2. INDICE
5. DERECHOS DE AUTOR
3. ACLARATORIA
Esta
recopilación nace de una inquietud de mi nieta mayor que me hizo la pregunta
sobre la existencia del cielo, esto a raíz de unos escritos que he realizado
sobre temas religiosos.
En virtud de
ello hice la siguiente investigación que espero no solo le sirvan a ella, sino
a todos mis lectores.
NESTOR
GERMAN RODRIGUEZ
4. A MANERA DE
PROLOGO
Esta
recopilación contiene escritos conseguidos en Google, los hemos copiado y
editado tal como los presentan. También se hizo un extracto del Catecismo de la
Iglesia Católica de acuerdo a sus indicaciones. Al principio consideramos que
era un tema sencillo, luego nos percatamos que es controversial. Hemos podido
hacerlo básico y corto; no obstante ello, las circunstancias nos obligaron a
ampliarlo para que el elector pueda tener su propio criterio. Algunos aspectos
pudieran resultar repetitivos, porque provienen de distintas fuentes. Hablar
del cielo obliga a tratar temas relacionados como el infierno, el purgatorio,
la muerte, el limbo y otros.
Deseamos que
puedan disfrutarlo.
NESTOR
GERMAN RODRIGUEZ
EL
RECOPILADOR
ENERO 2018
A.
CIELO, INFIERNO Y PURGATORIO, ¿CÓMO PUEDO EXPLICAR
ESTO A LOS NIÑOS?...
Creo
que en primer lugar a los niños se les debe hablar con la verdad, aunque
debemos buscar imágenes y palabras adecuadas que sean comprensibles en función
a su edad.
Por:
Fray Nelson | Fuente: Fraynelson.com
Pregunta:
Un cordial saludo Fray Nelson y a la vez mi gratitud por la generosidad de su
conocimiento a la luz de la fe. ¿Cómo hago para darle a "entender" a
los niños y niñas sobre la existencia del purgatorio, el cielo el infierno
profesado en el credo?
Sabemos
que podemos construir un pedacito de cielo o infierno en esta vida terrenal
aterrizadas en nuestra propia experiencia de vida; sabemos también que el cielo
no se ha visto por ojo humano, sin embargo, existieron santos y santas que
tuvieron una visión providencial sobre el infierno (Sor Faustina, Santa Teresa,
San Juan Bosco, entre otros) Dicha experiencia sobre natural de manera
entendida como ellos la vieron no es para nada agradable, de hecho el infierno
es el "lugar para el diablo y sus ángeles", como explicar esto a los
niños sin ánimo de perturbarlos mental y espiritualmente.?
¿Cómo
explicarles el santo temor a dios y justicia divina. Dios le bendiga. Paz y
bien. -- m.b.
Respuesta
preparada por José Santiago B.
Creo
que en primer lugar debes hablarles a los niños con la verdad, aunque debemos
buscar imágenes que sean comprensibles en función a su edad. Te anexo la mejor
catequesis para niños que encontré en La Verdad Católica, es un texto muy
adaptado a lo que ellos pueden entender. Te copio unos fragmentos:
1.
El Cielo. ¿Cómo
es el Cielo?
Vivir
el cielo es "estar con Dios". ¡Te imaginas!
Ver
cara a cara a Dios mismo. Esto basta para ser todo lo feliz que se puede ser,
para tener toda la alegría, vida, luz, paz que se puede tener. Y tenerlas para
toda la eternidad, para siempre y por siempre.
Es
el estado de infinita felicidad, en donde podrás amar y ser amado por Dios para
siempre. En esta vida perfecta podrás estar con el Padre, el Hijo, el Espíritu
Santo, la Virgen María, todos los santos y todos aquellos hermanos tuyos que
lograron llegar al cielo también.
San
Pablo en una de sus cartas dice sobre el cielo: "Lo que ni el ojo vio, ni
el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, es lo que Dios preparó para los
que lo aman" ( 1Co 2,9), queriendo dar a entender que la felicidad que
vivirás en el cielo no te la puedes ni imaginar, y no se compara para nada con
la más grande felicidad que hayas podido sentir en esta vida.
¿No
crees que vale la pena cualquier esfuerzo en esta vida para lograr ganar este
cielo?
¿Quiénes
van al Cielo?
Van
al Cielo los que mueren en la gracia y la amistad con Dios, es decir sin pecado
alguno, ni venial ni mortal, completamente purificados.
2.
El Purgatorio
Al
purgatorio dedicaremos una explicación más larga, no porque sea el más
importante, sino porque es sobre el que más dudas tenemos.
La
palabra PURGATORIO, trae a la mente de muchos católicos algo así como un lugar
de tormentos, una sala de espera donde los que ya están salvados, pero no son
totalmente buenos, esperan su hora de entrar al cielo. Y mientras tanto sufren
toda clase de padecimientos.
La
Iglesia en su catecismo nos enseña como dogma de fe (algo que debe ser creído
por todos los católicos) lo siguiente:
El
purgatorio sí existe.
No
es un lugar sino un estado, en el que los difuntos son "purificados".
Que
los vivos pueden ayudar a los difuntos con oraciones y sacrificios.
En
presencia de Dios sólo es posible entrar con una absoluta pureza. Nada que
tenga el menor defecto puede comparecer ante El.
¿Qué
significa estar purificado?
Te
explicaremos esto con dos ejemplos:
a)
Dios te entrega el alma como si fuera una hoja perfectamente blanca, limpia,
después de tu bautismo.
Cuando
tú cometes un pecado mortal (grave) haces una mancha negra y grande en esa
hoja. Si vas a confesarte, entonces el Sacerdote, en nombre de Dios te perdona
y es como si borrara con una goma esa mancha; sin embargo, siempre a pesar de
lo borrado queda una marca en tu hoja de que esa mancha estuvo algún día ahí.
Cuando
cometes un pecado venial (menor), creas una mancha gris y pequeña en esa hoja
blanca que es tu alma. Por ser un pecado pequeño puedes arrepentirte y pedir
perdón a Dios por ti mismo, sin necesidad de una confesión. El por lo mucho que
te ama, te perdona y borra esa mancha con su goma, pero queda también la marca
de ese pequeño borrón. Estas manchas que quedan se llaman la "pena
temporal" que hay que pagar.
Para
poder entrar al cielo necesitas tener esa hoja que es tu alma, perfectamente
blanca, rechinando de limpia, como estaba cuando por vez primera te la
entregaron, sin ningún manchón o borrón, por pequeño que sea.
b)
Por otro lado cuando naces, Dios te regala unas cualidades, talentos o dones en
potencia, que depende de ti el desarrollarlos a lo largo de tu vida. Si al
morirte tienes esas virtudes a medio hacer, no puedes entrar así al cielo,
entonces durante el purgatorio, se perfeccionan esas virtudes que estaban
imperfectas.
¿Qué
es el Purgatorio?
-
Es el estado en el que un alma se purifica de los pecados que hizo y de las
virtudes que no desarrolló, para poder entrar al cielo con Dios. El purgatorio
puede ser más o menos profundo, dependiendo de cada alma.
¿Quiénes
van al Purgatorio?
-
Los que mueren en la gracia y la amistad con Dios, pero no totalmente
purificados, aunque estén seguros de su salvación, sufren después de su muerte
una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar al cielo.
¿Por
qué se sufre en el Purgatorio?
El
alma en el purgatorio sufre por dos razones:
Siente
un gran dolor de verse defectuosa, manchada, no perfecta.
El
alma ama a Dios con un amor inmenso, lo que más desea es unirse cuanto antes a
Él, pero se da cuenta de que por sus pequeñas manchas e imperfecciones no puede
hacerlo todavía.
Esta
angustia, este sufrimiento es grandísimo, sin embargo las almas del purgatorio
son almas a la vez alegres porque:
Saben
que es seguro que podrán entrar al cielo.
Se
ven a sí mismas impuras, manchadas necesitadas de purificación. Por eso se
alegran de sufrir para hacerse dignas de Dios y del cielo.
Son
almas que tienen un amor ardiente a Dios, El amor no mide, no siente el
sacrificio, más aún, lo desea porque sabe que es un medio necesario para unirse
al amado.
¿Puedo
tratar de purificar las manchas de mi alma en vida?
Claro
que puedes: primero tratando de desarrollar lo más que puedas los talentos que
Dios te dio. Segundo, si has pecado, puedes purificarte, haciendo sacrificios,
penitencia, ofreciendo tus dolores, tu oración, haciendo obras buenas, todo
esto con la intención de "reparar" esas ofensas a Dios.
También
puedes purificar esas manchas ganando "indulgencias" (que en otro
momento te explicaremos).
El
Purgatorio es el último regalo de Dios.
Debemos
dar gracias a Dios por este último regalo, una última oportunidad para poder
entrar al cielo. El purgatorio es entonces esa última mirada de amor de Dios
hacia el hombre que va a su encuentro
3.
El Infierno
Lo
primero que debe quedar muy claro es que Dios no "te manda al
infierno". Dios es un Dios de amor. Lo que pasa es que tanto amó al hombre
que cuando lo creó le regaló la LIBERTAD, es decir que el hombre, puede decidir
por sí mismo lo que hace durante su vida y por lo tanto su destino final.
Entonces los hombres que van al infierno es porque ellos lo decidieron.
Tuvieron durante toda su vida y hasta el último momento antes de su muerte, la
oportunidad de buscar el PERDON de Dios y decidieron no hacerlo.
¿Quiénes
van al Infierno?
Aquellas
almas que mueren en pecado mortal (grave) sin estar arrepentidos. Aquellos que
no quisieron acoger el amor misericordioso (el perdón) de Dios en la confesión.
¿Cómo
es el Infierno?
Es
estar separado para siempre de Dios, en quien únicamente puede tener el hombre
la vida y la felicidad. Esto significa que las almas del infierno sufren
muchísimo y no pueden ser felices nunca porque no tendrán a Dios nunca.
Sufren
porque estuvo en sus manos poderse salvar y ellos decidieron no hacerlo y ya no
hay remedio alguno.
Un
gran abrazo y que el Señor te llene de su amor, su gracia y su misericordia,
para así poder vivir en su verdad y su justicia.
Recomendamos:
Transmitir
la fe es facilitar que nuestros hijos tengan una relación con Jesucristo.
El
purgatorio: purificación necesaria. Por
San Juan Pablo II
¿Qué
es el cielo? Es la participación en la naturaleza divina, gozar de Dios por
toda la eternidad.
El
Cielo: plenitud de intimidad con Dios. Por San Juan Pablo II
B.
EL CIELO POR JUAN PABLO II 1995
¿Cómo
es el Cielo?
Para los cristianos ninguna idea debería ser
más familiar y más comentada que la meta hacia la cual nos dirigimos después de
esta vida terrena. Pero, lamentablemente, no es así: los hombres y mujeres de
comienzos de este Tercer Milenio parecemos haber perdido el rumbo, nos ocupamos
de toda clase de cosas, menos de pensar hacia dónde vamos, sin darnos cuenta de
que ya estamos andando en una ruta - la ruta hacia la eternidad- y que,
inexorablemente vamos a llegar a uno de tres destinos: Cielo, Infierno o
Purgatorio
Pensamos -equivocadamente- que la felicidad
está aquí en la tierra y la buscamos con una dedicación que más bien debiéramos
poner en buscar la felicidad que sólo es posible, no en esta vida, sino en la
eternidad.
La idea del Cielo, de Infierno y de Purgatorio
es prácticamente desconocida y casi nunca comentada. De allí que el Papa Juan
Pablo II le haya pedido a nuestros Obispos en su visita ad-limina a la ciudad
de Roma en el año 1995 que era importante que "a los hijos de la Iglesia
en Venezuela" se nos educara "en el sentido de Dios y en la esperanza
de las realidades últimas". De allí también que el Papa haya dedicado él
mismo una serie de Catequesis durante el año 1999 a tratar estos temas escatológicos
que tienen que ver con el destino último del ser humano
¿Cómo
es el Cielo?
El
Cielo es una de las opciones que el ser humano tiene para la otra vida. En
realidad es la opción para la cual fuimos creados, pues Dios desea comunicarnos
Su completa y perfecta felicidad, que además es eterna - es decir, para
siempre- llevándonos al Cielo, la patria hacia la cual caminamos, nuestro
verdadero hogar, el sitio de la felicidad perfecta y total.
Lograr
una descripción adecuada de lo que es el Cielo, con nuestras limitadas
categorías humanas de tiempo y espacio, con la limitación de ideas y de
lenguaje, es imposible. San Pablo, quien según sus escritos pudo vislumbrar el
Cielo, sólo puede referir que "oyó palabras que no se pueden decir: cosas
que el hombre no sabría expresar... ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el
corazón humano puede imaginar lo que tiene Dios preparado para aquéllos que le
aman" (2a. Cor.12, 2-4 y 1a. Cor. 2,9).
Así
es el Cielo: indescriptible, inimaginable, insondable, inexplicable, para el
ser humano, pues somos limitados para comprender y describir lo ilimitado de
Dios... y el Cielo es básicamente la presencia de Dios en forma clara, "le
veremos tal cual El es" (1a. Jn. 3,2).
El Papa Juan Pablo II tomaba para sus
Catequesis sobre las "realidades últimas" la descripción del Cielo
que trae el Catecismo de la Iglesia Católica: "Esta vida perfecta con la
Santísima Trinidad, esta comunión de vida de amor con ella, con la Virgen y
todos los bienaventurados se llama 'el Cielo'. El Cielo es el fin último y la
realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y
definitivo de felicidad (#1024)."
Continuaba el Papa Juan Pablo II: "El
Cielo se entiende como morada de Dios... una relación íntima con la Santísima
Trinidad... El Cielo es la plenitud de la intimidad con Dios" (JP II,
21-julio-99).
Pero,
como hemos dicho y como acotaba también el Papa Juan Pablo II, toda
representación del Cielo resulta siempre inadecuada. También resulta difícil
imaginar cómo es Dios y qué beneficios nos traería el verlo "cara a
cara" (1a. Cor. 13, 12), pero tal vez sea más fácil imaginarnos lo
maravilloso del Cielo, si pensamos en lo que no es el Cielo.
Al
morir, nos despojamos del cuerpo, que es el peso que nos ata a la tierra. Dejamos,
entonces, todo lo que es físico, orgánico: enfermedades, cansancios, dolores,
achaques, etc. Adicionalmente queda atrás todo lo desagradable que hemos pasado
en la tierra: malestares, penurias, agravios, persecuciones, dolores,
enfermedades, inconvenientes, aflicciones, obstáculos, maldades, desagrados,
contrariedades, rivalidades, competencia, tribulaciones. En una palabra: queda
atrás todo sufrimiento.
Al
llegar al Cielo, el alma siente enseguida, instantáneamente, un consuelo, una
reparación, un desagravio a sus sufrimientos terrenos. "Vuestra tristeza
se convertirá en gozo" (Jn. 16, 20).
Si el día de nuestro nacimiento nacimos para
esta vida terrenal, llegar al Cielo es nacer a la gloria; es nacer a la vida
eterna. Nuestra alma al presentarse al Cielo tiene un solo pensar, un solo
sentimiento que es el Amor de Dios.
También
podemos imaginar algo del Cielo, si nos concentramos en el gozo que allí
tendremos.
Nos
dice la Sagrada Escritura que el Cielo consiste en "conocer a Dios"
(Jn. 17, 3 - Mt. 5,8), pero también en gozar de El: "Entra en el gozo de
tu Señor" (Mt. 25, 21; "para que vuestro gozo sea perfecto" (Jn.
15, 11).
El
gozo del Cielo es un gozo de Amor: el amor más grande que podamos sentir, pues
es el Amor Infinito de Dios. Amaremos a Dios con todas nuestras fuerzas y El
nos amará con Su Amor que no tiene límites. Será como la fusión de nuestra vida
con la Vida de Dios, que nos atraerá hacia Su Amor en forma infinita. (cfr.
