliario nacional de ANE, escribe: «La Adoración Nocturna en España cumplió
cien años [en 1977] sin perder su identidad. Mejor diríamos: cumplió cien años
porque no perdió su identidad, porque supo ser fiel al ideario que le diera
origen». Observación muy exacta..
Cuando el concilio Vaticano II trata
de la renovación de los institutos religiosos señala como uno de los criterios
decisivos la fidelidad al carisma original: «manténgase fielmente el espíritu y
propósitos propios de los fundadores, así como las sanas tradiciones» (PC 2).
Una Obra de Iglesia, como lo es la AN, ha de crecer y crecer siempre como un
árbol: en una fidelidad permanente a sus propias raíces.
-Penitencia. Espíritu de expiación y
reparación por los pecados propios y los del mundo. La Eucaristía es un
sacrificio de expiación por el pecado del mundo, y no se puede participar
verdaderamente de ella sin un espíritu penitencial. En la Eucaristía -tanto en
el Sacrificio como en el culto al Sacramento- nos ofrecemos con Cristo al Padre
como víctimas expiatorias.
Ya vimos que muchas de las Cofradías
del Santísimo más antiguas, como las del siglo XIII, se llamaban Cofradías de
Penitentes. También vimos que, concretamente, la Adoración Nocturna ha iniciado
su vida coincidiendo con episodios muy duros del Papado. Así fue como se
formaron aquellas cofradías y así nace también la AN.
Hay muchos pecados en el mundo y en
la Iglesia por los que expiar. Los adoradores, precisamente por su
espiritualidad eucarística -sacrificial, por tanto, victimar-, se sienten muy
llamados a expiar por los pecados propios y ajenos, sobre todo por los pecados
contra la Eucaristía. En los pueblos cristianos, concretamente, muchas
blasfemias se dirigen contra ella; muchísimos bautizados viven habitualmente
alejados de la Misa, de la comunión, de toda forma de devoción a la
Eucaristía... como si pudiera haber vida cristiana que no sea vida eucarística.
En América, el párroco admirable de
una enorme parroquia, comentando unos malos sucesos, nos decía: «Las cosas
están mal. Hay muchos males y mucho pecado. Voy a hacer todo lo posible para
establecer en mi parroquia la Adoración Nocturna». Es un hombre de fe. Se ve
que entiende el mundo y la misión que en él debe cumplir.
Sin un espíritu penitencial firme no
se puede perseverar en la AN un mes y otro, año tras año, con frío o calor, con
indisposiciones corporales o cansancios, con disgustos y preocupaciones, con
viajes, espectáculos y fiestas. Sin espíritu penitencial, no puede haber
fidelidad perseverante al compromiso de la Adoración, libremente asumido por
amor a Cristo, a la Iglesia y al mundo. Se participará en sus vigilias unas
veces sí, otras no, subordinando la asistencia a cualquier eventualidad. Y se
acabará en la deserción. Es el amor, el amor capaz de cruz penitencial, el
único que tiene fuerza para perseverar fielmente.
-Diversidad de miembros. En una Misa
parroquial se reúnen feligreses de toda edad y condición, pues la Eucaristía
-así se entendió desde el principio- es precisamente el sacramento de la unidad
de la Iglesia: «siendo muchos, somos un solo cuerpo, porque todos participamos
de un solo pan» (1Cor 10,17). Pues bien, es también característico de la
Adoración Nocturna, desde sus inicios, que en sus turnos se reúnan en grata
fraternidad jóvenes y ancianos, personas cultas y otras ignorantes, médicos,
zapateros, funcionarios, campesinos, todos unidos en la celebración, primero, y
en la adoración después de la Eucaristía, el sacramento de la unidad.
En un Discurso al Congreso de
Malinas, en 1864, el padre Hermann hacía notar que la AN, que obtuvo un rápido
desarrollo en Inglaterra, hubo de superar en primer lugar un clasismo cerrado,
muy arraigado en aquellas gentes: «La Adoración Nocturna encuentra serios
obstáculos en el carácter, costumbres e ideas de este pueblo esencialmente dado
a las comodidades materiales, y en el que el respeto por las desigualdades
sociales hace muy difícil la fusión de las diferentes clases de la sociedad. Si
un inglés de alta alcurnia necesita tener una virtud casi heroica para pasar
parte de una noche descansando sobre un colchón duro en exceso, junto a un
obrero o al lado de un pequeño comerciante, a éstos no les cuesta menos
hallarse en un mismo pie de igualdad tan completa con el gran señor» (Sylvain
246).
-Gente sencilla. Por supuesto, hay en
la Adoración cristianos muy cultos, económicamente fuertes, políticamente
importantes, etc. Pero, ya desde sus comienzos, es evidente que la mayoría de
sus miembros son personas socialmente modestas.
Los primeros adoradores de Jesús, el
Emmanuel, Dios-con-nosotros, son María y José: personas modestas. Y en seguida,
avisados por los ángeles, acuden a adorarle unos pastores: gente humilde. Más
tarde, conducidos por la estrella, llegaron los «magos», grandes personajes...
Y así viene a ser siempre.
En el Cincuentenario de la AN en
Francia, Mr. Cazeaux, en la Memoria, hacía recuerdo de aquel primer grupo de
diecinueve adoradores, en su mayoría gente muy modesta. « ¿A quién se dirige
[nuestro Señor] para realizar sus designios, especialmente para la realización
de las obras que más caras le son, que más le interesan? A los pequeños, a los
humildes, a los menospreciados por el mundo. Claro está que veremos también [en
la AN] a personas notables y distinguidas, pero el grueso de la tropa se
compone de simples empleados y de obreros ignorados por el mundo.