Garrigou-Lagrange, La Vida Eterna y la profundidad del alma).
Intentemos
explicar -limitadamente- cómo será ese gozo del Cielo: amaremos a Dios con un
amor intensísimo, embelesados por todas sus cualidades, que son perfectas,
maravillosas e infinitas. Ese amor que sentiremos, atraídos por Su Amor, será
correspondido perfectísimamente por El, sin las desilusiones propias del amor
humano, con Su ternura infinita y en la intimidad más dulce que podamos
imaginar. Distinto ha como son los amores humanos, ese gozo será de una
plenitud siempre nueva, de una novedad constante que no cesa jamás. Y, además,
ese Amor durará para siempre, siempre, siempre.
Es
un océano de gozo, que llena por completo las profundidades del alma y
satisface por completo las aspiraciones del corazón, sin que se pueda desear o
necesitar absolutamente nada más. (cfr. Antonio Royo Marín, o.p., Teología de
la Salvación).
El
Cielo es el cumplimiento del "entra para siempre en el gozo de tu
Señor" (Mt. 25, 21).
¿Cómo
es el tiempo en el Cielo?
Esto
no es materia de fe. Nadie nos obliga a creerlo.
Es
más, testimonios así, hay que analizarlos con mucha cautela, pero, una vez
discernidos, es mejor leerlos con apertura.
Este
puede servirnos para estimular la esperanza de Cielo.
Es
¡tan difícil! describir las cosas del Cielo y del Infierno porque pertenecen a
la eternidad y nosotros estamos en la temporalidad.
Sin
embargo, este testimonio ayuda a ver lo del tiempo Allá que es tan difícil comprender, simplemente porque Allá no hay tiempo.
Lo
peor que puede suceder es que este escrito sea inventado.
Pero…
si es inventado, éste –por lo menos- está muy bien inventado!
Supuestamente
es de un muchacho que fallece en un accidente en Alemania.
En
agosto de 1993 envía un mensaje desde el Cielo a su hermana, que luego ella
escribe así:
"Si
te pudiera contar cómo se vive el tiempo acá. Antes, cuando vivía en la vida
terrena siempre había un momento para esperar, un viaje, una fiesta, un día por
el que cada uno espera. Acá no es necesario esperar, esos días están en el
momento. Dios nos hace tan limitados al principio para después mostrarnos lo
que es ser libres realmente.
Ahora,
no puedo creer haber visto el mundo por dos agujeritos tan chiquitos como son
los ojos. Acá puedes mirar todo sin límites y no es como allá que al mirar te
encuentras con cosas tristes, acá miras y es todo un placer. Nunca vi nada en
la Tierra tan lindo como esto. Yo puedo ver, no solo este paraíso sino a cada
uno de ustedes, en el mismo momento, puedo verlos aunque estén en lugares
diferentes.
Si
alguien cree que todo esto es ridículo, no importa.....es tan corto ese tiempo
que enseguida van a descubrir la verdad.
No
hagas como Santo Tomás. Los ojos y el ver, no te confirman nada, SOLO EL ALMA
LO HACE".
C.
EL CIELO COMO PLENITUD DE INTIMIDAD CON DIOS
Catequesis
de SS Juan Pablo II sobre el Cielo, el Infierno y el Purgatorio.
1.
Cuando haya pasado la figura de este mundo, los que hayan acogido a Dios en su
vida y se hayan abierto sinceramente a su amor, por lo menos en el momento de
la muerte, podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios, que constituye la
meta de la existencia humana.
Como
enseña el Catecismo de la Iglesia católica, "esta vida perfecta con la
santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen
María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama 'el cielo'. El cielo es
el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el
estado supremo y definitivo de dicha"(n. 1024).
Hoy
queremos tratar de comprender el sentido bíblico del «cielo», para poder
entender mejor la realidad a la que remite esa expresión.
2.
En el lenguaje bíblico el «cielo», cuando va unido a la «tierra», indica una
parte del universo. A propósito de la creación, la Escritura dice: «En un
principio creo Dios el cielo y la tierra» (Gn 1, 1).
En
sentido metafórico, el cielo se entiende como morada de Dios, que en eso se
distingue de los hombres (cf. Sal, 104, 2 s; 115, 16; Is 66, l). Dios, desde lo
alto del cielo, ve y juzga (cf. Sal 113, 4-9) y baja cuando se le invoca (cf.
Sal 18, 7. 10; 144, 5). Sin embargo, la metáfora bíblica da a entender que Dios
ni se identifica con el cielo ni puede ser encerrado en el cielo (cf. 1R 8,
27); y eso es verdad, a pesar de que en algunos pasajes del primer libro de los
Macabeos «el cielo» es simplemente un nombre de Dios (cf. 1M 3, 18. 19. 50. 60;
4, 24. 55).
A
la representación del cielo como morada trascendente del Dios vivo, se añade la
de lugar al que también los creyentes pueden, por gracia, subir, como muestran
en el Antiguo Testamento las historias de Enoc (cf. Gn 5, 24) y Elías (cf. 2R
2, 11). Así, el cielo resulta figura de la vida en Dios. En este sentido, Jesús
habla de «recompensa en los cielos» (Mt 5, 12) y exhorta a «amontonar tesoros
en el cielo» (Mt 6, 20; cf. 19, 21).
3.
El Nuevo Testamento profundiza la idea del cielo también en relación con el
misterio de Cristo. Para indicar qué el sacrificio del Redentor asume valor
perfecto y definitivo, la carta a los Hebreos afirma que Jesús «penetró los
cielos» (Hb 4, 14) y «no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, en
una reproducción del verdadero, sino en el mismo cielo» (Hb 9, 24). Luego, los
creyentes, en cuanto amados de modo especial por el Padre, son resucitados con
Cristo y hechos ciudadanos del cielo.
Vale
la pena escuchar lo que a este respecto nos dice el apóstol Pablo en un texto
de gran intensidad: «Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos
amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con
Cristo —por gracia habéis sido salvados— y con él nos resucitó y nos hizo
sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros
la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en
Cristo Jesús» (Ef 2, 4-7). Las criaturas experimentan la paternidad de Dios,
rico en misericordia, a través del amor del Hijo de Dios, crucificado y
resucitado, el cual, como Señor, está sentado en los cielos a la derecha del
Padre.
4.
Así pues, la participación en la completa intimidad con el Padre, después del
recorrido de nuestra vida terrena, pasa por la inserción en el misterio pascual
de Cristo. San Pablo subraya con una imagen espacial muy intensa este caminar
nuestro hacia Cristo en los cielos al final de los tiempos: «Después nosotros,
los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con
ellos (los muertos resucitados), al encuentro del Señor en los aires. Y así
estaremos siempre con el Señor. Consolados, pues, mutuamente con estas
palabras» (1Ts 4, 17-18).
En
el marco de la Revelación sabemos que el «cielo» o la «bienaventuranza» en la
que nos encontraremos no son una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre
las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad. Es el
encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la
comunión del Espíritu Santo.
Es
preciso mantener siempre cierta sobriedad al describir estas realidades
últimas, ya que su representación resulta siempre inadecuada. Hoy el lenguaje
personalista logra reflejar de una forma menos impropia la situación de
felicidad y paz en que nos situará la comunión definitiva con Dios.
El
Catecismo de la Iglesia católica sintetiza la enseñanza eclesial sobre esta
verdad afirmando que, «por su muerte y su resurrección, Jesucristo nos ha
abierto» el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión
de los frutos de la redención realizada por Cristo, que asocia a su
glorificación celestial a quienes han creído en él y han permanecido fieles a
su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están
perfectamente incorporados a él» (n. 1026).
5.
Con todo, esta situación final se puede anticipar de alguna manera hoy, tanto
en la vida sacramental, cuyo centro es la Eucaristía, como en el don de sí
mismo mediante la caridad fraterna. Si sabemos gozar ordenadamente de los
bienes que el Señor nos regala cada día, experimentaremos ya la alegría y la
paz de que un día gozaremos plenamente. Sabemos que en esta fase terrena todo
tiene límite; sin embargo, el pensamiento de las realidades últimas nos ayuda a
vivir bien las realidades penúltimas. Somos conscientes de que mientras
caminamos en este mundo estamos llamados a buscar «las cosas de arriba, donde
está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3, 1), para estar con él en el
cumplimiento escatológico, cuando en el Espíritu él reconcilie totalmente con
el Padre «lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1, 20).
Catequesis
del Papa sobre el Cielo
Miércoles
21 de julio
D.
EL CIELO, LA MUERTE, EL PURGATORIO. ¿QUÉ SON LOS
NOVÍSIMOS? (OPUS DEI)
En
los Libros Santos se llaman Novísimos a las cosas que sucederán al hombre al
final de su vida, la muerte, el juicio, el destino eterno: el cielo o el
infierno. La Iglesia los hace presentes de modo especial durante el mes de
noviembre. A través de la liturgia, se invita a los cristianos a meditar sobre
estas realidades.
1.
¿Qué hay después de la muerte? ¿Dios juzga a cada persona por su vida?
El
Catecismo de la Iglesia católica enseña que «la muerte pone fin a la vida del
hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina
manifestada en Cristo».
«Cada
hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en
un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de la
purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo,
bien para condenarse inmediatamente para siempre». En este sentido, San Juan de
la Cruz habla del juicio particular de cada como señalando que «a la tarde, te
examinarán en el amor». Catecismo de la Iglesia Católica, 1021-1022.
Meditar
con San Josemaría
Todo
se arregla, menos la muerte... Y la muerte lo arregla todo. Surco, 878.
Cara
a la muerte, ¡sereno! Así te quiero. No con el estoicismo frío del pagano; sino
con el fervor del hijo de Dios, que sabe que la vida se muda, no se quita.
¿Morir?... ¡Vivir! Surco, 876.
¡No
me hagas de la muerte una tragedia!, porque no lo es. Sólo a los hijos
desamorados no les entusiasma el encuentro con sus padres. Surco, 885.
El
verdadero cristiano está siempre dispuesto a comparecer ante Dios. Porque, en
cada instante si lucha para vivir como hombre de Cristo, se encuentra preparado
para cumplir su deber. Surco, 875.
"Me
hizo gracia que hable usted de la 'cuenta' que le pedirá Nuestro Señor. No,
para ustedes no será Juez —en el sentido austero de la palabra— sino
simplemente Jesús". —Esta frase, escrita por un Obispo santo, que ha
consolado más de un corazón atribulado, bien puede consolar el tuyo. Camino,
168.
2.
¿Quiénes van al cielo? ¿Cómo es el cielo?
El
cielo es "el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas
del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha”. San Pablo escribe:
"Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por pensamiento de hombre las cosas que
Dios ha preparado para los que le aman". (1Cor 2, 9).
Después
del juicio particular, los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están
perfectamente purificados van al cielo. Viven en Dios, lo ven tal cual es. Están
para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, gozan de su
felicidad, de su Bien, de la Verdad y de la Belleza de Dios.
Esta
vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con
Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama el
cielo. Es Cristo quien, por su muerte y Resurrección, nos ha “abierto el
cielo”. Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1,
23; 1 Ts 4,17). Los que llegan al cielo viven "en Él", aún más, encuentran
allí su verdadera identidad. Catecismo de la Iglesia católica, 1023-1026
Meditar
con San Josemaría
Mienten
los hombres cuando dicen "para siempre" en cosas temporales. Sólo es
verdad, con una verdad total, el "para siempre" de la eternidad. —Y
así has de vivir tú, con una fe que te haga sentir sabores de miel, dulzuras de
cielo, al pensar en esa eternidad, ¡que sí es para siempre! Forja, 999.
Piensa
qué grato es a Dios Nuestro Señor el incienso que en su honor se quema; piensa
también en lo poco que valen las cosas de la tierra, que apenas empiezan ya se
acaban... En cambio, un gran Amor te espera en el Cielo: sin traiciones, sin
engaños: ¡todo el amor, toda la belleza, toda la grandeza, toda la ciencia...!
Y sin empalago: te saciará sin saciar. Forja, 995.
Si
transformamos los proyectos temporales en metas absolutas, cancelando del
horizonte la morada eterna y el fin para el que hemos sido creados —amar y
alabar al Señor, y poseerle después en el Cielo—, los más brillantes intentos
se tornan en traiciones, e incluso en vehículo para envilecer a las criaturas.
Recordad la sincera y famosa exclamación de San Agustín, que había
experimentado tantas amarguras mientras desconocía a Dios, y buscaba fuera de
El la felicidad: ¡nos creaste, Señor, para ser tuyos, y nuestro corazón está
inquieto, hasta que descanse en Ti! Amigos de Dios, 208
En
la vida espiritual, muchas veces hay que saber perder, cara a la tierra, para
ganar en el Cielo. —Así se gana siempre. Forja, 998.
3.
¿Qué es el purgatorio? ¿Es para siempre?
Los
que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente
purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su
muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en
la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de
los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados.
Esta
enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la
que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este
sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del
pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la
memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el
sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan
llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las
limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos.
Catecismo de la Iglesia católica, 1030-1032
Meditar
con San Josemaría
El
purgatorio es una misericordia de Dios, para limpiar los defectos de los que
desean identificarse con El. Surco, 889
No
quieras hacer nada por ganar mérito, ni por miedo a las penas del purgatorio:
todo, hasta lo más pequeño, desde ahora y para siempre, empéñate en hacerlo por
dar gusto a Jesús. Forja, 1041.
"Esta
es vuestra hora y el poder de las tinieblas". —Luego, ¿el hombre pecador
tiene su hora? —Sí..., ¡y Dios su eternidad! Camino, 734.
4.
¿Existe el infierno?
Significa
permanecer separados de Él –de nuestro Creador y nuestro fin- para siempre por
nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la
comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra
infierno.
Morir
en pecado mortal, sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de
Dios es elegir este fin para siempre.
La
enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las
almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos
inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno,
"el fuego eterno". La pena principal del infierno consiste en la
separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y
la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
Jesús
habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga, reservado a
los que, hasta el fin de su vida, rehúsan creer y convertirse, y donde se puede
perder a la vez el alma y el cuerpo.
Las
afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del
infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar
de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo
un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha;
porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son
muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el
camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7,
13-14). Catecismo de la Iglesia católica, 1033-1036
Meditar
con San Josemaría
No
me olvidéis que resulta más cómodo —pero es un descamino— evitar a toda costa
el sufrimiento, con la excusa de no disgustar al prójimo: frecuentemente, en
esa inhibición se esconde una vergonzosa huida del propio dolor, ya que de
ordinario no es agradable hacer una advertencia seria. Hijos míos, acordaos de
que el infierno está lleno de bocas cerradas. Amigos de Dios, 161.
Un
discípulo de Cristo nunca razonará así: "yo procuro ser bueno, y los
demás, si quieren..., que se vayan al infierno". Este comportamiento no es
humano, ni es conforme con el amor de Dios, ni con la caridad que debemos al
prójimo. Forja, 952
Sólo
el infierno es castigo del pecado. La muerte y el juicio no son más que
consecuencias, que no temen quienes viven en gracia de Dios. Surco, 890.
5.
¿Cuándo será el juicio final? ¿En qué consistirá?
La
resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores"
(Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será "la hora en que todos
los que estén en los sepulcros oirán su voz [...] y los que hayan hecho el bien
resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la
condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su gloria
acompañado de todos sus ángeles [...] Serán congregadas delante de él todas las
naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las
ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda
[...] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna."
(Mt 25, 31. 32.
El
Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el
día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces Él
pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda
la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la
creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos
admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin
último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las
injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la
muerte (cf. Ct 8, 6).
El
mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres
todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6, 2).
Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios.
Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del
Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos
los que hayan creído" (2 Ts 1, 10). Catecismo de la Iglesia católica,
1038-1041
Meditar
con San Josemaría
Cuando
pienses en la muerte, a pesar de tus pecados, no tengas miedo... Porque Él ya
sabe que le amas..., y de qué pasta estás hecho. Si tú le buscas, te acogerá
como el padre al hijo pródigo: ¡pero has de buscarle! Surco, 880.
“Conozco
a algunas y a algunos que no tienen fuerzas ni para pedir socorro”, me dices
disgustado y apenado. —No pases de largo; tu voluntad de salvarte y de
salvarles puede ser el punto de partida de su conversión. Además, si
recapacitas, advertirás que también a ti te tendieron la mano. Surco, 778.
El
mundo, el demonio y la carne son unos aventureros que, aprovechándose de la
debilidad del salvaje que llevas dentro, quieren que, a cambio del pobre
espejuelo de un placer —que nada vale—, les entregues el oro fino y las perlas
y los brillantes y rubíes empapados en la sangre viva y redentora de tu Dios,
que son el precio y el tesoro de tu eternidad. Camino, 708.
Por
salvar al hombre, Señor, mueres en la Cruz; y, sin embargo, por un solo pecado
mortal, condenas al hombre a una eternidad infeliz de tormentos...: ¡cuánto te
ofende el pecado, y cuánto lo debo odiar! Forja, 1002.
6.
Al final de los tiempos Dios ha prometido cielo nuevo y una tierra nueva ¿Qué
debemos esperar?
La
Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta
renovación misteriosa que transformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf.
Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de
"hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo
que está en la tierra" (Ef 1, 10).
Para
el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género
humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era
"como el sacramento" (LG1). Los que estén unidos a Cristo formarán la
comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios. Ya no será herida por el
pecado, las manchas, el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad
terrena de los hombres. La visión beatífica de Dios será la fuente inmensa de
felicidad, de paz y de comunión mutua.
"Ignoramos
el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo
se transformará el universo.
Ciertamente,
la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que
Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la
justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que
se levantan en los corazones de los hombres"(GS 39).
"No
obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar
la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva
familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por
ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del
crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que
puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de
Dios" (GS 39). Catecismo de la Iglesia Católica, 1043-1049.
Meditar
con San Josemaría
Mientras
vivimos aquí, el reino se asemeja a la levadura que cogió una mujer y la mezcló
con tres celemines de harina, hasta que toda la masa quedó fermentada.
Quien
entiende el reino que Cristo propone, advierte que vale la pena jugarse todo
por conseguirlo: es la perla que el mercader adquiere a costa de vender lo que
posee, es el tesoro hallado en el campo. El reino de los cielos es una
conquista difícil: nadie está seguro de alcanzarlo, pero el clamor humilde del
hombre arrepentido logra que se abran sus puertas de par en par. Es Cristo que
pasa, 180
En
esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la
gracia en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a
Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer día a
día. No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de
vida, sencilla y fuerte en la que se funden y compenetran todas nuestras
acciones.
Cristo
nos espera. Vivamos ya como ciudadanos del cielo, siendo plenamente ciudadanos
de la tierra, en medio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones,
pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo
amado de Dios. Es Cristo que pasa, 126.
El
tiempo es nuestro tesoro, el "dinero" para comprar la eternidad.
Surco, 882.
*****
San
Josemaría, en Surco
“El
purgatorio es una misericordia de Dios, para limpiar los defectos de los que
desean identificarse con El" (Punto 889).
“¡Qué
contento se debe morir, cuando se han vivido heroicamente todos los minutos de
la vida! Te lo puedo asegurar porque he presenciado la alegría de quienes, con
serena impaciencia, durante muchos años, se han preparado para ese
encuentro" (Punto 893).
-
Oraciones por los difuntos (Devocionario)
1.
Cuando haya pasado la figura de este mundo, los que hayan acogido a Dios en su
vida y se hayan abierto sinceramente a su amor, por lo menos en el momento de
la muerte, podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios, que constituye la
meta de la existencia humana.
Como
enseña el Catecismo de la Iglesia católica, "esta vida perfecta con la
santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen
María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama 'el cielo'. El cielo es
el fin último y la realización de las aspiraciones mas profundas del hombre, el
estado supremo y definitivo de dicha"(n. 1024).
Hoy
queremos tratar de comprender el sentido bíblico del «cielo», para poder
entender mejor la realidad a la que remite esa expresión.
2.
En el lenguaje bíblico el «cielo», cuando va unido a la «tierra», indica una
parte del universo. A propósito de la creación, la Escritura dice: «En un
principio creo Dios el cielo y la tierra» (Gn 1, 1).
En
sentido metafórico, el cielo se entiende como morada de Dios, que en eso se
distingue de los hombres (cf. Sal, 104, 2 s; 115, 16; Is 66, l). Dios, desde lo
alto del cielo, ve y juzga (cf. Sal 113, 4-9) y baja cuando se le invoca (cf.
Sal 18, 7. 10; 144, 5). Sin embargo, la metáfora bíblica da a entender que Dios
ni se identifica con el cielo ni puede ser encerrado en el cielo (cf. 1R 8,
27); y eso es verdad, a pesar de que en algunos pasajes del primer libro de los
Macabeos «el cielo» es simplemente un nombre de Dios (cf. 1M 3, 18. 19. 50. 60;
4, 24. 55).
A
la representación del cielo como morada trascendente del Dios vivo, se añade la
de lugar al que también los creyentes pueden, por gracia, subir, como muestran
en el Antiguo Testamento las historias de Enoc (cf. Gn 5, 24) y Elías (cf. 2R
2, 11). Así, el cielo resulta figura de la vida en Dios. En este sentido, Jesús
habla de «recompensa en los cielos» (Mt 5, 12) y exhorta a «amontonar tesoros
en el cielo» (Mt 6, 20; cf. 19, 21).
3.
El Nuevo Testamento profundiza la idea del cielo también en relación con el misterio
de Cristo. Para indicar qué el sacrificio del Redentor asume valor perfecto y
definitivo, la carta a los Hebreos afirma que Jesús «penetró los cielos» (Hb 4,
14) y «no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción
del verdadero, sino en el mismo cielo» (Hb 9, 24). Luego, los creyentes, en
cuanto amados de modo especial por el Padre, son resucitados con Cristo y
hechos ciudadanos del cielo.
Vale
la pena escuchar lo que a este respecto nos dice el apóstol Pablo en un texto
de gran intensidad: «Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos
amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con
Cristo —por gracia habéis sido salvados— y con él nos resucitó y nos hizo
sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros
la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en
Cristo Jesús» (Ef 2, 4-7). Las criaturas experimentan la paternidad de Dios,
rico en misericordia, a través del amor del Hijo de Dios, crucificado y
resucitado, el cual, como Señor, está sentado en los cielos a la derecha del
Padre.
4.
Así pues, la participación en la completa intimidad con el Padre, después del
recorrido de nuestra vida terrena, pasa por la inserción en el misterio pascual
de Cristo. San Pablo subraya con una imagen espacial muy intensa este caminar
nuestro hacia Cristo en los cielos al final de los tiempos: «Después nosotros,
los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con
ellos (los muertos resucitados), al encuentro del Señor en los aires. Y así
estaremos siempre con el Señor. Consolados, pues, mutuamente con estas
palabras» (1Ts 4, 17-18).
En
el marco de la Revelación sabemos que el «cielo» o la «bienaventuranza» en la
que nos encontraremos no son una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre
las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad. Es el
encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la
comunión del Espíritu Santo.
Es
preciso mantener siempre cierta sobriedad al describir estas realidades
últimas, ya que su representación resulta siempre inadecuada. Hoy el lenguaje
personalista logra reflejar de una forma menos impropia la situación de
felicidad y paz en que nos situará la comunión definitiva con Dios.
El
Catecismo de la Iglesia católica sintetiza la enseñanza eclesial sobre esta
verdad afirmando que, «por su muerte y su resurrección, Jesucristo nos ha
abierto» el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión
de los frutos de la redención realizada por Cristo, que asocia a su
glorificación celestial a quienes han creído en él y han permanecido fieles a
su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están
perfectamente incorporados a él» (n. 1026).
5.
Con todo, esta situación final se puede anticipar de alguna manera hoy, tanto
en la vida sacramental, cuyo centro es la Eucaristía, como en el don de sí
mismo mediante la caridad fraterna. Si sabemos gozar ordenadamente de los
bienes que el Señor nos regala cada día, experimentaremos ya la alegría y la
paz de que un día gozaremos plenamente. Sabemos que en esta fase terrena todo
tiene límite; sin embargo, el pensamiento de las realidades últimas nos ayuda a
vivir bien las realidades penúltimas. Somos conscientes de que mientras
caminamos en este mundo estamos llamados a buscar «las cosas de arriba, donde
está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3, 1), para estar con él en el
cumplimiento escatológico, cuando en el Espíritu él reconcilie totalmente con
el Padre «lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1, 20).
E.
EL CIELO: CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Indicaciones
sobre el cielo tomados del índice temático:
198
Nuestra profesión de fe comienza por Dios, porque Dios es "el primero y el
[...] último" (Is 44,6), el principio y el fin de todo. El Credo comienza
por Dios Padre, porque el Padre es la primera Persona divina de la Santísima
Trinidad; nuestro Símbolo se inicia con la creación del cielo y de la tierra,
ya que la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios.
199
"Creo en Dios": Esta primera afirmación de la Profesión de fe es
también la más fundamental. Todo el Símbolo habla de Dios, y si habla también
del hombre y del mundo, lo hace por relación a Dios. Todos los artículos del
Credo dependen del primero, así como los mandamientos son explicitaciones del
primero. Los demás artículos nos hacen conocer mejor a Dios tal como se reveló
progresivamente a los hombres. Con razón los fieles confiesan que los más
importante de todo es creer en Dios" (Catecismo Romano, 1,2,2).
212
En el transcurso de los siglos, la fe de Israel pudo desarrollar y profundizar
las riquezas contenidas en la revelación del Nombre divino. Dios es único;
fuera de Él no hay dioses (cf. Is 44,6). Dios transciende el mundo y la
historia. Él es quien ha hecho el cielo y la tierra: "Ellos perecen, mas
tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan [...] pero tú siempre el
mismo, no tienen fin tus años" (Sal 102,27-28). En Él "no hay cambios
ni sombras de rotaciones" (St 1,17). Él es "Él que es", desde
siempre y para siempre y por eso permanece siempre fiel a sí mismo y a sus
promesas.
279
"En el principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1). Con estas
palabras solemnes comienza la sagrada Escritura. El Símbolo de la fe las recoge
confesando a Dios Padre Todopoderoso como "el Creador del cielo y de la
tierra", "de todo lo visible y lo invisible". Hablaremos, pues,
primero del Creador, luego de su creación, finalmente de la caída del pecado de
la que Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a levantarnos.
290
"En el principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn 1,1): tres
cosas se afirman en estas primeras palabras de la Escritura: el Dios eterno ha
dado principio a todo lo que existe fuera de Él. Solo Él es creador (el verbo
"crear" —en hebreo bara— tiene siempre por sujeto a Dios). La
totalidad de lo que existe (expresada por la fórmula "el cielo y la
tierra") depende de Aquel que le da el ser.
325
El Símbolo de los Apóstoles profesa que Dios es "el Creador del cielo y de
la tierra", y el Símbolo Niceno-Constantinopolitano explicita: "...de
todo lo visible y lo invisible".
326
En la sagrada Escritura, la expresión "cielo y tierra" significa:
todo lo que existe, la creación entera. Indica también el vínculo que, en el
interior de la creación, a la vez une y distingue cielo y tierra: "La
tierra", es el mundo de los hombres (cf Sal 115, 16). "El cielo"
o "los cielos" puede designar el firmamento (cf Sal 19, 2), pero
también el "lugar" propio de Dios: "nuestro Padre que está en
los cielos" (Mt 5, 16; cf Sal 115, 16), y por consiguiente también el
"cielo", que es la gloria escatológica. Finalmente, la palabra
"cielo" indica el "lugar" de las criaturas espirituales
—los ángeles— que rodean a Dios.
440
Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías
anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló el
auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente del
Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn
7, 13), a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: "el
Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón, el
verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de
la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43). Solamente después de su resurrección
su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios:
"Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido
Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2,
36).
456
Con el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: "Por
nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del
Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre" (DS 150).
504
Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María
porque él es el Nuevo Adán (cf. 1 Co 15, 45) que inaugura la nueva creación:
"El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del
cielo" (1 Co 15, 47). La humanidad de Cristo, desde su concepción, está
llena del Espíritu Santo porque Dios "le da el Espíritu sin medida"
(Jn 3, 34). De "su plenitud", cabeza de la humanidad redimida (cf Col
1, 18), "hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn 1, 16).
525
Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf. Lc 2, 6-7);
unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta
pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf. Lc 2, 8-20). La Iglesia no se
cansa de cantar la gloria de esta noche:
«Hoy
la Virgen da a luz al Transcendente.Y la tierra ofrece una cueva al
Inaccesible. Los ángeles y los pastores le alaban. Los magos caminan con la
estrella: Porque ha nacido por nosotros, Niño pequeñito el Dios eterno»
544
El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir, a los que lo acogen
con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a
los pobres" (Lc 4, 18; cf. Lc 7, 22). Los declara bienaventurados porque
de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los
"pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que
ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre
hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2,
23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58).
Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo
hacia ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).
553
Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: "A ti te daré las
llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los
cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt
16, 19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de
Dios, que es la Iglesia. Jesús, "el Buen Pastor" (Jn 10, 11) confirmó
este encargo después de su resurrección: "Apacienta mis ovejas" (Jn
21, 15-17). El poder de "atar y desatar" significa la autoridad para
absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones
disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el
ministerio de los Apóstoles (cf. Mt 18, 18) y particularmente por el de Pedro,
el único a quien Él confió explícitamente las llaves del Reino.
659
"Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y se
sentó a la diestra de Dios" (Mc 16, 19). El Cuerpo de Cristo fue glorificado
desde el instante de su Resurrección como lo prueban las propiedades nuevas y
sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre (cf.
Lc 24, 31; Jn 20, 19. 26). Pero durante los cuarenta días en los que él come y
bebe familiarmente con sus discípulos (cf. Hch 10, 41) y les instruye sobre el
Reino (cf. Hch 1, 3), su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una
humanidad ordinaria (cf. Mc 16,12; Lc 24, 15; Jn 20, 14-15; 21, 4). La última
aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la
gloria divina simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9; cf. también Lc 9, 34-35;
Ex 13, 22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51) donde él se sienta para siempre a la
derecha de Dios (cf. Mc 16, 19; Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal 110, 1). Sólo
de manera completamente excepcional y única, se muestra a Pablo "como un
abortivo" (1 Co 15, 8) en una última aparición que constituye a éste en
apóstol (cf. 1 Co 9, 1; Ga 1, 16).
669
Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef
1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión,
permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad
que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf. Ef 4,
11-13). "La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio"(LG
3), "constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra"
(LG 5).
670
Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos
ya en la "última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de
la historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida
de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en
este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una
verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de Cristo
manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16, 17-18) que
acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
954
Los tres estados de la Iglesia. «Hasta que el Señor venga en su esplendor con
todos sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos,
unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros
están glorificados, contemplando "claramente a Dios mismo, uno y trino,
tal cual es"» (LG 49):
«Todos,
sin embargo, aunque en grado y modo diversos, participamos en el mismo amor a
Dios y al prójimo y cantamos el mismo himno de alabanza a nuestro Dios. En
efecto, todos los que son de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una misma
Iglesia y están unidos entre sí en Él» (LG 49).
955
"La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que
durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según
la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes
espirituales" (LG 49).
956
La intercesión de los santos. "Por el hecho de que los del cielo están más
íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en
la santidad [...] No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan
por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los
méritos que adquirieron en la tierra [...] Su solicitud fraterna ayuda, pues,
mucho a nuestra debilidad" (LG 49): «No lloréis, os seré más útil después
de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida» (Santo Domingo,
moribundo, a sus frailes: Relatio jurídica 4; cf. Jordán de Sajonia, Vita 4,
69).