«Y todavía continúa siendo lo mismo.
Entre todas las parroquias de París, las más fervientes y las que dan el mayor
número de adoradores son las parroquias de los arrabales. En ellas los obreros,
que todo el día se han afanado en el trabajo, no regatean la noche a Nuestro
Señor, y se ve a algunos que dejan la adoración de madrugada, antes de la
primera Misa, que ni siquiera pueden oír, porque deben hallarse temprano en la
reanudación del trabajo» (Sylvain 432-433).
-Sencillez. En la AN todo es muy
sencillo. Ésa es una de las razones por la que se manifiesta válida para
personas, para espiritualidades y para naciones muy diversas.
Es muy sencilla -sustancial y
universal- la doctrina espiritual que la sustenta. De hecho, es asumida por
personas de filiaciones espirituales muy diversas. Es sencilla su organización
interna: un Consejo Nacional, un Consejo Diocesano, presidentes de sección, jefes
de turno.
Es sencilla la estructura de sus
vigilias nocturnas: breve reunión, rosario y confesiones, santa Misa, turnos de
vela en los que se alterna el rezo de las Horas y la oración en silencio, más
una Bendición final.
Antes hemos citado al Vaticano II,
que exige a los institutos religiosos un retorno constante «a la primitiva
inspiración». Pero el concilio también les exige para su adecuada renovación
«una adaptación a las cambiadas condiciones de los tiempos» (PC 2). Pues bien,
por lo que se refiere a los modos de celebrar las vigilias nocturnas de la
Adoración, se comprende que unas celebraciones tan perfectas en su sencillez
hayan perdurado en su forma durante tantos años.
Al menos en lo substancial, ¿qué
habría que añadir, quitar o cambiar en un orden tan armonioso, tan simple y
perfecto, y tan probado además por la experiencia?... Cristianos ajenos a la AN
sienten, a veces, la necesidad de introducir en ella grandes cambios. Pero,
curiosamente, quienes son miembros de ella y la viven, normalmente, no sienten
la necesidad de tales cambios, sino que se sienten muy bien en ella, tal como
es.
Algunos cambios, sin embargo, se han
hecho al paso de los años, y se han cumplido, sin duda, en buena hora: paso del
latín a la lengua vernácula, abandono progresivo de algunos símbolos militares
o cortesanos perfectamente legítimos, pero que han ido quedando alejados de la
sensibilidad de nuestro tiempo.
Si la AN acentuase ciertos aspectos
de la espiritualidad cristiana -lo que, por otra parte, sería perfectamente
legítimo: en tantas obras católicas se dan, por la gracia de Dios, esas
acentuaciones-, vendría a ser un camino idóneo para ciertas espiritualidades,
pero no para otras; para ciertos tiempos o lugares, pero no para otros.
Por el contrario, la noble sencillez
de la AN, en sus líneas esenciales, es idónea para acoger -y de hecho acoge- a
personas, grupos o naciones de muy diversos talantes y espiritualidades.
Concretamente, el orden fundamental de sus vigilias, tanto por la calidad
absoluta de sus ingredientes -Misa, adoración del Santísimo, rezo de las Horas,
oración silenciosa, permanencia nocturna-, como por el orden armonioso que los
une, goza de una perfecta sencillez, que le permite perdurar pacíficamente al
paso de los años y de las generaciones en muchas naciones.
51. En 1848, hace ciento cincuenta años
-En 1848 se publica el Manifiesto
comunista. Es elaborado por el judío Karl Heinrich Marx (1818-1883) y por
Friedrich Engels (1820-1895). Marx nace en Tréveris, al noroeste de Alemania,
cerca de Luxemburgo. Estudia derecho, pero pronto, bajo el influjo de Hegel
(1770-1831), se dedica a la filosofía, y más tarde a la economía y la política.
El marxismo, que de él deriva, se extendió desde entonces por gran parte del
mundo, y tuvo su mayor fuerza en la Unión Soviética.
Según un informe de la KGB, de 1994,
cuarenta y dos millones de rusos fueron asesinados por los comunistas entre
1928 y 1952. El número de muertos por el comunismo se amplía enormemente si se
mira el conjunto de las naciones en que estuvo vigente: «el total se acerca a
la cifra de cien millones de muertos» (AA.VV., El libro negro del Comunismo,
Planeta-Espasa 1998, 18). En 1989, con la caída del muro de Berlín, decayó en
gran medida el poderío del comunismo.
-En 1848, asimismo, se inicia la
Adoración Nocturna. Es fundada por el judío converso Hermann Cohen (1810-1870),
nacido en Hamburgo, al norte de Alemania, a unos 500 kilómetros de Tréveris.
La AN, que la gracia de Dios inició y
mantiene, ha dado excelentes frutos entre los laicos, ha suscitado un gran
número de vocaciones sacerdotales y religiosas, y está hoy presente, y con
buena salud, en treinta y cinco naciones.
Solamente en España, la AN tiene ya
diez Beatos que fueron adoradores, el último el gitano Ceferino Giménez Malla,
«El Pele»; en tanto que otros doce están en proceso de beatificación. Uno de
ellos, Alberto Capellán Zuazo, ha sido declarado recientemente «venerable».
52. Dios lo
quiere
Actualmente la AN en unos lugares
crece y florece, y en otros languidece y disminuye. Esta alternativa puede
explicarse sin duda por condicionamientos externos, por situaciones de Iglesia,
como los que hemos considerado antes al hablar de la sacralidad y la
secularización. Pero aún más se debe a causas internas, es decir, al espíritu
de los mismos adoradores. En éstas centramos ahora nuestra atención.