957
La comunión con los santos. "No veneramos el recuerdo de los del cielo tan
sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la
Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En
efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más
cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana,
como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios" (LG
50): «Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios; en cuanto a los
mártires, los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a
causa de su devoción incomparable hacia su rey y maestro; que podamos nosotros,
también, ser sus compañeros y sus condiscípulos (Martirio de san Policarpo 17,
3: SC 10bis, 232 (Funk 1, 336)).
958
La comunión con los difuntos. «La Iglesia peregrina, perfectamente consciente
de esta comunión de todo el cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros
tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y
también ofreció sufragios por ellos; "pues es una idea santa y piadosa
orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados" (2 M 12,
46)"» (LG 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles,
sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.
959
En la única familia de Dios. "Todos los hijos de Dios y miembros de una
misma familia en Cristo, al unirnos en el amor mutuo y en la misma alabanza a
la Santísima Trinidad, estamos respondiendo a la íntima vocación de la
Iglesia" (LG 51).
1020
El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida
hacia Él y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez
las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo,
lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el
viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:
«Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre
Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que
murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en
el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa,
con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y
santos [...] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos,
pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida,
salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos [...] Que
puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y
de su cuidado pastoral, Orden de recomendación de moribundos, 146-147).
1021
La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o
rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo
Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro
final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la
existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como
consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16,
22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como
otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23)
hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente
para unos y para otros.
1022
Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna
en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una
purificación (cf. Concilio de Lyon II: DS 856; Concilio de Florencia: DS 1304;
Concilio de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la
bienaventuranza del cielo (cf. Concilio de Lyon II: DS 857; Juan XXII: DS 991;
Benedicto XII: DS 1000-1001; Concilio de Florencia: DS 1305), bien para
condenarse inmediatamente para siempre (cf. Concilio de Lyon II: DS 858;
Benedicto XII: DS 1002; Concilio de Florencia: DS 1306).
«A
la tarde te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias,
57).
1023
Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente
purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios,
porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13,
12; Ap 22, 4): «Definimos con la autoridad apostólica: que, según la
disposición general de Dios, las almas de todos los santos [...] y de todos los
demás fieles muertos después de recibir el Bautismo de Cristo en los que no
había nada que purificar cuando murieron [...]; o en caso de que tuvieran o
tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte
[...] aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de
la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están
y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso celestial con
Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y
pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una
visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura» (Benedicto
XII: Const. Benedictus Deus: DS 1000; cf. LG 49).
1024
Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor
con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama
"el cielo" . El cielo es el fin último y la realización de las
aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.
1025
Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1
Ts 4,17). Los elegidos viven "en Él", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran
allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17): «Pues la vida es
estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino»
(San Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam 10,121).
1026
Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo.
La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de
la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial a
aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad. El
cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente
incorporados a Él.
1027
Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en
Cristo, sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos
habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino,
casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el
oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman"
(1 Co 2, 9).
1028
A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que
cuando Él mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le
da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es
llamada por la Iglesia "la visión beatífica": «¡Cuál no será tu
gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en
las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor
tu Dios [...], gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de
los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada» (San Cipriano de
Cartago, Epistula 58, 10).
1029
En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la
voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya
reinan con Cristo; con Él "ellos reinarán por los siglos de los
siglos" (Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21.23).
1030
Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente
purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su
muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en
la alegría del cielo.
1031
La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es
completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado
la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de
Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580). La tradición de la
Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co
3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador: «Respecto a ciertas faltas
ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador,
según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha
pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado
ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender
que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo
futuro (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3).
1032
Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos,
de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este
sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del
pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la
memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el
sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar
a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las
indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:
«Llevémosles socorros y hagamos su
conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre
(cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los
muertos les lleven un cierto consuelo? [...] No dudemos, pues, en socorrer a
los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (San Juan
Crisóstomo, In epistulam I ad Corinthios homilia 41, 5).
1033
Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no
podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o
contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que
aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida
eterna permanente en él" (1 Jn 3, 14-15). Nuestro Señor nos advierte que
estaremos separados de Él si no omitimos socorrer las necesidades graves de los
pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en
pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios,
significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre
elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con
los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".
1034
Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que
nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los
que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse , y donde se puede
perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos
graves que "enviará a sus ángeles [...] que recogerán a todos los autores
de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que
pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí malditos al fuego
eterno!" (Mt 25, 41).
1035
La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad.
Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los
infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del
infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002;
1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno
consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el
hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
1036
Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del
infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar
de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo
un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha;
porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son
muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el
camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7,
13-14): «Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo
del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única
carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y
ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y
perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá
llanto y rechinar de dientes"» (LG 48).
1037
Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso
suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y
persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias
diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que
"quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2
P 3, 9): «Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu
familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación
eterna y cuéntanos entre tus elegidos (Plegaria eucarística I o Canon Romano,
88: Misal Romano)
1038
La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los
pecadores" (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será "la
hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz [...] y los que
hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal,
para la condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su
gloria acompañado de todos sus ángeles [...] Serán congregadas delante de él
todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor
separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a
su izquierda [...] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida
eterna." (Mt 25, 31. 32. 46).
1039
Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la
verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final
revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o
haya dejado de hacer durante su vida terrena: «Todo el mal que hacen los malos
se registra y ellos no lo saben. El día en que "Dios no se callará"
(Sal 50, 3) [...] Se volverá hacia los malos: "Yo había colocado sobre la
tierra —dirá Él—, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en
el cielo a la derecha de mi Padre, pero en la tierra mis miembros tenían
hambre. Si hubierais dado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la
cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí
comisionados vuestros para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro: como no
habéis depositado nada en sus manos, no poseéis nada en Mí"» (San Agustín,
Sermo 18, 4, 4).
1040
El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el
día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces
Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre
toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la
creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos
admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin
último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las
injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la
muerte (cf. Ct 8, 6).
1041
El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los
hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co
6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de
Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta
del Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en
todos los que hayan creído" (2 Ts 1, 10).
1042
Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del
Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en
cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado: La Iglesia [...] «sólo
llegará a su perfección en la gloria del cielo [...] cuando llegue el tiempo de
la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo
entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del
hombre, quede perfectamente renovado en Cristo» (LG 48).
1043
La sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta
renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf.
Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de
"hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo
que está en la tierra" (Ef 1, 10).
1044
En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios
tendrá su morada entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de sus ojos,
y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo
viejo ha pasado" (Ap 21, 4; cf. 21, 27).
1045
Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del
género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia
peregrina era "como el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a
Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21,
2), "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el
pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la
comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se
manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de
felicidad, de paz y de comunión mutua.
1046
En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del
mundo material y del hombre: «Pues la ansiosa espera de la creación desea
vivamente la revelación de los hijos de Dios [...] en la esperanza de ser
liberada de la servidumbre de la corrupción [...] Pues sabemos que la creación
entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también
nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en
nuestro interior [...] anhelando el rescate de nuestro cuerpo» (Rm 8, 19-23).
1047
Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado,
"a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin
ningún obstáculo esté al servicio de los justos", participando en su
glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses
5, 32, 1).
1048
"Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y
no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este
mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado
una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya
bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en
los corazones de los hombres"(GS 39).
1049
"No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más
bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo
de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo
nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno
del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en
que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino
de Dios" (GS 39).
1050
"Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia,
tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su
mandato, los encontraremos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados
y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y
universal" (GS 39; cf. LG 2). Dios será entonces "todo en todos"
(1 Co 15, 22), en la vida eterna: «La vida subsistente y verdadera es el Padre
que, por el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los
dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos
recibido la promesa indefectible de la vida eterna» (San Cirilo de Jerusalén,
Catecheses illuminandorum 18, 29).
1322
La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido
elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más
profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la
Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
1323
"Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado,
instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por
los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa
amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de
piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe
a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria
futura" (SC 47).
1324
La Eucaristía es "fuente y culmen de toda la vida cristiana" (LG 11).
"Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y
las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La
sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia,
es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (PO 5).
1325
"La comunión de vida divina y la unidad del Pueblo de Dios, sobre los que
la propia Iglesia subsiste, se significan adecuadamente y se realizan de manera
admirable en la Eucaristía. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la
acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el
Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre" (Instr.
Eucharisticum mysterium, 6).
1326
Finalmente, por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del
cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (cf 1 Co
15,28).
1327
En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe:
"Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la
Eucaristía confirma nuestra manera de pensar" (San Ireneo de Lyon,
Adversus haereses 4, 18, 5).
2691
La iglesia, casa de Dios, es el lugar propio de la oración litúrgica de la
comunidad parroquial. Es también el lugar privilegiado para la adoración de la
presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. La elección de un lugar
favorable no es indiferente para la verdad de la oración: — para la oración
personal, el lugar favorable puede ser un “rincón de oración”, con las Sagradas
Escrituras e imágenes, para estar “en lo secreto” ante nuestro Padre (cf Mt 6,
6). En una familia cristiana este tipo de pequeño oratorio favorece la oración
en común; — en las regiones en que existen monasterios, una misión de estas
comunidades es favorecer la participación de los fieles en la Oración de las
Horas y permitir la soledad necesaria para una oración personal más intensa (cf
PC 7). — las peregrinaciones evocan nuestro caminar por la tierra hacia el
cielo. Son tradicionalmente tiempos fuertes de renovación de la oración. Los
santuarios son, para los peregrinos en busca de fuentes vivas, lugares
excepcionales para vivir “con la Iglesia” las formas de la oración cristiana.
2794
Esta expresión bíblica no significa un lugar [“el espacio”] sino una manera de
ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está “en esta o
aquella parte”, sino “por encima de todo” lo que, acerca de la santidad divina,
puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del
corazón humilde y contrito: «Con razón, estas palabras “Padre nuestro que estás
en el Cielo” hay que entenderlas en relación al corazón de los justos en el que
Dios habita como en su templo. Por eso también el que ora desea ver que reside
en él Aquel a quien invoca» (San Agustín, De sermone Dominici in monte, 2, 5,
18).
«El
“cielo” bien podía ser también aquéllos que llevan la imagen del mundo
celestial, y en los que Dios habita y se pasea» (San Cirilo de Jerusalén,
Catecheses mystagogicae, 5, 11).
2795
El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando
oramos al Padre. Él está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es, por
tanto, nuestra “patria”. De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado
(cf Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace
volver (cf Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el
cielo y la tierra (cf Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo “ha bajado del
cielo”, solo, y nos hace subir allí con Él, por medio de su Cruz, su
Resurrección y su Ascensión (cf Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10;
Hb 1, 3; 2, 13).
2796
Cuando la Iglesia ora diciendo “Padre nuestro que estás en el cielo”, profesa
que somos el Pueblo de Dios “sentado en el cielo, en Cristo Jesús” (Ef 2, 6),
“ocultos con Cristo en Dios” (Col 3, 3), y, al mismo tiempo, “gemimos en este
estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celestial”
(2 Co 5, 2; cf Flp 3, 20; Hb 13, 14): «Los cristianos están en la carne, pero
no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del
cielo» (Epistula ad Diognetum, 5, 8-9).
F.
EL NOMBRE DEL CIELO
Este
tema será tratado bajo siete títulos:
I.
Nombre y Lugar del Cielo; II. Existencia del Cielo; III. Carácter Sobrenatural
del Cielo y la Visión Beatífica; IV. Eternidad del Cielo e Impecabilidad de los
Benditos; V. Beatitud Esencial; VI. Beatitud Accidental; VII. Atributos de la
Beatitud.
I.
NOMBRE Y LUGAR DEL CIELO.
El
Nombre del Cielo.
Cielo
(de la palabra Anglosajona heofon, O.S. hevan y himil, originalmente himin)
corresponde a la palabra Gótica himin-s. Ambos heaven y himil se forman de la
palabra himin por un cambio regular de consonantes: heaven, cambiando m antes
de n a v; y himil, cambiando n de un término no acentuado a una l. Algunos
derivan heaven de la raíz ham, "que cubre" (cita Del gótico ham-ôn y
el alemán Hem-d). De acuerdo a esta derivación, la palabra heaven anglosajona,
puede ser concebida como el techo del mundo. Otros, establecen una conexión
entre himin (heaven) y home (hogar); Bajo este punto de vista, el cual parece
el mas probable, heaven puede ser donde mora la Divinidad. La palabra Latina
coelum (koilon, una cúpula que se deriva de la raíz celare, “que cubre o esconde”
(coelum, “cielo” “techo del mundo”.) Otros, sin embargo, piensan que está
relacionada con la palabra germana himin. La palabra Griega ouranos
probablemente se deriva de la raíz var, la cual también connota la idea de
cubierta. El nombre Hebreo de cielo se piensa que deriva de una palabra que
significa “en lo alto”; por lo tanto, cielo designa la región más alta del
mundo. En la Sagrada Biblia el término cielo denota en primer lugar, el
firmamento azul, o la región de las nubes que pasan por el cielo. Gen. I, 20,
habla de aves “bajo el firmamento del cielo”. En otros pasajes significa la
región de las estrellas que brillan en el cielo. Más aún, se dice “Cielo” como
la morada de Dios; porque, aunque Dios es omnipresente, Se manifiesta A Sí
mismo de una manera especial en la luz y grandeza del firmamento. El Cielo es
también la morada de los ángeles; porque están constantemente con Dios y ven Su
rostro. Con Dios en el cielo están asimismo las almas de los justos (II Cor.
5:1; Mat., v, 3, 12). La carta a los Efesios., iv, 8 sgtes., nos dice que
Cristo condujo al cielo a los patriarcas que estaban en el limbo (limbus
patrum). Por lo tanto, el término cielo ha llegado a designar tanto la
felicidad como la morada del justo en la próxima vida. El presente artículo
trata del Cielo sólo en este sentido. En las Sagradas Escrituras es llamado: ·
El reino de los cielos (Mateo. V, 3); · El reino de Dios (Marcos, Ix, 46) · El
reino del Padre (Mateo, Xiii, 43) · El reino de Cristo (Lucas Xxii,30) · La
casa del Padre (Juan, xiv, 2), · Ciudad de Dios, la Jerusalén celestial (Hebr.
xii) · El lugar sagrado (Hebr. Ix, 12; D. V. sagrados) · El paraíso (II Cor.
Xii, 4) · Vida (Mateo, Vii, 14) · Vida eterna (Mateo, Xix, 16) · La alegría del
Señor (Mateo 25:21) · Corona de vida (Santiago, I, 12) · Corona de justicia (II
Tim. Iv, 8) · Corona de gloria (I de Pedro, V, 4) · Corona incorruptible (I
Cor., ix, 25), · Gran Premio (Mateo 5:12) · Herencia de Cristo (Efesios, I, 18)
· Herencia eterna (Hebreos. Ix, 15)
La
Ubicación del Cielo
¿Dónde
está el Cielo, la morada de Dios y de los benditos? Algunos son de la opinión
que el cielo está en todas partes, como Dios está en todas partes. De acuerdo a
este punto de vista, los benditos se pueden mover mas o menos libremente en
todas partes del universo, y aún se mantienen con Dios y lo ven todo. En todas
partes también, se mantienen con Cristo (en Su Sagrada Humanidad) y con los
santos y ángeles. Porque, de acuerdo a los seguidores de esta opinión, las
distancias espaciales de este mundo ya no pueden impedir la comunicación mutua
entre los benditos.
Sin
embargo, en general, los teólogos consideran mas apropiado que debe haber una
morada especial y gloriosa en la cual los benditos tienen su hogar particular y
donde habitan normalmente, aunque son libres de ir por este mundo. Porque en
los alrededores del cual, los benditos tienen su morada de acuerdo a su estado
de felicidad; la unión interna en caridad que los une en afecto, encontramos la
expresión externa de esta comunidad de habitación. Al final del mundo, la
tierra junto con los cuerpos celestes serán transformados gloriosamente y serán
partes del lugar de morada de los benditos (Apoc. Xxi.) Por tanto, parece que
no hay suficientes razones para atribuir un sentido metafórico a esas numerosas
expresiones de la Biblia que sugieren un lugar de morada definitivo de los
benditos. Por lo tanto, los teólogos, generalmente sostienen que el cielo de
los benditos es un lugar especial con límites definitivos. Naturalmente, este
lugar se sostiene que existe, no dentro de la tierra, sino, de acuerdo con las
expresiones de las Escrituras, sin y más allá de sus límites. Todo detalle
posterior en relación con su ubicación es bastante incierto. La Iglesia no ha
decidido nada sobre esta materia.
II.
EXISTENCIA DEL CIELO
Existe
un cielo, i.e. Dios dará felicidad y los más ricos dones a todos aquellos que
dejaron esta vida libres del pecado original y pecado personal mortal y
aquellos que están, consecuentemente, en estado de justicia y amistad con Dios.
En relación con aquellos justos que dejaron esta vida en pecado venial o
quienes aún están sujetos a castigo temporal por el pecado, ver PURGATORIO. Por
el lado de aquellos que murieron libres de pecado personal, pero infectados con
el pecado original, ver LIMBO (limbus pervulorum.) Sobre el comienzo inmediato
de la felicidad eterna luego de la muerte, o eventualmente, luego del pasaje a
través del purgatorio, ver JUICIO PARTICULAR. La existencia del cielo es, por
su puesto, negada por los ateos, los materialistas y panteístas de todos los
siglos como también por aquellos racionalistas que enseñan que el alma muere
con el cuerpo – en suma, por todos los que niegan la existencia de Dios o la
inmortalidad del alma. Pero el resto, si nos abstraemos de la calidad específica
y el carácter sobrenatural del cielo, la doctrina nunca se ha encontrado con
una oposición digna de notar. Incluso la mera razón puede probar la existencia
del cielo o el estado de felicidad del justo en la próxima vida.
Daremos
una breve reseña de los argumentos principales. De éstos, deberemos ver al
mismo tiempo que la bienaventuranza del cielo es eterna y consiste
principalmente en la posesión de Dios, y que el cielo presupone una condición
de felicidad perfecta en donde cada deseo del corazón encuentra satisfacción
plena.
·
Dios hizo todas las cosas para su honor y gloria objetivos. Cada creatura
manifiesta las perfecciones Divinas al ser semejantes a Dios, cada una de
acuerdo a su capacidad. Aunque el hombre es capaz de ser en la forma más grande
y más perfecta semejante a Dios cuando conoce y ama Sus infinitas perfecciones
con un conocimiento y amor análogos al propio amor y conocimiento de Dios. Por
lo tanto, el hombre es creado para conocerlo y amarlo a Él. Más aún, su
conocimiento y amor es para ser eterno; por eso, porque su alma es inmortal es
que el hombre tiene esa capacidad y ese llamado. Por último, conocer a Dios y
amarlo es la ocupación más noble de la mente humana y consecuentemente también
su felicidad suprema. Por lo tanto, el hombre es creado para la felicidad
eterna; e infaliblemente, la logrará por lo mismo, a no ser que, por el pecado,
se haga indigno a tan alto destino.
·
Dios hizo todas las cosas por Su gloria formal, la cual consiste en el
conocimiento y amor mostrados a Él por las criaturas racionales. Las criaturas
irracionales no pueden darle gloria formal a Dios directamente, aunque deben
asistir a las criaturas racionales a hacerlo. Esto lo pueden hacer manifestando
las perfecciones de Dios entregando otros servicios; mientras que las creaturas
racionales deben, por su propio conocimiento personal y amor a Dios, referir y
dirigir a todas las creaturas a Él, como su fin último. Por lo tanto, toda
creatura inteligente en general, y el hombre en particular, está destinado a
conocer y amar a Dios por siempre, aunque pueda perder la felicidad eterna por
el pecado.
·
Dios, en su infinita justicia y santidad, da su debido premio a la virtud.
Pero, como la experiencia lo demuestra, el virtuoso no recibe un premio
suficiente aquí; por ende, será recompensado más adelante y el premio es
eterno, dado que el alma es inmortal. Tampoco podemos suponer que el alma en la
próxima vida deba merecer la continuación de su felicidad por una serie
continua de combates; porque esto sería repugnante a todas las tendencias y
deseos de la naturaleza humana.
·
Dios en su Sabiduría estableció en la ley moral una sanción suficientemente
apropiada y eficaz. No se puede decir que esa sanción exista, a no ser porque
cada hombre es premiado en la medida de sus buenas obras. Es insuficiente, la
mera aflicción por el pecado. En todo caso, el premio por las buenas obras es
el mejor medio para inspirar celo por la virtud. La naturaleza misma nos enseña
a premiar la virtud en otros en las oportunidades que podemos y esperamos un
premio por nuestras propias buenas acciones por parte del Supremo Regulador del
universo. Este premio, no dado en este mundo, sino mas adelante.
·
Dios ha implantado en el corazón del hombre amor por la virtud y amor por la
felicidad; consecuentemente, Dios, por su propia Sabiduría, al premiar la
virtud, establece una armonía perfecta entre estas dos tendencias. Pero tal
armonía no está establecida en esta vida; por lo tanto, sobrevendrá en la
próxima.
·
Todo hombre tiene un deseo innato por la beatitud perfecta. La experiencia lo
demuestra. La visión de los bienes imperfectos de la tierra, naturalmente nos
lleva a formarnos un concepto de una felicidad tan perfecta de manera que
satisfaga todos los deseos de nuestro corazón. Pero no podemos concebir tal
estado, sin desearlo. Por lo tanto, estamos destinados a una felicidad que es
perfecta y, por esa misma razón, eterna; y será nuestra, a no ser que la
perdamos por el pecado. Una tendencia natural sin un objeto de esa tendencia,
es incompatible tanto con la naturaleza como con la bondad del Creador. Los
argumentos, pues, muy avanzados, prueban la existencia del Cielo como un estado
de felicidad perfecta.
·
Hemos nacido para cosas más elevadas, para la posesión de Dios. Este mundo no
puede satisfacer a ningún hombre, y menos aún al sabio. “Vanidad de vanidades”
dice la Escritura (Ecles. I, 1); y San Agustín exclama: “Nos ha hecho para Sí
mismo (OH Dios) y nuestro corazón estará atribulado hasta que descanse en Ti”.
·
Hemos sido creados para la sabiduría, para la posesión de la perfecta verdad de
su tipo. Nuestras facultades mentales y las aspiraciones de nuestra naturaleza
dan prueba de ello. Pero el conocimiento insuficiente que podemos adquirir en
este mundo, no tiene proporción a las capacidades del alma. Deberemos poseer la
verdad y una perfección más alta más adelante.
·
Dios, nos hizo para la santidad, para el triunfo completo y final sobre la
pasión y para la perfecta y segura posesión de la virtud. Nuestras aptitudes
naturales y deseos son testigos de esto. Pero este objetivo feliz no se alcanza
en este mundo, sino en la próxima vida.
·
Fuimos creados para el amor y la amistad, para la indisoluble unión con
nuestros amigos. En el sepulcro de aquellos que amamos, nuestro corazón desea
una reunión futura. Este lamento de la naturaleza no es una ilusión. Una
reunión alegre y eterna espera el hombre justo más allá del sepulcro.
·
Es convicción de la gente que hay un cielo en el cual el justo se regocijará en
la próxima vida. En los asuntos fundamentales de nuestro ser y destino, una
convicción tan unánime y universal, no puede estar equivocada. De otro modo,
este mundo y el orden de este mundo quedaría como un total enigma para las
creaturas inteligentes, que deben saber al menos, cuales son los medios
necesarios para alcanzar su destino final.
·
Algunos niegan la existencia del cielo; y estos son prácticamente todos ateos o
epicúreos. Pero, seguramente, no puede ser que todo el resto esté errado y una
clase aislada de hombres como éstos no son los verdaderos guías en las
cuestiones más fundamentales de nuestro ser. Porque el repudio a Dios y a Su
Ley, no pueden ser la llave de la sabiduría.
La
Revelación también proclama la existencia del cielo. Esto ya lo hemos visto en
la sección precedente de los varios nombres por los cuales la Biblia designa el
cielo; y de los textos de las Escrituras, aún debemos citar aquellos que versan
sobre la naturaleza y condición particular del cielo.
III.
CARACTER SOBRENATURAL DEL CIELO Y LA VISIÓN BEATÍFICA.
(1)
En el cielo, el justo verá a Dios a través de la intuición directa, clara y
distinta. Aquí en este mundo no tenemos percepción inmediata de Dios; lo vemos
pero indirectamente en el espejo de la creación. Logramos nuestro primer y
directo conocimiento desde las creaturas, y luego, por razonamiento, ascendemos
al conocimiento de Dios de acuerdo a la semejanza imperfecta la cual las
creaturas sobrellevan con su Creador. Pero, al realizar esto, procedemos en
gran medida por medio de la negación. Por ejemplo, eliminando del Ser Divino,
las imperfecciones propias de las creaturas. Sin embargo, en el cielo, ninguna
creatura estará entre Dios y el alma. El Mismísimo será el objeto inmediato de
visión. Las Escrituras y la teología nos dicen que los benditos verán a Dios
cara a cara. Y porque esta visión es inmediata y directa, también será
sumamente clara y distinta. Los ontólogos afirman que percibimos a Dios
directamente en esta vida, aunque nuestro conocimiento de Él es vago y oscuro;
pero una visión de la Esencia Divina, inmediata pero vaga y oscura, implica una
contradicción. Los benditos ven a Dios, no meramente de acuerdo a la medida de
Su semejanza en forma imperfecta reflejada en la creación, sino que lo ven a Él
como Él es, a la manera de Su propio Ser. Que los benditos ven a Dios es un
dogma de fe, expresamente definido por Benedicto XII (1336): Definimos que las
almas de todos los santos en el cielo han visto y ven la Esencia Divina por
intuición directa y cara a cara [visione intuitivâ et etiam faciali], en tal
sabiduría que nada creado interviene como un objeto de visión, sino la Divina
Esencia se presenta a su mirada fija, sin velo, clara y abiertamente; más aún,
que en esta visión disfrutan de la Esencia Divina y que, en virtud de esta
visión y ese regocijo, son verdaderamente benditos y poseen vida y descanso
eterno” (Denzinger, Enquiridión, ed. 10, n. 530--antigua edición, n, 456; Cf.
nn. 693, 1084, 1458 antigua, nn. 588, 868).
El
argumento a través de las Escrituras, está basado especialmente en la primera
Carta a los Corintios, Xiii, 8-13 (Cf. Mateo Xviii, 10; I Juan, Iii, 2; II Cor.
V, 6-8, etc.) El argumento de la tradición es llevado a cabo en detalle por
Petavius ("Del Dogma teológico", I, i, VII, c. 7.) Varios Padres, que
aparentemente contradicen esta doctrina, en realidad la mantienen; simplemente
enseñan que el ojo carnal no puede ver a Dios con sus poderes naturales en esta
vida (Cf. Suárez, "De Deo", l. II, c. 7, n. 17.)
(2)
Es un asunto de fe, que la visión beatífica es sobrenatural, que trasciende los
poderes y pretensiones de naturaleza creada, de los ángeles como de los
hombres. La doctrina opuesta, la de los Begardos y Beguinos fue condenada
(1311) por el Concilio de Viena (Denz. N. 475 – antigua ed. N. 403) y asimismo,
el error similar de Bayo, condenado por Pío V (Denz., n. 1003 – antigua ed. n.
883.). El Concilio Vaticano expresamente declara que el hombre ha sido elevado
por Dios a un fin sobrenatural (Denz., n. 1786 – antigua Ed. n. 1635; cita nn.
1808, 1671 – antigua ed. nn. 1655, 1527.) En conexión con lo anterior, debemos
mencionar también la condena de los Ontólogos y en particular de Rosmini quien
sostuvo que una percepción inmediata pero indeterminada de Dios es esencial
para el intelecto humano y el comienzo de todo conocimiento humano (Denz., nn.
1659, 1927 – antigua ed. nn. 1516, 1772.) Que la visión de Dios es sobrenatural
también se puede mostrar a partir del carácter sobrenatural de la gracia
santificante (Denz., n. 1021 – antigua ed. n. 901); Dado que la preparación
para tal visión es sobrenatural. Incluso la razón sin ayuda reconoce que la
visión inmediata de Dios, incluso si fuera del todo posible, nunca puede ser
natural para una creatura. Porque es manifiesto que la mente de cada creatura,
primero percibe su propio ser y creaturas similares a sí misma por la que es
rodeado, y de éstas se eleva al conocimiento de Dios como la fuente de su ser y
destino final. De ahí que, su conocimiento natural de Dios, necesariamente
mediato y análogo; dado que forma sus ideas y juicios sobre Dios por su
semejanza imperfecta la cual su propio ser y lo que lo rodea lo señalan a Él.
Tal es el único medio que ofrece la naturaleza para adquirir un conocimiento de
Dios y más que esto no es debido a ningún intelecto creado; consecuentemente,
el segundo y esencialmente más elevado camino de ver a Dios es por visión
intuitiva, un don gratuito de la bondad Divina. Estas consideraciones prueban,
no meramente que la visión inmediata de Dios excede las pretensiones de todas
las creaturas actualmente existentes; si no que también son prueba contra
Ripalda, Becaenus y otros (Recientemente también los Morlias) que Dios no puede
crear ningún espíritu que pudiera, en virtud de su naturaleza, estar dotado de
visión intuitiva de la Esencia Divina. Por lo tanto, tal como los teólogos lo
expresan, ninguna sustancia creada es por su naturaleza sobrenatural; sin
embargo, la Iglesia no ha tomado ninguna decisión sobre esta materia. Cf.
Palmieri, "De Deo creante et elevante" (Roma, 1878), tes. 39; Morlais,
"Le Surnaturel absolu", en "Revue du Clergé Français", XXXI
(1902), 464 sgtes, y, de un punto de vista opuesto, Bellamy, "La question
du Surnaturel absolu", Ibíd., XXXV (1903), 419 sgtes. Santo Tomás parece
enseñar (I, Q. xii, a. 1) que el hombre tiene un deseo natural por la visión
beatífica. En otros pasajes, sin embargo, frecuentemente insiste en el carácter
sobrenatural de esa visión (e.g. III, Q. ix, a. 2, ad 3um.) De aquí en el
pasaje anterior, obviamente supone que el hombre conoce desde la Revelación
tanto la posibilidad de la visión beatífica como su destino para disfrutarla.
En esta suposición es sin dudas bastante natural para el hombre tener un deseo
fuerte por esta visión, y que, cualquier tipo inferior de beatitud ya no podrá
satisfacerlo debidamente.
(3)
Para poder ver a Dios, el intelecto del bendito es sobrenaturalmente
perfeccionado por la elevación de la gloria (lumen gloriae). Esto fue definido
por el Concilio de Viena de 1311. (Denz., n. 475; antigua ed. n. 403); lo que
es evidente por el carácter sobrenatural de la visión beatífica. Porque ésta
trasciende los poderes naturales del intelecto; por lo tanto, para ver a Dios,
el intelecto presenta una necesidad de alguna fuerza sobrenatural, no meramente
pasajera sino permanente como la visión misma. Esta vigorización permanente es
llamada “luz de gloria” porque permite a las almas en gloria, ver a Dios con
sus intelectos, así como la luz material permite a nuestros ojos carnales ver
los objetos corporales. Sobre la luz de la gloria, la Iglesia no ha decidido
nada. Los teólogos han elaborado varias teorías sobre ella, las cuales, sin
embargo, no son necesarias de ser examinadas en detalle. De acuerdo a la visión
más común y tal vez la más razonablemente sostenida, la luz de la gloria es una
cualidad Divinamente infundida en el alma y similar a la gracia santificante,
la virtud de la fe, y otras virtudes sobrenaturales en las almas de los justos
(cita. Franzelin, "De Deo uno", 3ra ed., Roma, 1883, tesis. 16.)