La AN decae y disminuye allí donde el
amor a la Eucaristía se va enfriando en sus adoradores; donde una adoración de
una hora resulta insoportable; donde los adoradores, entre una y otra vigilia,
no visitan al Señor en los días ordinarios; donde la oración es muy escasa, y
no se pide suficientemente a Dios nuevas vocaciones de adoradores, ni se
procuran éstas con el empeño necesario; donde se acepta con resignación que las
iglesias estén siempre cerradas, aún allí donde podrían estar abiertas...
Los adoradores que están en este
espíritu aceptan ya, sin excesiva pena, la próxima desaparición de la AN en su
parroquia o en su diócesis, atribuyendo principalmente esa pérdida a causas
externas, sobre todo a la falta de colaboración de ciertos sacerdotes. Y no se
dan cuenta de que son ellos mismos, los adoradores con muy poco espíritu de
adoración, los que amenazan disminuir la AN hasta acabar con ella.
La AN, por el contrario, crece y
florece allí donde los adoradores mantienen encendida la llama del amor a Jesús
en la Eucaristía, y viven con toda fidelidad las vigilias tal como el Manual y
la tradición las establecen; allí donde los adoradores adoran al Señor no sólo
de noche, una vez al mes, sino también de día, siempre que pueden; allí donde
piden al Señor nuevos adoradores con fe y perseverancia; allí donde difunden la
devoción eucarística y procuran con todo empeño que las iglesias permanezcan
abiertas...
Donde más se necesita actualmente la
AN -o cualquier otra obra eucarística- es precisamente allí donde la devoción a
la Eucaristía está más apagada. Allí es donde más quiere Dios que se encienda poderosa
la llama de la AN. Si los adoradores, fieles al Espíritu Santo, con oración y
trabajo, procuran el crecimiento de la Adoración, empezando por vivirla ellos
mismos con toda fidelidad, la AN crece: ellos plantan y riegan, y «es Dios
quien da el crecimiento» (1Cor 3,6).
Dios ha concedido por su gracia a la
Adoración Nocturna ciento cincuenta años de vida en la Iglesia. Que Él mismo,
por su gracia, le siga dando vida por los siglos de los siglos. Amén.
E. LAS
VIGILIAS MENSUALES
La AN concentra su identidad en la
celebración mensual de las vigilias nocturnas. El adorador se compromete a
asistir durante el año a doce vigilias mensuales y a tres extraordinarias:
Jueves Santo, Corpus y Difuntos.
Las vigilias, en principio, podrían
celebrarse de modos muy diversos: podrían ser más largas, con más lecturas o
con silencios mayormente prolongados, o más breves, como una Hora santa, más
didácticas o con menos elementos de formación, con más o menos rezos comunitarios,
con mayor o menor solemnidad en las formas, etc. Pues bien, las vigilias de la
Adoración Nocturnas han de celebrarse siguiendo con fidelidad lo que prescribe
su propio Manual, de uso en todos los grupos, aunque ciertas acomodaciones
vendrán a veces exigidas por las circunstancias internas del grupo o por
condicionamientos externos.
No es raro hoy, con tantos viajes y
con calendarios de actividades a veces tan apretados, que los adoradores no
puedan asistir una noche a su turno, sino que ese mes deban hacer su vigilia en
otro. Es hermoso que en diversos turnos, ciudades e incluso países, hallen una
forma común de celebrar las vigilias nocturnas de adoración.
Y esta uniformidad aún tiene otra
razón más profunda: la vigilia se ordena con un rito propio, en todas partes el
mismo, y siempre el rito «implica por sí mismo repetición tradicional,
serenamente previsible. Así es como el rito sagrado se hace cauce por donde
discurre de modo suave y unánime el espíritu de cuantos en él participan. Así
se favorece en el corazón de los fieles la concentración y la elevación, sin
las distracciones ocasionadas por la atención a lo no acostumbrado» (J.
Rivera-J.M. Iraburu, Síntesis de espiritualidad católica, Fund. GRATIS DATE,
Pamplona 19944, 96).
Por eso, quienes en sus vigilias, sin
razón suficiente, alteran un poco el Manual, alteran un poco la AN. Sin
embargo, en algunos casos, ciertas variaciones, vienen obligadas por las
circunstancias: muy reducido número de adoradores, carencia de una sala de
reunión, frío en la iglesia, etc. Y como se comprende, están justificadas. Hay,
pues, que cumplir lo establecido en la AN lo mejor que se pueda. No más.
Pero quienes arbitrariamente
configuran sus vigilias en modos diversos a los del Manual, aunque realicen
provechosas y bellas celebraciones -sugeridas quizá por un sacerdote
bienintencionado, pero que apenas conoce la AN, o propuestas por algún
adorador-, abandonan la AN. Ésta es una asociación de fieles, con su propia
forma y tradición, a la que los cristianos se afilian libremente, y que se rige
por Estatutos aprobados por la Iglesia y por normas concretas de acción y
celebración.
54. La Liturgia
de las Horas
La Liturgia de las Horas es la
oración de la Iglesia, la oración más sagrada y santificante de todo el pueblo
de Dios; es, como dice el Vaticano II, «la voz de la misma Esposa que habla al
Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su Cuerpo, al Padre» (SC 84).