Existe una controversia entre los teólogos si se requiere o no una imagen
mental, sea una species expressa o una species impressa, para la visión
beatífica. Pero, para muchos esta es vista como una larga controversia sobre si
el término es apropiado más que sobre la materia misma. La consideración más
común y probablemente la más correcta, niega la presencia de ninguna imagen en
el estricto sentido de la palabra, porque ninguna imagen creada puede
representar a Dios tal como Él es (Cita Mazzella, “De Deo creante” 3ra ed.
Roma, 1892, disp. IV, a. 7, sec. 1) Obviamente, la visión beatífica es un acto
creado inherente en el alma y no, como algunos de los antiguos teólogos
pensaban, un acto no creado del propio intelecto de Dios, comunicado al alma.
Porque “como el ver y el conocer son acciones vitales inmanentes, el alma puede
ver o conocer a Dios sólo por su propia actividad, y no a través de ninguna
actividad ejercida por algún otro intelecto.” Cita Gutherlet, "Das lumen
gloriae" en "Pastor bonus", XIV (1901), 297 sgtes.
(4)
Los teólogos distinguen el objeto primario y secundario de la visión beatífica.
El objeto primario es Dios mismo tal como es. El bendito ve la Esencia Divina
por intuición directa y, por la absoluta simplicidad de Dios, ellos
necesariamente ven todas Sus perfecciones y las tres Personas de la Trinidad.
Más aún, dado que ven que Dios puede crear incontables imitaciones de Su
Esencia, el dominio entero de creaturas posibles descansa abierta a su visión
aunque indeterminadamente y en general. Porque los decretos actuales de Dios no
son necesariamente un objeto de esa visión, excepto en tanto a Dios le place
manifestarlas. Por lo tanto, las cosas finitas no son necesariamente vistas por
los benditos, aunque sean un objeto actual de la voluntad de Dios. Mucho menos
son ellos un objeto necesario de visión en tanto ellos son meros objetos
posibles de la voluntad Divina. Consecuentemente, los benditos tienen un
conocimiento distinto de cosas individuales posibles sólo en tanto Dios desea
entregar ese conocimiento. Por ende, si Dios lo deseara, un alma bendita podría
ver la Esencia Divina sin ver en Ella la posibilidad de ninguna creatura
individual en particular. Pero, de hecho, siempre hay conexión entre la visión
beatífica y un conocimiento de varias cosas externas a Dios, tanto de lo
posible, como de lo actual. Todas estas cosas, consideradas colectivamente,
constituyen el objeto secundario de la visión beatífica.
El
alma bendita ve estos objetos secundarios en Dios ya sea directamente
(formaliter) o en tanto Dios es su causa (causaliter). Ve en Dios directamente
lo que sea que la visión beatífica desvele a su contemplación sin la ayuda de
ninguna imagen mental (species impressa). En Dios, así en su causa, el alma ve
todas aquellas cosas las cuales percibe con la ayuda de una imagen mental
creada, un modo de percepción otorgada por Dios como un complemento natural de
la visión beatífica. El número de objetos vistos directamente en Dios no puede
ser aumentado a no ser que la misma visión beatífica sea intensificada; pero el
número de cosas vistas en Dios como su causa, pueden ser mayor o menor, o puede
variar sin ningún cambio correspondiente en la visión misma.
El
objeto secundario de la visión beatífica abarca todo aquello que el bendito
pueda tener un interés razonable en conocer. Incluye, en primer lugar, todos
los misterios que el alma creía mientras vivía en este mundo Más aún, los
benditos se ven entre sí y se regocijan en la compañía de aquellos que la
muerte los separó. La veneración otorgada a ellos en esta vida y las oraciones
dirigidas a ellos son conocidas también por los benditos. Todo lo que hemos
dicho hasta ahora sobre el objeto secundario de la visión beatífica es una
enseñanza común y confiable de los teólogos. En tiempos recientes (Santo
Oficio, 14 de Diciembre de 1887), Rosmini fue condenado porque enseñó que los
benditos no ven a Dios mismo sino solo sus relaciones con las creaturas (Denz.,
1928-1930 – antigua Ed. 1773-75). En los primeros años encontramos a Gregorio
el Grande, ("Moral.", l. XVIII, c. liv, n. 90, in PL., LXXVI, XCIII)
combatiendo el error de algunos que mantenían que los benditos no veían a Dios,
sino solo una luz brillante saliendo de El. También, en la Edad Media existen
huellas de este error (cito. Franzelin, "De Deo uno", 2da ed., tesis.
15, p. 192).
(5)
Aunque los benditos ven a Dios, no Lo comprenden, porque Dios es absolutamente
incomprensible a todo intelecto creado, y El no puede otorgar a ninguna
creatura el poder de comprenderlo como El se comprende a Sí mismo. Suárez, con
justicia llama a esto la verdad revelada ("De Deo", l. II, c. v, n.
6); dado que el Cuarto Concilio de los Lateranos y el Concilio Vaticano
enumeraron la incomprensibilidad, entre los atributos absolutos de Dios (Denz.
Nn. 428, 1782- antiguo nn. 355, 1631). Los Padres defendieron esta verdad
contra Eunomio, un Ariano quien afirmó que comprendemos completamente a Dios
incluso en esta vida. Los benditos no comprenden a Dios ni intensa ni
extensamente. Intensamente porque su visión no tiene esa infinita claridad con
la cual Dios es conocido y con la cual El se conoce a Sí mismo, ni
extensamente, porque la visión de los benditos no se extiende actual y
claramente a todo lo que Dios ve en Su Esencia. Porque en un solo acto de su
intelecto no pueden representar toda posible creatura individual, clara y
distintamente como Dios lo hace; tal acto sería infinito, y un acto infinito es
incompatible con la naturaleza de un intelecto creado y finito. Los benditos
ven la Divinidad en su integridad, pero solo con una visión de limitada claridad
(Deum totum sed non totaliter). Ven la Divinidad en su integridad porque ven
todas las perfecciones de Dios y a todas las Tres Personas de la Trinidad. Y
sin embargo, su visión es limitada, porque no tienen la infinita claridad que
corresponde a las perfecciones Divinas, ni se extiende a todo lo que
actualmente es o puede llegar a ser un objeto de libre decreto de Dios. Por
esto se sigue que un alma bendita puede ver a Dios mas perfectamente que otra,
y que la visión beatífica admite varios grados.
(6)
La visión beatífica es un misterio. Por su puesto que la razón no puede probar
la imposibilidad de tal visión. Porque, ¿porqué Dios en Su omnipotencia,
estaría incapacitado de acercarse y adaptarse totalmente a nuestro intelecto de
manera que el alma pueda, como lo estuvo, sentir directamente a Dios, aferrarse
a Él, mirarlo y estar enteramente inmerso en Él? Por otro lado, no podemos
absolutamente probar que esto sea posible; porque la visión beatífica se
encuentra más allá del destino natural de nuestro intelecto, y es tan
extraordinario el modo de percepción que no podemos entender claramente tanto
el hecho como la manera de esta posibilidad.
(7)
Por lo que hemos visto hasta ahora, está claro que la beatitud es de dos
clases: la natural y la sobrenatural. Como hemos visto, el hombre está por
naturaleza habilitado para la beatitud, y una vez proporcionada no la pierde
por su propia falta. Hemos visto también que la beatitud es eterna y que
consiste en la posesión de Dios porque ninguna creaturas pueden verdaderamente
satisfacer al hombre. Nuevamente, como lo hemos mostrado, el alma puede poseer
a Dios por el conocimiento y el amor. Pero el conocimiento natural del hombre
no es una visión inmediata, sino una percepción análoga de Dios quien se
refleja en la creación, y aún así es un conocimiento bastante perfecto que
realmente satisface el corazón. Por esto, la beatitud a la cual tenemos una
demanda natural, consiste en este conocimiento análogo perfecto y en el amor
que corresponde con ese conocimiento. Esta beatitud natural es el tipo de
felicidad más pequeña que Dios, en Su bondad y Sabiduría puede otorgarle al
hombre libre de pecado. Pero, en lugar de un conocimiento análogo de Su
Esencia, Él puede otorgar a los benditos una intuición directa, la cual incluye
toda la excelencia de la beatitud natural y la sobrepasa más allá de toda
medida. Es el tipo más alto de beatitud que a Dios le place otorgarnos. Y al
otorgarla, El no sólo satisface nuestro deseo natural de felicidad sino que la
satisface en superabundancia.
IV.
LA ETERNIDAD DEL CIELO Y LA IMPECABILIDAD DE LOS BENDITOS.
Es
Dogma de fe, que la felicidad de los benditos es eterna. Esta verdad está
claramente contenida en la Santa Biblia (ver Sección I); diariamente la Iglesia
la profesa en el Credo Apostólico (credo...vitam eternam), y ha sido definida
repetidamente por la Iglesia, especialmente por Benedicto XII (Cito. Sección
III.) Incluso la razón, como hemos visto, la puede demostrar. Y, seguramente,
si los benditos supieran que su felicidad siempre llegaría a un fin, este sólo
conocimiento, impediría que su felicidad fuera perfecta. En esta materia,
Origen cayó en un error; porque en varios pasajes de sus obras, parece
inclinado a la opinión que las creaturas racionales nunca alcanzan un estado
final permanente (status termini), sino que por siempre se mantienen capaces de
alejarse de Dios y perder su beatitud y de siempre regresar nuevamente a Él.
Los benditos están confirmados en el bien; ya no pueden cometer ni siquiera el
más pequeño pecado venial; cada deseo de sus corazones está inspirado en el más
puro amor de Dios. Que es, más allá de toda duda, una doctrina Católica. Más
aún, la imposibilidad de pecar es física. Los benditos ya no tienen el poder de
escoger realizar malas acciones; no pueden sino amar a Dios; son libres
meramente de mostrar ese amor por una acción buena preferente sobre otra.
Aunque la impecabilidad de los benditos es unánime entre los teólogos, existe
una diversidad de opiniones respecto a su causa. De acuerdo a algunos, la causa
próxima consiste en que Dios aparta absolutamente de los benditos Su
cooperación a ningún consentimiento pecador. Argumentan que la visión beatífica
no excluye el pecado por su misma naturaleza, directa y absolutamente; porque
Dios podría desagradar a las almas benditas en varias formas, por ejemplo,
rehusándoles un mayor grado de beatitud o permitiendo que personas que el alma
bendita ama, mueran en pecado y sentenciándolas al tormento eterno. Más aún,
cuando la visión beatífica va acompañada de grandes sufrimientos y tareas
arduas, como fue el caso en la naturaleza humana de Cristo en la tierra,
entonces, al menos la posibilidad de pecar no está directa y absolutamente
excluida. La causa última de impecabilidad es la libertad de pecado o el estado
de gracia con el cual a su muerte, el hombre pasa a su estado final (status
termini) es decir, a un estado de actitud mental y voluntad inamovible. Porque
es bastante concordante con la naturaleza de ese estado que Dios podría ofrecer
tal cooperación como correspondiente sólo a la actitud mental del hombre escoge
para sí mismo en la tierra. Por esta razón, también las almas en el purgatorio,
aunque no ven a Dios, aún son enteramente incapaces de pecar. La visión
beatífica en sí misma puede ser llamada causa remota de impecabilidad; porque
al otorgar tan asombrosa prenda de Su amor, Dios podría decirse que se encarga
de cuidar de todo pecado a aquellos a quienes favorece tan grandemente, ya sea
rehusando toda cooperación a malos actos o, de alguna otra manera. Además,
incluso si la visión clara de Dios, la más digna de su amor, no incapacita
físicamente al bendito, ciertamente lo hace menos responsable de pecar. La
impecabilidad, como es explicada por los representantes de esta opinión, no es,
propiamente hablando, extrínseca, como a menudo se afirma erróneamente; si no
que es mas bien intrínseca, porque se debe estrictamente al estado final de
bienaventuranza y especialmente a la visión beatífica. Esta es sustancialmente,
la opinión de los Escotistas, como también de muchos otros, especialmente en
tiempos recientes. Sin embargo, los Tomistas, y con ellos la mayoría de los
teólogos, sostienen que la visión beatífica por su misma naturaleza excluye
directamente la posibilidad de pecar. Porque ninguna creatura puede tener una
visión intuitiva clara del Supremo Bien sin ser por este mismo y solo hecho,
irresistiblemente lanzado a amarlo eficazmente y completar por su propio bien,
incluso las tareas más arduas sin la menor repugnancia. La Iglesia no ha
decidido sobre esta materia. El presente escritor se inclina mas bien por la
opinión de los Escotistas por su conexión con la cuestión de la libertad de
Cristo (ver INFIERNO bajo el título Impenitencia de los Condenados.)
V.
BEATITUD ESENCIAL.
Distinguimos
entre la beatitud objetiva y la subjetiva. La beatitud objetiva es aquella,
cuya posesión nos hace felices; la beatitud subjetiva es la posesión de aquel
bien. La esencia de la beatitud objetiva, o el objeto esencial de la beatitud
sólo es Dios. Porque la posesión de Dios nos asegura también la posesión de
todo otro bien deseado; mas aún, todo lo demás es tan inconmensurablemente
inferior a Dios que su posesión puede ser vista como algo accidental a la
beatitud. Finalmente, es evidente que todo lo demás es de menor importancia
para la beatitud, dado el hecho que nada salvo Dios es capaz de satisfacer al
hombre. Por esto, la esencia de la beatitud subjetiva es la posesión de Dios y
consiste en los actos de visión, amor y regocijo. El bendito ama a Dios con un
amor de dos tipos; amor de complacencia por el cual ama a Dios por Sí mismo, y
segundo, con el amor menos propiamente llamado, por el cual ama a Dios como la
fuente de su felicidad (amor concupiscentiae). En consonancia con este amor de
dos tipos, el bendito tiene dos tipos de regocijo; primeramente, el regocijo
del amor en el estricto sentido de la palabra, por el cual los benditos se
regocijan con la beatitud infinita que ven en Dios mismo, precisamente porque
es la felicidad de Dios a quien aman y, segundo, el regocijo que emana del amor
en un sentido más amplio. Estos cinco actos constituyen la esencia de la
beatitud (subjetiva) o, en términos más precisos, su esencia física. En esto,
los teólogos están de acuerdo. Aquí los teólogos avanzan un paso más adelante y
se cuestionan si entre esos cinco actos de los benditos, hay un solo acto o,
una combinación de varios actos los cuales constituyen la esencia de la
beatitud en un sentido estricto. Es decir, su esencia metafísica en contra
distinción a su esencia física. En general, la respuesta es afirmativa; pero,
al señalar la esencia metafísica, sus opiniones son diversas. El presente
escritor, prefiere la opinión de Santo Tomás de Aquino, quien sostiene que la
esencia metafísica consiste en la visión sola. Porque, como ya lo hemos visto
recientemente, los actos de amor y regocijo son simplemente un tipo de
atributos secundarios de la visión; y esto es cierto ya sea que el amor y
regocijo resulten directamente de la visión, como sostienen los Tomistas, o ya
sea que la visión beatífica, por su misma naturaleza, exige una confirmación en
el amor y la eficaz protección de Dios contra el pecado.
VI.
BEATITUD ACCIDENTAL
Además
del objeto esencial de la beatitud, las almas en el cielo disfrutan muchas
bendiciones accidentales de la beatitud. Mencionaremos solo algunas: · En el
cielo, no hay ni el menor dolor o tristeza; porque toda aspiración de la
naturaleza es finalmente lograda. La voluntad de los benditos está en perfecta
armonía con la voluntad Divina; sienten desagrado con los pecados de los
hombres, pero sin experimentar ningún dolor real. · Disfrutan grandemente con
la compañía de Cristo, los ángeles, los santos y con tantos que fueron queridos
por ellos en la tierra. · Luego de la resurrección, la unión del alma con el
cuerpo glorificado será una fuente especial de alegría para los benditos. ·
Obtienen gran placer de la contemplación de todas aquellas cosas, tanto creadas
como posibles, las cuales, como hemos mostrado, ven en Dios, al menos
indirectamente como su causa. Y, en particular, luego del juicio final, el
nuevo cielo y la tierra nueva les proporcionará numerosos goces (Ver JUICIO
GENERAL) · Los benditos se regocijan con la gracia santificante y las virtudes
sobrenaturales que adornan sus almas; y cualquier carácter sacramental que
puedan tener se suma a su deleite. · A los mártires, doctores y vírgenes les
son otorgados deleites muy especiales, pruebas especiales de victorias logradas
en tiempos de prueba (Apoc., vii, 11 sgtes.; Dan., xii, 3; Apoc., xiv, 3
sgtes.) Por esto, los teólogos hablan de tres coronas particulares, aureolas o
gloriolas, por las cuales estos tres tipos de almas benditas son
accidentalmente honradas por sobre el resto. Aureola es un diminutivo de aurea,
es decir aurea corona (corona de oro) (Cito Santo Tomás, Sup: 96)
Dado
que la felicidad eterna es llamada metafóricamente un matrimonio del alma con
Cristo, los teólogos también hablan de las gracias nupciales de los benditos.
Ellos distinguen siete de estos dones, cuatro de los cuales pertenecen al
cuerpo glorificado – luz, impasibilidad, agilidad, sutileza (ver RESURRECCIÓN);
y tres al alma – visión, posesión, y regocijo (visio, comprehensio, frutio.)
Sin embargo, en la explicación dada por los teólogos de los tres dones del alma
encontramos poca conformidad. Podemos identificar el don de visión con el
hábito de la luz de la gloria, el don de posesión con el habito de aquel amor
en un sentido mas amplio que ha encontrado en Dios, la realización de sus
deseos, y el don de regocijo lo podemos identificar con el hábito del amor
propiamente llamado (halitus caritatis) el cual deleita el estar con Dios; Bajo
este punto de vista, estos tres hábitos infusos podrían ser considerados
simplemente como ornamentos de la belleza del alma (Cito. Santo Tomás, Sup: 95)
VII.
ATRIBUTOS DE LA BEATITUD.
Existen
varios grados de beatitud en el cielo que corresponden a la variedad de grados
en los méritos. Esto es dogma de fe, definido por el Concilio de Florencia
(Denz, n. 693 – antigua ed. N. 588.) La Biblia nos enseña esta verdad en muchos
pasajes (por ejemplo, donde sea que habla de la felicidad eterna como premio) y
los Padres la defienden contra lo ataques herejes de los Jovinianos. Es verdad
que, de acuerdo a Mateo xx, 1-16, cada trabajador recibe una moneda; pero a
través de esta comparación, Cristo solamente enseña que, aunque el Evangelio
fue primero predicado a los Judíos, sin embargo, en el Reino de los Cielos no
hay distinción entre Judíos y Gentiles, y que nadie recibirá un mejor premio
basado solo en el hecho de ser hijo de Judá. Los varios grados de beatitud no
se limitan a las bendiciones accidentales, pero que se encuentran primero y más
que nada en la visión beatífica misma. Porque, como ya lo hemos señalado, la
visión también, admite grados. Estos grados esenciales de beatitud son, como
Suárez observa con justicia (“De beat.” D. Xi, s.3, n.5) esos tres tipos de
fruto que Cristo distingue cuando Él dice que la palabra de Dios produce
treinta frutos, en algunos sesenta, en algunos cientos de veces (Mateo XIII,
23). Y es solo una mera acomodación del texto que Santo Tomás (Sup: 96. aa.2 y
sgtes) y otros teólogos aplican para explicar los diferentes grados en la
beatitud accidental merecida por personas casadas, viudas y vírgenes.
La
felicidad del cielo es esencialmente inmutable; aún así admite algunos cambios
accidentales. Por esto, podemos suponer que los benditos experimentan una
alegría especial cuando reciben mayor veneración de los hombres en la tierra.
En particular, no está excluido un cierto crecimiento en conocimiento por
experiencia; por ejemplo, a medida que pasa el tiempo, pueden ser del
conocimiento de los benditos nuevas acciones libres de los hombres, o la
observación y experiencia personal puede arrojar nueva luz sobre cosas que ya
se saben. Y luego del último juicio, la beatitud accidental será aumentada en
la unión del alma con el cuerpo, y de la visión de un Nuevo cielo y tierra.
JOSEPH
HONTHEIM Traducido por: Carolina Eyzaguirre Arroyo.
G.
¿QUÉ ES EL CIELO?
El
Cielo
El
Cielo es felicidad que rebasa nuestros deseos, actividad sin cansancio,
descanso sin aburrimiento, conocimiento sin velos
Por:
Lucrecia Rego de Planas | Fuente: Serie
La
definición del Cielo que nos da el Catecismo de la Iglesia Católica es:
"El
Cielo es la participación en la naturaleza divina, gozar de Dios por toda la
eternidad, la última meta del inagotable deseo de felicidad que cada hombre
lleva en su corazón. Es la satisfacción de los más profundos anhelos del
corazón humano y consiste en la más perfecta comunión de amor con la Trinidad,
con la Virgen María y con los Santos. Los bienaventurados serán eternamente
felices, viendo a Dios tal cual es." Catecismo de la Iglesia Católica,
1023-1029, 1721-1722.
Seguramente
has de estar pensando: "¿Qué el Cielo es qué? ¡No entendí nada! Algo tan
difícil de entender no debe ser tan bueno", o tal vez: "¡Qué aburrido
suena eso de contemplar a Dios… y por toda la eternidad! A mí me gusta la
actividad, eso de ángeles , querubines y cantos gregorianos… ¡como que no se me
antoja!"
Realmente
esta imagen del Cielo resulta muy poco atractiva para cualquiera, pero es que
el Cielo no es como lo pintan los cuadros. ¿Qué tal si te digo que el Cielo es
algo así como la suma de todos tus momentos felices, de todos tus deseos
cumplidos, de todos tus "hobbies" realizables? Empieza a sonar
interesante, pero aún se queda corto.
Ante
la imposibilidad de explicar lo que es el Cielo, muchos autores y teólogos han
intentado describirlo como lo que no es: en el Cielo no habrá sufrimiento, no
habrá hambre, ni sed, ni cansancio, ni injusticias, no existirá el dolor y
tampoco la muerte.
Esto
es un buen comienzo, sin embargo, es demasiado pobre el describir el Cielo como
la ausencia del mal, pues el Cielo es eso y mucho más.
El
Cielo es felicidad que rebasa nuestros deseos, actividad sin cansancio,
descanso sin aburrimiento, conocimiento sin velos, grandeza sin exceso, amor
sin afán de posesión, perdón sin memoria, gratitud sin dependencia, amistad sin
celos, compañía sin estorbos. En el Cielo, Dios nos concederá mucho más de lo
que podemos pedir o imaginar y aún aquello que no nos atrevemos a pedir.
Realmente
puedes imaginarte el Cielo como quieras: imagina el lugar más bello que hayas
visto, llénalo de todo lo que te guste y quítale todo lo que te disguste,
despúes pon en él todo lo bueno que te puedas imaginar, acompañado de gente
extraordinariamente buena y simpática, haciendo aquello que más te guste.
Cuando hayas terminado de visualizar así el Cielo, puedes estar seguro de que esa
imagen es nada junto a lo que realmente será.
¿Por
qué se usa el cielo como símbolo del Cielo?
La
bóveda celeste, el firmamento, es el símbolo que desde siempre se ha utilizado
para representar el Cielo. Este símbolo significa lo trascendente, lo inaccesible,
lo infinito. Si observamos el cielo en una noche estrellada, forzosamente nos
llenaremos de admiración y sobrecogimiento ante la belleza y la grandiosidad
del mismo. Sin embargo, el Cielo, la felicidad eterna, sobrepasa este símbolo.
¿Es
el Cielo un lugar? ¿En dónde se encuentra?
No
lo podemos ubicar ni arriba ni abajo, ni delante ni detrás, pues el Cielo no es
un lugar, sino un estado en el cual los hombres encontraremos la felicidad
buscada y la conservaremos por toda la eternidad.
¿En
el Cielo seremos como ángeles o tendremos también cuerpo?
Dios
nos ha creado como hombres y nos ama como hombres, por eso, el premio que nos
ofrece es para disfrutarlo como hombres, dotados de alma y cuerpo.
En
el Cielo nuestra alma disfrutará al estar en contacto con Dios y, después de la
resurrección de los cuerpos, también disfrutaremos con un cuerpo, aunque será
un cuerpo distinto, un cuerpo glorioso que ya no estará limitado por el espacio
y el tiempo, como el de Jesús resucitado, que podía aparecer y desaparecer en
cualquier lugar. San Pablo habla de esto en I Cor 15, 40 ss.: Sonará la
trompeta y los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos
transformados. Porque es necesario que ese ser corruptible sea revestido de
incorruptibilidad y que ese ser mortal sea revestido de inmortalidad.
¿Cómo
podré ser feliz si alguna de las personas a quienes amo están en el infierno?
Por
supuesto esto es un misterio, pero la felicidad que recibirás en el Cielo
colmará todas tus necesidades y nada podrá limitarla.
Tendrás
el conocimiento perfecto y una claridad absoluta acerca de las intenciones de
los demás, te darás cuenta de que los condenados no están recibiendo un castigo
injusto, sino que ellos mismos lo han escogido libre y voluntariamente. Su
sufrimiento no afectará tu felicidad plena.
¿Existen
diferentes tipos o niveles de felicidad en el Cielo?
Sí,
pero esto no se debe a que el Cielo sea diferente, sino a que las personas que
llegan a él son diferentes. La felicidad será plena para todo el que llegue al
Cielo. No es que unos sean más felices que otros, todos serán totalmente
felices en la intimidad con Dios , pues todos estarán totalmente llenos de
Dios. La diferencia está en que, así como hay vasos grandes a los que les cabe
más agua que a otros más pequeños, de la misma manera, hay almas más santas y
otras menos, de acuerdo con la capacidad que cada uno desarrolló a lo largo de
su vida.
Lo
que Jesús nos dijo acerca del Cielo
Jesús
nos habla en el Evangelio muchísimas veces acerca del Cielo y nos lo explica en
un lenguaje que podemos entender:
A
los hambrientos les hablaba de pan, a la samaritana de un agua que sacia
definitivamente la sed (Jn 4, 1 ss). Hablaba de perlas preciosas (Mt 13, 45.),
de onzas de oro, de una oveja perdida y recuperada. Nos habla de un banquete,
de una fiesta de bodas, de redes colmadas de peces, de un tesoro escondido en
el campo.
Todos
estos símbolos que utiliza Jesucristo nos pueden dar una idea de la felicidad
que tendremos en el Cielo, ya que las felicidades terrenas son una imagen de la
felicidad celeste.
Algunos
testimonios de los que han visto lo que es el Cielo
Han
existido muchos santos a los que Dios les ha concedido la gracia de poder ver
lo que es el Cielo. He aquí algunos de sus testimonios, con los cuales han
tratado de explicarnos con palabras terrenas lo que nos espera en el Cielo: San
Pablo: Dios es capaz de hacer indeciblemente más de lo que nosotros pedimos o
imaginamos (Ef 3,20).
Nada
son los sufrimientos de la vida presente, comparados con la gloria que nos
espera en el Cielo (2 Cor 4,17).
Teresa
de Jesús: Pude ver a Jesús en su Santa Humanidad completa. Se me apareció con
una belleza y una majestad incomparables. No temo decir que, aunque no
tuviéramos otro espectáculo para encantar nuestra vista en el Cielo, ya sería
una gloria inmensa. (Vida de Santa Teresa).
San
Agustín: Es más fácil decir qué cosas no hay en el cielo, que decir qué cosas
hay: En el Cielo contemplaremos y descansaremos, descansaremos y alabaremos,
alabaremos y amaremos, amaremos y contemplaremos. (Confesiones).
San
Juan de la Cruz: Tanto es el deleite de la vista de tu ser y hermosura, que no
la puede sufrir mi alma, sino que tengo que morir viéndola, máteme tu vista y
hermosura. (Cántico espiritual).
San
Francisco de Asís: El bien que espero es tan grande, que toda pena se me
convierte en placer.
¿Qué
debo hacer para alcanzar el Cielo?
Jesús
nos habla en el Evangelio del camino a seguir:
Entrar
por la puerta estrecha (Mt 7,13.).
Tomar
la cruz.
Vender
todo lo que tienes y dárselo a los pobres.
Dejar
a tu padre y a tu madre.
Tomar
el arado y no voltear hacia atrás.
¡Se
oye muy fuerte! ¡Parece muy difícil! Sin embargo, si vuelves a leer los
testimonios de los santos que han podido verlo, te darás cuenta de que vale la
pena y que ningún sufrimiento es demasiado grande para evitar que luchemos por
él.
Querer
ganar el Cielo significa tratar de tenerlo desde ahora y eso, como ya vimos, se
logra viviendo las Bienaventuranzas.
Tener
el Cielo es tener a Dios y tener a Dios es vivir en gracia.
Entre
la gloria y la gracia no hay diferencia en esencia: Quien tiene la bellota, ya
tiene el encino; quien posee la gracia santificante, posee el Cielo, es decir a
Dios. Las diferencias son en el modo de tenerlo: Aquí en la Tierra, quien tiene
la bellota, tendrá más tarde el encino. La bellota no es aún el encino, pero
llegará a serlo. En la tierra vemos el capullo, en el cielo la flor; en la
tierra el amanecer, en el cielo el mediodía; aquí las sombras, allá la luz;
aquí lo parcial, allá la plenitud; aquí la lucha, allá la victoria.
M.M.
Arami, Vive tu vida.
Los
medios para vivir siempre en gracia ya los conoces: la oración; la huida de las
ocasiones de pecado; el sacrificio; la frecuencia en la recepción de los
sacramentos; la devoción a la Virgen María, la vivencia de las
Bienaventuranzas.
Para
salir victoriosos en el Juicio Final: Jesús nos lo dice claramente:
"Venid
benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer, porque tuve sed
y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis, forastero y me
acogisteis, enfermo y me visitasteis… Todo lo que hicisteis a uno de estos pequeños,
a mí me lo hicisteis."
H.
¿CÓMO SERÁ EL CIELO? 10 SANTOS TE LO CUENTAN
Los
que mejor describen la alegría que nos espera.
Así
que, deseando dar una mirada de esperanza a lo que espera a los fieles después
de la muerte, os presento diez testimonios sobre el cielo según los santos,
algunos de los cuales tuvieron incluso la suerte de experimentarlo de primera
mano, antes o después de morir, y nos lo han contado.
Santa
Faustina Kowalska escribió extensamente sobre sus viajes espirituales tanto al
paraíso como al lugar de perdición en sus diarios, que han sido considerados
por la Iglesia como revelaciones aprobadas.
Después
de que Faustina quedara traumatizada por sus visiones del infierno, se le dio
la oración a la Divina Misericordia para compartirla con el mundo como un arma
en la guerra por la salvación de las almas.
Pero
tristemente, se le recuerda más esto que sus alentadoras visiones del cielo,
sobre las que escribió:
“Hoy
fui al cielo, en el espíritu, y vi sus inconcebibles bellezas y la felicidad
que nos espera después de la muerte. Vi cómo las criaturas dan sin cesar
alabanza y gloria a Dios. Vi cuán grande es la felicidad en Dios, que se
difunde a todas sus criaturas, haciéndolas felices; y así toda la gloria y la
alabanza que brota de su felicidad vuelven a su fuente; y entran en las
profundidades de Dios, contemplando la vida interior de Dios, el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo, a quien nunca podrán comprender o abarcar. Esta fuente de
la felicidad es inmutable en su esencia, pero siempre es nueva, brotando
felicidad para todas las criaturas”.