Como es sabido, durante muchos siglos
fue la oración habitual de las comunidades cristianas. De suyo, pues, las Horas
litúrgicas son de los laicos tanto como lo es la Misa. Pero más tarde, por una
serie de circunstancias, fue quedando su rezo relegado, en la práctica, a
sacerdotes y religiosos.
Por tanto, cuando el concilio
Vaticano II recomienda «que los laicos recen el Oficio divino o con los
sacerdotes o reunidos entre sí, e incluso en particular» (SC 100), toma una
decisión de extraordinaria importancia para la espiritualidad cristiana laical.
Así lo han entendido muchas asociaciones seglares y muchos laicos en
particular, que en los últimos años han ido asumiendo el rezo de las Horas,
sobre todo de Laudes y Vísperas, que son «las Horas principales» (SC 89).
Pues bien, eso es lo que hace mucho
tiempo venían haciendo en todas partes los laicos de la Adoración Nocturna. Por
eso los adoradores hoy han de seguir recitando o cantando las Horas -Vísperas,
el Oficio de lecturas, Laudes- con un fervor renovado, es decir, con una
acrecentada conciencia de la maravilla que supone rezar la Liturgia de las
Horas en unión con Cristo, su protagonista celestial, y en el nombre de la
Iglesia.
Las Horas, en todo caso, han de ser
rezadas con pausa, sin prisa, con atención, con toda devoción: «Por eso se
exhorta en el Señor a los sacerdotes y a cuantos participan en dicho Oficio [divino]
que, al rezarlo, la mente concuerde con la voz y, para conseguirlo mejor,
adquieran una instrucción litúrgica y bíblica más rica, principalmente acerca
de los salmos» (SC 90).
55. Esquema de
una vigilia
Pero expongamos ya el orden que el
Manual de la Adoración Nocturna de España, en la edición de 1996, establece
para la celebración de una vigilia. Señalamos entre paréntesis los tiempos que
a cada acto se calculan, aunque son bastante variables, según se hagan pausas
más o menos largas, se canten algunas partes, etc.
-(30') Reunión previa, en una sala,
normalmente.
-(20') Rosario, en la misma sala o ya
en la iglesia.
-(20') Vísperas, en la iglesia.
-(45') Eucaristía, que termina con la
exposición del Santísimo.
-(60'+60'+...) Turnos de vela. El
número de turnos dependerá del número de adoradores. En cada turno: Oficio de
lectura (25') y oración personal (35').
La Eucaristía y los turnos de vela
forman el corazón mismo de la vigilia, y deben por tanto celebrarse con la
mayor plenitud posible. Es importante tener presente esto cuando la necesidad
obligue a suprimir o abreviar alguna otra parte de la vigilia. Durante el turno
de vela, unos lo cumplen en la iglesia, mientras los demás están en una sala
aparte.
-(30') Laudes y Bendición eucarística,
todos reunidos de nuevo.
Se termina con un canto y oración a
la Virgen.
Comento brevemente cada parte,
ateniéndome a lo que dispone el Manual.
56.Reunión
previa
No es, por supuesto, el centro de la
vigilia de la AN, y por eso ha de tenerse cuidado para que no se alargue
indebidamente, restando tiempo a las partes más importantes.
Se inicia la reunión previa con la
colocación de las insignias y la oración: Señor, tu yugo...
En ella, en seguida, se preparan los
detalles de la vigilia; se distribuyen las funciones, según el número de
asistentes, procurando que en lo posible actúen varios: salmista, lector,
cantor, acólito, etc; se comunican y comentan avisos y noticias, con la ayuda
quizá de la hoja o boletín de la AN en la diócesis; se repasa la lista de los
asistentes, anotando presencias y ausencias; se distribuye la composición de
los turnos; se expone el tema de meditación o formación.
El tema puede ser leído o expuesto
por el director espiritual, por uno de los responsables del turno o por alguno
de los adoradores. Puede emplearse como base textos ofrecidos por el Consejo
Nacional de la AN, por el Consejo Diocesano, elegidos por el director
espiritual o por el mismo grupo: números, por ejemplo, del Catecismo de la
Iglesia Católica, comentarios litúrgicos a la fiesta del día, una o dos páginas
de un libro de espiritualidad eucarística, etc. Un diálogo posterior, aunque no
necesario, puede ser sin duda muchas veces provechoso.
El responsable del grupo -jefe de
turno, secretario, etc.- debe moderar y conducir la reunión adecuadamente. No
conviene, al menos normalmente, que la reunión previa sobrepase la media hora.
Ello iría normalmente en detrimento de las partes principales de la vigilia.
57.Rosario y
confesiones
Aunque el Manual no prescribe el rezo
en común del Rosario, sí lo recomienda, y de hecho suele rezarse en la gran
mayoría de los grupos. La AN es muy mariana: no olvida nunca que el Corpus
Christi que adora es el nacido de la Virgen María -«corpus datum, corpus natum
ex Maria Virgine»-; y que Ella, con san José y los pastores, fue la primera y
la mejor adoradora de Jesús. Es normal, pues, que ya desde el principio los
adoradores invoquen para la vigilia la asistencia espiritual de su gloriosa
Madre.
El Rosario puede ser rezado al
principio, en la sala de reunión, o cuando los adoradores van a la iglesia
-suele ser lo más común-; o más tarde en la sala, mientras otros están haciendo
en la iglesia el turno de vela. Lo importante es que se rece.
La confesión, durante el Rosario o en
otro momento conveniente, es también una parte no obligada, pero muy preciosa.
Para muchos adoradores es la manera mejor para asegurar una vez al mes el
sacramento de la penitencia. Así lo decía Juan Pablo II a la AN de España:
La piedad eucarística «os acercará
cada vez más al Señor. Y os pedirá el oportuno recurso a la confesión
sacramental, que lleva a la Eucaristía, como la Eucaristía lleva a la
confesión. ¡Cuántas veces la noche de adoración silenciosa podrá ser también el
momento propicio del encuentro con el perdón sacramental de Cristo!» (31-X-1982).
58.Vísperas
En la Liturgia de las Horas la
oración de las Vísperas se celebra al terminar el día, «en acción de gracias
por cuanto se nos ha concedido en la jornada y por cuanto hemos logrado
realizar con acierto» (Ordenación gral. LH 39a).
Tal como suelen celebrarse
actualmente las vigilias de la AN, las Vísperas llegan un poco tardías, es
cierto; en tanto que, por el contrario, el rezo de Laudes, llega normalmente
demasiado temprano. Pero esto no tiene mayor importancia. En efecto, rezar en
comunidad litúrgica la oración de la Iglesia, aunque no sea en su momento
exacto del día, vale mucho más que hacer otros rezos no litúrgicos, por dignos
que éstos puedan ser.
Por lo demás, la Iglesia no manda,
sino aconseja «que en lo posible las Horas respondan de verdad al momento del
día... Ayuda mucho, tanto para santificar realmente el día como para recitar
con fruto espiritual las Horas, que la recitación se tenga en el tiempo más
aproximado al verdadero tiempo natural de cada Hora canónica» (Ordenación gral.
LH 11).
A ciertos objetantes del tiempo de
las Horas en la AN actual convendría recordarles aquello de Cristo: «coláis un
mosquito y os tragáis un camello» (Mt 23,24).
59. Celebración
de la Eucaristía
La celebración del Sacrificio
eucarístico es, indudablemente, el centro absoluto de toda vigilia de la AN,
como es el centro y el culmen de toda existencia cristiana, personal o
comunitaria (Vat. II: LG 11a; CD 30F; PO 5bc, 6e; UR 6e). La reunión previa, el
Rosario, la confesión penitencial, la acción de gracias de las Vísperas, todo
ha de ser una preparación cuidadosa para la Misa; y del mismo modo, la
adoración posterior del Sacramento y el rezo final de los Laudes han de ser la
prolongación más perfecta de la misma Misa.
El momento ideal de la Misa es, como
hemos dicho, al principio de la vigilia, de tal modo que la adoración
eucarística derive, incluso sensiblemente, del Sacrificio. Sin embargo, la
escasez de sacerdotes u otras circunstancias pueden obligar a celebrar la Misa
al final de la vigilia. O quizá incluso antes de la vigilia -por ejemplo, una
Misa parroquial de fin de tarde-, para iniciar después, pero partiendo de esa
Misa, la celebración de la vigilia. Hágase en cada caso lo que mejor convenga.
Pero eso sí, entendiendo bien el sentido y el valor de cada parte de la vigilia
y del conjunto total de la misma.
En la celebración misma de la
Eucaristía participamos del Sacrificio de Cristo, ofreciéndonos con él al Padre,
para la salvación del mundo; adoramos su Presencia real; comulgamos su Cuerpo
santísimo, pan vivo bajado del cielo.
Es posible, y a veces será
conveniente, celebrar en la vigilia de forma unida las Vísperas y la
Eucaristía. Pero otras veces convendrá celebrarlas en forma separada. Así cada
una conserva toda su plenitud y armonía. Y por lo demás, la noche es larga...
No hay prisa. La prisa es totalmente ajena al espíritu de la AN.
60. Oración de
presentación de adoradores
Para las diversas semanas o los tiempos
litúrgicos cambiantes, el Manual ofrece varios modelos de «oración de
presentación de adoradores», todos los cuales tienen algo en común: su
profundidad teológica y su notable belleza espiritual.
Si alguien quiere enterarse bien de
lo que significa y hace la AN, lea y medite con atención estas oraciones en sus
diversos modelos. En ellas se confiesan, de maravillosa forma orante, todos los
fines de la adoración eucarística, y concretamente de la AN.
61.Turnos de
vela
Con la Oración de presentación y el
Invitatorio se inician los turnos de vela. Cuando un cierto grupo de la AN se
compone, por ejemplo, de veintiún miembros, lo normal es que se repartan en
tres turnos de vela, siete en cada uno. O que se establezcan al menos dos
turnos, de diez y once adoradores. No olvidemos que la AN asume como fin velar
en la noche prolongadamente ante el Santísimo.
«Cada turno de vela es de una hora».
De esa hora, más o menos, una mitad se ocupa en el rezo del Oficio de lecturas,
y la otra mitad en la oración personal silenciosa.
-El Oficio de lectura, lo mismo que
Laudes y Vísperas, es una parte de la Liturgia de las Horas. En las vigilias de
la AN es, en concreto, la parte más directamente heredera de las antiguas
vigilias de oración en la noche. De hecho, en la renovada Liturgia de las
Horas, el Oficio de lectura conserva su primitivo acento de «alabanza
nocturna», aunque está dispuesto de tal modo que pueda rezarse a cualquier hora
del día (Ordenación gral. LH 57-59).
La AN -esta vez sí- celebra el Oficio
de lectura en la hora nocturna que le es más propia y tradicional. Es ésta una
Hora litúrgica bellísima, meditativa, contemplativa, alimentada por los salmos,
la Sagrada Escritura y la lectura de «las mejores páginas de los autores
espirituales» (ib. 55). En las vigilias, esta Hora, más aún, está alimentada
por la presencia real del mismo Cristo, que es Luz y Verdad, Camino y Vida.
El Manual ofrece un buen elenco de
elegidas lecturas. Pero puede ser muy conveniente, para aumentar la variación,
la riqueza y la adecuación exacta al momento del año litúrgico, hacer aquellas
lecturas exactas de la Biblia y de los autores eclesiásticos que la Liturgia de
las Horas dispone precisamente para el día en que se celebra la vigilia.
Bastará para ello el breviario del sacerdote; o que el turno disponga de un
ejemplar de las Horas oficiales; o ayudarse de otros libros, como Sentir con
los Padres, que traen esas lecturas oficiales de las Horas (Regina, Barcelona
1998).
-La oración personal silenciosa, una
vez rezado el Oficio de lectura, mantiene al adorador en oración callada y
prolongada ante la presencia real de Jesucristo, sobre el altar, en la
custodia. Para muchos adoradores es éste el momento más precioso de toda la
vigilia. Sí, la Misa y el rezo de las Horas son aún más preciosos, de suyo, por
supuesto; pero eso quizá ya el adorador lo tiene todos los días a su alcance.
Por el contrario, ese tiempo largo, nocturno y silencioso en la presencia real
de Cristo, el Amado, oculto y manifiesto en la Eucaristía, es un tiempo
sagrado, que ha de ser gozado y guardado celosamente, no permitiendo que en
modo alguno sea abreviado sin razón suficiente. De lo contrario, se acabaría
matando la AN.
Ya hemos dicho lo que dispone el
Manual: «cada turno de vela es de una hora». Si el Señor nos da 24 horas cada
día, y unos 30 días todos los meses, ¿será mucho que una vez al mes le
entreguemos a Él, inmediata y exclusivamente, una hora, una hora de sesenta
minutos? Tanto si en ella estamos gozosos o aburridos, como si estamos
despiertos o adormilados, el caso es que, ante la custodia, nos entreguemos al
Señor fielmente y con todo amor una hora al mes.
Es cierto que, en determinadas
condiciones, quizá convenga reducir ese tiempo. Y esa reducción será buena y
conveniente cuando se realiza por razones válidas. Pero no si se hace por falta
de amor o de espíritu de sacrificio. Cristo, como hizo con sus más íntimos,
Pedro, Santiago y Juan, nos ha llevado consigo en la noche a orar en el Huerto.
Que no tenga que reprocharnos como a ellos: «no habéis podido velar conmigo una
hora?» (Mt 26,40).
En el turno de vela los adoradores,
orando con la Liturgia o en silencio ante el Santísimo, cobran en la noche una
especial conciencia de estar representando a la santa Iglesia y a todos los
hombres de buena voluntad. Una vez al mes, es un tiempo prolongado para alabar
al Señor y darle gracias por tantos beneficios materiales y espirituales
recibidos por nosotros y por los demás hombres. Es un tiempo para pedir por la
familia, por la parroquia, por la diócesis, por las personas conocidas más
necesitadas, por las vocaciones sacerdotales y religiosas, por las misiones,
etc. Y también un tiempo para expiar el pecado del mundo, como claramente se
indica en el rezo de las Preces expiatorias.
62. Laudes
Concluidos los turnos sucesivos, los
adoradores que estaban descansando en la sala se unen a quienes terminan su
tiempo de vela, y todos juntos, asumiendo de nuevo la oración litúrgica de la
Iglesia, rezan los Laudes.
Esta Hora, cuyo tiempo más apropiado
es el amanecer, celebra especialmente «la resurrección del Señor Jesús, que es
la luz verdadera que ilumina a todos los hombres, y el sol de justicia, que
nace de lo alto (Jn 1,9; Mal 4,2; Lc 1,78)» (Ordenación gral. LH 38). En los
Laudes suele predominar -y de ahí el nombre- el impulso de la alabanza,
especialmente en los salmos.
El Manual ofrece la posibilidad de
que en lugar de los Laudes, donde así se estime conveniente, se recen Completas,
otra de las Horas litúrgicas.
63. Bendición
final
Si la vigilia ha sido presidida por
un sacerdote o un diácono, termina, como la Misa, con una bendición. Cristo
mismo, en el signo de la cruz sacrificial, por mano de su ministro, bendice a
los adoradores que le han acompañado esa noche con amor.
«Al acabar la adoración, el sacerdote
o diácono se acerca al altar, hace genuflexión sencilla, se arrodilla a
continuación, y se canta un himno u otro canto eucarístico. Mientras tanto, el
ministro arrodillado inciensa el Santísimo Sacramento, cuando la exposición
tenga lugar con la custodia» (Ritual 97).
Si no hay sacerdote o diácono, no se
da la bendición, y uno de los adoradores recoge sencillamente el Santísimo en
el sagrario. La Iglesia le autoriza a hacerlo (Ritual 91).
La vigilia termina con un canto y
oración a la Virgen María, de la que nació el Corpus Christi adorado esa noche.
Y con el lema propio de la AN:
-Adorado sea el Santísimo Sacramento.
Sea por siempre bendito y alabado
-Ave María Purísima. Sin pecado
concebida.
Bibliografía.
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Doren, Dom Rombaut, La réserve eucaristique, «Questions Liturgiques» 63 (1982)
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réelle et Magistère, DSp IV, 1637-1648.
APENDICE
AGREGADO POR EL EDITOR:
EXTRACTO DEL MANUAL DE FORMACION DE
COFRADES Y COFRADIAS DE LA UNION DIOCESANA DE COFRADIAS DEL SANTISIMO
SACRAMENTO. DIOCESIS DE MARACAY-ARAGUA-VENEZUELA.
II PARTE DE
FORMACION: “SOY GUARDIAN”
1. ¿Qué es adorar?
Es la
relación connatural del hombre con Dios, de la creatura inteligente con su
Creador. Los hombres y los ángeles deben adorar a Dios. En el cielo, todos, las
almas bienaventuradas de los santos y los santos ángeles, adoran a Dios. Cada
vez que adoramos nos unimos al cielo y
traemos nuestro pequeño cielo a la tierra.
La adoración
es el único culto debido solamente a Dios. Cuando Satanás pretendió tentar a
Jesús en el desierto le ofreció todos los reinos, todo el poder de este mundo
si él lo adoraba. Satanás en su soberbia de locura, pretende la adoración
debida a Dios. Jesús le respondió con la Escritura “Solo a Dios adorarás y a Él
rendirás culto”
2. ¿A quién adoramos?
La adoración
es única y propia de Dios. Adorarás al Señor tu Dios y le servirás, no vayáis
en pos de otros dioses. (Dt 6, 13-14). La primera llamada y la justa exigencia
de Dios consisten en que el hombre lo acoja y lo adore.
“Al solo
Dios del cielo adoro; a Él únicamente le ofreceré sacrificios y le quemaré
incienso. Y a nadie más”. Santa Eulalia (Martir)
3. ¿Por qué le adoramos?
Porque digno
es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la
sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición (Ap.5,12)
4. ¿Para qué le adoramos?
Porque en
medio de la adoración, Él sana nuestras heridas, nos consuela, nos anima, nos
alienta. El Espiritu Santo está dispuesto a dar buenas noticias: a los
afligidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los
cautivos, abre las puertas a los prisioneros, consuela a todos los que lloran;
cubre con un manto de alegría a los enlutados de corazón y da su óleo de gozo
al de espíritu angustiado. Isaías 61.
5. ¿Cómo lo adoramos?
Juan 4, 24.
Jesús dijo: Debemos adorar a Dios en Espíritu y en Verdad.
6. ¿Cuándo lo adoramos?
Adorar a
Dios es reconocer, con respeto y amor absoluto, la “nada de la criatura””, que
solo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí
mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que Él ha
hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cfLc 1,46-49). La adoración del
Dios único libera al hombre del repliegue sobre si mismo, de la esclavitud, del
pecado y de la idolatría del mundo.
7. ¿Dónde lo adoramos?
En el
augusto Sacramento del Altar. En la hostia consagrada, porque sabemos que esta
Jesús presente, su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
8. Qué es la Adoración Eucarística?
Es adorar a
la divina presencia real de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en la
Eucaristía. Jesucristo, al comer la pascua judía con los suyos, aquella noche
en la que iba a ser entregado, tomo pan en sus manos, dando gracias bendijo al
Padre y lo paso a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed todos de él, esto es
mi cuerpo que será entregado por vosotros”, al final de la cena, tomó el cáliz
del vino, volvió a dar gracias y a bendecir al Padre y pasándolo a los
discípulos dijo: “Tomad y bebed todos de él, este es el cáliz de mi sangre.
Sangre de la Alianza Nueva y Eterna que será derramada por vosotros y por
muchos para el perdón de los pecados”.
En la
Eucaristía adoramos a Dios en Jesucristo, y Dios es Uno y Trino, porque es Dios
no hay divisiones. Jesucristo es Uno con el Padre y el Espíritu Santo y, como
enseña el Concilio de Trento, está verdaderamente, realmente, substancialmente
presente en la Eucaristía.
La iglesia
cree y confiesa que “en el augusto sacramento de la Eucaristía, después de la
consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y substancialmente
nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia de
aquellas cosas sensibles”. (Trento 1551: Dz 874/1636).
Quien adora
da testimonio de amor, del amor recibido y de amor correspondido, y además da
testimonio de fe.
9. ¿Qué es Minerva?
Es la
procesión eucarística de la Minerva, que solía realizarse en las parroquias los
terceros domingos de cada mes, procede de la iglesia romana de Santa María
sopra Minerva de Roma. Fue allí donde salió por primera vez el Santísimo
Sacramento en procesión solemne.
El origen de
esta loable Cofradía se remonta al s.XVI, el año 1539 en que fue fundada en
Roma y aprobada por el Papa Paulo III mediante la bula Dominus Noster Jesus
Chistus del 30 de noviembre. Su nombre se debe a que la cofradía se estableció
en la Iglesia de Santa María sopra Minerva, construida sobre el templo de la
diosa Minerva, y regentada por los frailes dominicos, que habían recibido la propiedad
del papa Alejandro IV en el s. XIII.
Dicha
Basilica está aún en pie en Roma en la zona del Campo de Marte, aunque se
desconoce la historia del templo de Minerva, que debió ser construido por
Pompeyo en torno al año 50, el Delubrum Minervae. La finalidad de la Cofradía
fue promover el culto del Santisimo Sacramento, porque a partir del concilio de
Trento y del Decreto de Paulo III, era obligatorio colocar el Sagrario o el
Tabernario de la Reserva Eucarístico sobre el altar; esto promovió la aparición
de capillas destinadas al culto eucarístico.
10. Corpus Christi.
A fines del
siglo XIII surgió en Leija, Bélgica, un Movimiento Eucarístico cuyo centro fue
la Abadía de Cornillón fundada en 1124 por el Obispo Albero de Leija. Este
movimiento dio origen a varias costumbres eucarísticas, como por ejemplo la
Exposición y Bendición con el Santísimo
Sacramento, el uso de las campanillas durante la elevación en la Misa y la
fiesta del Corpus Christi.
Santa
Juliana de Mont Cornillón, por aquellos
años priora de la Abadía, fue la enviada de Dios para propiciar esta
Fiesta. Desde joven, Santa Juliana tuvo una gran veneración al Santísimo
Sacramento. Y siempre anhelaba que se tuviera una fiesta especial en su honor.
Este deseo se dice haber intensificado por una visión que tuvo de la iglesia
bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la
ausencia de esta solemnidad. Juliana
comunicó estas apariciones a Mons. Robeerto de Thorete, el entonces obispo de
Lieja, también el docto Dominico Hugh, mas tarde cardenal legado de los Países
bajos y a Jacques Pantaleón, mas tarde Papa Urbano IV. El obispo Roberto se
impresionó favorablemente y, como en ese tiempo, los obispos tenían el derecho
de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo de 1246 y ordenó que la
celebración se tuviera el año entrante; al mismo tiempo el Papa ordenó , que un
monje de nombre Juan escribiera el oficio para esa ocasión. El decreto está
preservado en Binterim (Denkurdigkeiten, V.I 276) , junto con algunas partes
del oficio. El papa Urbano IV, por aquel entonces tenía la corte en Orvieto, un
poco al norte de Roma. Muy cerca de esta localidad se encuentra Bolsena, donde
en 1263 o 1264 se produjo el Milagro de Bolsena; un sacerdote que celebraba la
santa misa tuo dudas de que la consagración fuera algo real. Al momento de
partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre de la que que empapado en seguida el
corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto el 19 de
junio de 1264. Hoy se conservan los corporales donde se apoya el cáliz y la
patena durante la Misa en Orvieto, y también
se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de sangre. El
Santo Padre movido por el prodigio y a petición de varios obispos, hace que se
extienda la fiesta del Corpus Christi a toda la iglesia por medio de la bula
“Transiturus” del 8 de septiembre del mismo año, fijándola para el jueves
después de la octava de Pentecostés y otorgando muchas indulgencias a todos los
fieles que asitieran a la Santa Misa y al oficio. La muerte del Papa Urbano IV
(el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto,
obstaculizó que se difundiera la fiesta. Pero el Papa Clemente V tomó el asunto
en sus manos y, en el concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la
adopción de esta fiesta. En 1937 se promulga una recopilación de leyes por Juan
XXII y así se extiende la fiesta a toda
la iglesia. Finalmente, el concilio de Trento declara que muy piadosa y
religiosamente fue introducida en la iglesia de Dios la costumbre, que todos
los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable
sacramento con singular veneración y solemnidad, y reverente y honoríficamente
sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto los
cristianos atestiguan su gratitud y
recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace
nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de
Nuestro Señor Jesucristo.
11.- Los V
Domingos Eucarísticos.
Así como, la
misa de Minerva, es una actividad parroquial para rendirle honores a Jesús
Sacramentado. El V Domingo Eucarístico es la Minerva diocesana, se realiza
cuando un mes trae 5 domingos y son pocos en el año.
La finalidad
es que se reúnan todas las Cofradías activas y fieles de la comunidad
parroquial anfitriona. Las Cofradías llevan sus estandartes, uniforme de gala,
medallas, con el fin de identificarse. Para estas celebraciones se ofrecen las Cofradías en la Asamblea
Diocesana que se efectúa el mes de octubre, y la que quede seleccionada se va
preparando con anticipación para esta actividad. La planificación de estos
domingos, se efectúa con apoyo de la UDCSS y su Secretaría de Liturgia, se
realizan visitas previas para esta actividad. En esta planificación se debe
contar con la presencia del Párroco del lugar y el Asesor Espiritual de la
UDCSS.
12.- ¿Qué es
una Hora Santa?
“El objetivo
de la Hora Santa es fomentar un encuentro personal y profundo con
Jesucristo”.
“Es recordar
a sus fieles la pasión y muerte de
Jesucristo”.
“Se trata de
dedicar una hora a meditar los misterios cuando Cristo se sintió sólo y débil,
y pide al Padre aparte el cáliz”.
“Es una hora
para volcar en su Sagrado Corazón todos nuestros afanes y sufrimientos…”
“Una hora…
para agradecer su sacrificio y aprender de Él”.
“La Hora
Santa es una oportunidad…para hacer ese silencio interior en el que el Señor
nos habla especialmente”.
“…y la
iglesia es el lugar natural para la oración”.
14.- ¿Qué es
la Oración?
LA ORACION EN
LA VIDA CRISTIANA:
“Para mí, la
oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo,
un grito de reconocimiento tanto desde dentro de la prueba como en la alegría
(Santa Teresa del Niño Jesús) ”.
“La oración
es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”. (San
Juan Damasceno)
“La
oración…es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene
sed de que el hombre tenga sed de Él.” (San Agustín)
“Tú le
habrás rogado a él, y él te habría dado agua viva”. (Jn 4, 10)
La oración
como alianza:
“Es el
corazón el que ora. Si este está alejado de Dios, la expresión de la oración es
vana”.
“La oración
cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo…brota del
Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la
voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre”.
2 comentarios:
hola nestor donde se puede ubicar este libro mi numero 0424 3023277
estas en venezuela soy la presidenta de UDCSS de maracay cofradias de santisimo, te conozco de copei.
saludos nestor
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