San
Alfonso María de Ligorio contó una historia que le compartió un superior de la
orden jesuita quien se le apareció después de morir y le dio un informe
detallado sobre qué trato la gente puede esperar en el cielo.
Según
el difunto, las recompensas del cielo no son iguales para todos los que entran,
pero todos los que entran quedan igualmente satisfechos:
“Ahora
estoy en el cielo, Felipe II rey de España está en el cielo también. Los dos
disfrutamos de la recompensa eterna del paraíso, pero es diferente para cada
uno de nosotros. Mi felicidad es mucho mayor que la suya, pues no es como
cuando estábamos aún en la tierra, donde él era de la realeza y yo era una
persona corriente. Estábamos tan lejos como la tierra del cielo, pero ahora es
al revés: lo humilde que yo era comparado con el rey en la tierra, así le
sobrepaso en gloria en el cielo. Con todo, ambos somos felices, y nuestros
corazones están completamente satisfechos”.
El
papa san Gregorio Magno habló de la unidad sobrenatural entre la comunión total
de los santos en el cielo, y su aparentemente infinito conocimiento: “Además de
todo esto, una gracia más maravillosa se otorga a los santos en el cielo,
porque conocen no sólo a aquellos con los que estaban familiarizados en este
mundo, sino también a los que antes nunca vieron, y conversan con ellos de una
forma tan familiar como si en tiempos pasados se hubieran visto y conocido: y
por lo tanto, cuando ven a los antepasados en ese lugar de felicidad perpetua,
luego los conocerán de vista, aquellos de cuya vida oyeron hablar. Pues ver lo
que hacen en ese lugar con un brillo indescriptible, igual a todos,
contemplando a Dios, ¿qué es lo que no saben, si conocen al que lo sabe todo?”
Otros
santos nos han dejado parecidas visiones y descripciones fantásticas del cielo:
San
Agustín: “Allí, la buena voluntad estará tan dispuesta en nosotros que no
tendremos otro deseo que el de quedarnos allí eternamente”.
San
Felipe Neri: “Si tan sólo llegáramos al cielo, qué cosa más dulce y sencilla
que estar allí para siempre diciendo con los ángeles y los santos, Sanctus,
sanctus, sanctus”.
San
Anselmo de Canterbury: “Nadie tendrá ningún otro deseo en el cielo que lo que
Dios quiere; y el deseo de uno será el deseo de todos; y el deseo de todos y de
cada uno de ellos será también el deseo de Dios”.
San
Juan María Vianney: “Oh mis queridos feligreses, ¡tratemos de llegar al cielo!
Allí veremos a Dios. ¡Qué felices nos sentiremos! Si la parroquia se convierte
vamos a ir allí en procesión con el párroco a la cabeza… ¡Tenemos que llegar al
cielo!”
Santa
Bernadette Soubirous: “Mi corona en el cielo brillará con inocencia, y sus
flores serán radiantes como el sol. Los sacrificios son las flores Jesús y
María eligieron”.
Santo
Tomás Moro: “La tierra no tiene ninguna tristeza que el cielo no pueda curar”.
El
cielo es un lugar maravilloso, y todos deben esforzarse para llegar allí. Pero
quizás la cita “celestial” más alentadora de todas viene de santa Teresa de
Lisieux, la “Pequeña Flor”, quien señaló que tan gloriosa como el cielo, Dios
encuentra la presencia de sus hijos infinitamente más deseable: “Nuestro Señor
no desciende del cielo todos los días para estar en un copón de oro. Se trata
de encontrar otro cielo que es infinitamente más querido para Él, el cielo de
nuestras almas, creado a su imagen, los templos vivos de la adorable Trinidad”.
I.
CONTROVERSIAS SOBRE EL TEMA
A. EL PAPA BENEDICTO XVI: NO HAY PURGATORIO, NI CIELO, NI
INFIERNO, SON ESTADOS DE CONCIENCIA.
El
Papa aseguró que el purgatorio no existe como espacio físico.
Ciudad
del Vaticano (EFE). El papa Benedicto XVI dijo hoy que el purgatorio no es un
lugar del espacio, del universo, “sino un fuego interior, que purifica el alma
del pecado”.
El
Pontífice hizo estas manifestaciones ante unas nueve mil personas que
asistieron en el Aula Pablo VI a la audiencia pública de los miércoles, cuya
catequesis dedicó a la figura de santa Catalina de Génova (1447-1510), conocida
por su visión sobre el purgatorio.
Benedicto
XVI señaló que Catalina de Génova, en su experiencia mística, jamás hizo
revelaciones específicas sobre el purgatorio o sobre las almas que se están
purificando, frente a la imagen de la época que lo representaba siempre ligado
al espacio. “El purgatorio no es un elemento de las entrañas de la Tierra, no
es un fuego exterior, sino interno. Es el fuego que purifica las almas en el
camino de la plena unión con Dios”, afirmó el Papa.
El
Obispo de Roma añadió que la santa no parte del más allá para contar los
tormentos del purgatorio e indicar después el camino de la purificación o la
conversión, sino que parte de la “experiencia interior del hombre en su camino
hacia la eternidad”.
Benedicto
XVI añadió que el alma se presenta ante Dios aún ligada a los deseos y a la
pena que derivan del pecado y que eso le imposibilita gozar de la visión de
Dios y que es el amor de Dios por los hombres el que la purifica de las
escorias del pecado.
El
Pontífice invitó a los fieles a rezar por los difuntos para que puedan gozar de
la visión de Dios y les exhortó a la caridad y a prestar una mayor atención
hacia los pobres y más necesitados.
OTROS
PAPAS COINCIDIERON CON EL ACTUAL
El
paraíso, el purgatorio y el infierno han preocupado a lo largo de la historia
tanto a los fieles como a los papas y así Benedicto XVI, el Papa teólogo,
afirmó en 2007 que el infierno, “del que se habla poco en este tiempo, existe y
es eterno para los que cierran su corazón al amor de Dios”.
Su
antecesor, Juan Pablo II, coincidió con Ratzinger en que el purgatorio existe,
pero que no es “un lugar” o “una prolongación de la situación terrenal” después
de la muerte, sino “el camino hacia la plenitud a través de una purificación
completa”. El Papa Wojtyla también aseguró durante su pontificado que tanto el
paraíso como el infierno no son lugares físicos, sino estados del espíritu.
Según
Juan Pablo II, las imágenes utilizadas por la Biblia para presentarnos
simbólicamente el infierno deben ser interpretadas correctamente y “más que un
lugar, es la situación de quien se aparta de modo libre y definitivo de Dios”.
Del paraíso aseguró que existe, pero que no es “ni una abstracción ni un lugar
físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con Dios
Y
ahora qué hacemos?
FUENTE:
Diario El Comercio
B.
EL PAPA BENEDICTO
XVI RESUCITA EL INFIERNO Y ENTIERRA EL LIMBO
Contradice
las palabras de Juan Pablo II en 1999. Benedicto XVI dijo: "El infierno
existe y es eterno". El Vaticano eliminó también el concepto de
"limbo".
Benedicto
XVI ha decidido retomar la línea más clásica de la Iglesia resucitando la idea
del infierno, desestimada hace años por Juan Pablo II, sobre el que ha dicho
que existe "y es eterno". Juan Pablo II vinculó el infierno a una
situación espiritual metafórica. Hasta hace casi ocho años, cuando en 1999 el
Papa Juan Pablo II se desmarcó de la concepción clásica del infierno, la idea
de la salvación se había basado siempre en una dualidad "bien-mal":
existe gente buena porque existe gente mala, y existe premio porque existe
castigo; al menos, esa era la base sobre la que se edificaba la idea de
"salvación" en la religión cristiana. Pero Wojtila lo ligó más a un
estado espiritual que a un castigo físico con estas palabras: "El infierno
indica más que un lugar, la situación en la que llega a encontrarse quien
libremente y definitivamente se aleja de Dios, fuente de vida y de
alegría". El debate del Vaticano sobre el limbo El Vaticano, tras años de
debate interno, también ha resuelto eliminar la idea de "limbo", un
lugar "sin tormento pero alejado de Dios", al que iban los niños
recién nacidos que no recibieron el sacramento del bautismo. La muerte no
suponía, hace unos años, un trámite doloroso desde el punto de vista cristiano:
con el cielo como objetivo y el limbo como consolación, no existía un castigo
para el pecado; ahora el Papa Ratzinger ha decidido enmendar la situación y ha
restituido la situación clásica, aunque sin el limbo: o te salvas, o te
condenas. La salvación desde el punto de vista cristiano El limbo tenía su
explicación teológica en una suerte de "estado permanente" para
quienes las aguas del bautismo no habían lavado las culpas del "pecado
original" del hombre en el Paraíso, pero suponía para los teólogos
"una visión restrictiva" de la salvación, por lo que de ahora en
adelante, los bebés no bautizados "se salvan". Mucho se ha escrito
sobre qué es el infierno, una de las principales obsesiones del hombre a lo
largo de la Historia; los relieves de las catedrales románicas plasman con todo
lujo de detalles el miedo al Juicio Final y a su consecuente castigo a los
pecadores, y eran reflejo de una fe vivida desde el temor a Dios y a la culpa
de los hombres. ¿Qué es el infierno? Etimológicamente la palabra
"infierno" viene del latín "infernus", que se relaciona con
"inferior" en el sentido de un lugar tradicionalmente ubicado bajo la
tierra o dentro de ella; y en lo referente a la fe, según la traducción de la
Enciclopedia Católica, es un lugar "oscuro, escondido y alejado de
Dios". Dante imaginó un infierno compuesto de nueve círculos La
representación más conocida del infierno es la que Dante Alighieri imaginó en
"La Divina comedia", con nueve círculos con distintos castigos en
función de la gravedad del pecado cometido, muy en la línea de la visión
Helénica del Hades, un infierno escondido tras la laguna Estigia. Pero la idea
de este lugar no es exclusiva de la religión cristiana, sino que otras
creencias la han desarrollado: sin ir más lejos, los otros dos grandes cultos
monoteístas tienen su propio Averno, el "sheol" en los inicios del
judaísmo, más vinculado a la "oscuridad tras la muerte" que a un
castigo por las malas acciones, mientras que en el Corán existen múltiples
referencias. Las grandes religiones y las culturas históricas En la antigüedad
también se temió al infierno: así los egipcios describían en el "Libro de
los muertos" algunos rituales para salvar al difunto; existen también
representaciones del juicio a los muertos en presencia de Anubis, que escoltaba
las almas y las protegía de Osiris. En las culturas precolombinas también
existió el infierno: para los mayas Ah Puch era el dios de la muerte, su
regente, con cabeza de calavera y el cuerpo en descomposición, muy en la línea
del dios azteca de la muerte, Mictian.
Tras
el infierno y el limbo, el Papa elimina la dimensión física del purgatorio.
Considera que el
purgatorio no es un lugar del espacio, sino "un fuego interior, que
purifica el alma del pecado".
El papa Benedicto XVI ha
asegurado que el purgatorio no es un lugar del espacio, del universo,
"sino un fuego interior, que purifica el alma del pecado". Estas
polémicas declaraciones las realizó durante la catequesis que dedicó a la
figura de santa Catalina de Génova (1447-1510), conocida precisamente por su
visión sobre el purgatorio. Benedicto XVI señaló que Catalina de Génova en su
experiencia mística jamás hizo revelaciones específicas sobre el purgatorio o
sobre las almas que se están purificando, frente a la imagen de la época que lo
representaba siempre ligado al espacio.
El Obispo de Roma añadió que la santa no parte del más allá para contar
los tormentos del purgatorio e indicar después el camino de la purificación o
la conversión, sino que parte de la "experiencia interior del hombre en su
camino hacia la eternidad". El purgatorio parte de la "experiencia
interior del hombre en su camino hacia la eternidad" Además aseguró que el
alma se presenta ante Dios aún ligada a los deseos y a la pena que derivan del
pecado y que eso le imposibilita gozar de la visión de Dios y que es el amor de
Dios por los hombres el que la purifica de las escorias del pecado. Estas
palabras de Ratzinger siguen la línea marcada anteriormente por el Papa Juan
Pablo II, quien consideraba que el purgatorio existe, pero no como "una
prolongación de la situación terrenal" después de la muerte, sino "el
camino hacia la plenitud a través de una purificación completa". Conceptos
polémicos El infierno, el limbo y el purgatorio han preocupado a lo largo de la
historia tanto a los fieles como a los papas. Benedicto XVI se ha caracterizado
por avivar la polémica con sus particulares ideas sobre estos conceptos
religiosos. En 2007 ya causaron un gran revuelo sus palabras sobre el infierno
al referirse a él como un lugar "del que se habla poco en este tiempo,
existe y es eterno para los que cierran su corazón al amor de Dios".
Benedicto XVI resucitó el infierno y acabó con la idea del limbo Resucitaba de
esta manera una visión del infierno desechada por su antecesor, Juan Pablo II,
que lo consideraba un estado del espíritu y no un lugar físico y aseguraba que
las imágenes utilizadas por la Biblia para presentar simbólicamente el infierno
debían ser interpretadas correctamente. Sobre el debate del
"limbo", El Vaticano y Benedicto
XVI decidieron eliminarlo como ese lugar "sin tormento pero alejado de
Dios", al que iban los niños recién nacidos que no recibieron el
sacramento del bautismo.
Los
Papas Juan Pablo II y Francisco niegan el infierno como un lugar físico.
Benedicto XVI afirma lo contrario.
C.
JUAN PABLO II
AUDIENCIA
Miércoles
28 de julio de 1999
El
infierno como rechazo definitivo de Dios
1.
Dios es Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero, por desgracia, el
hombre, llamado a responderle en la libertad, puede elegir rechazar
definitivamente su amor y su perdón, renunciando así para siempre a la comunión
gozosa con él. Precisamente esta trágica situación es lo que señala la doctrina
cristiana cuando habla de condenación o infierno. No se trata de un castigo de
Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas
por el hombre en esta vida. La misma dimensión de infelicidad que conlleva esta
oscura condición puede intuirse, en cierto modo, a la luz de algunas
experiencias nuestras terribles, que convierten la vida, como se suele decir,
en «un infierno».
Con
todo, en sentido teológico, el infierno es algo muy diferente: es la última
consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Es la
situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del
Padre incluso en el último instante de su vida.
Juan
Pablo II 09
2.
Para describir esta realidad, la sagrada Escritura utiliza un lenguaje
simbólico, que se precisará progresivamente. En el Antiguo Testamento, la
condición de los muertos no estaba aun plenamente iluminada por la Revelación.
En efecto, por lo general, se pensaba que los muertos se reunían en el sheol,
un lugar de tinieblas (cf. Ez 28, 8; 31, 14; Jb 10, 21 ss; 38, 17; Sal 30, 10;
88, 7. 13), una fosa de la que no se puede salir (cf. Jb 7, 9), un lugar en el
que no es posible dar gloria a Dios (cf. Is 38, 18; Sal 6, 6).
El
Nuevo Testamento proyecta nueva luz sobre la condición de los muertos, sobre
todo anunciando que Cristo, con su resurrección, ha vencido la muerte y ha
extendido su poder liberador también en el reino de los muertos.
Sin
embargo, la redención sigue siendo un ofrecimiento de salvación que corresponde
al hombre acoger con libertad. Por eso, cada uno será juzgado «de acuerdo con
sus obras» (Ap 20, 13). Recurriendo a imágenes, el Nuevo Testamento presenta el
lugar destinado a los obradores de iniquidad como un horno ardiente, donde
«será el llanto y el rechinar de dientes» (Mt 13, 42; cf. 25, 30. 41) o como la
gehenna de «fuego que no se apaga» (Mc 9, 43). Todo ello es expresado, con forma
de narración, en la parábola del rico epulón, en la que se precisa que el
infierno es el lugar de pena definitiva, sin posibilidad de retorno o de
mitigación del dolor (cf. Lc 16, 19-31).
También
el Apocalipsis representa plásticamente en un «lago de fuego» a los que no se
hallan inscritos en el libro de la vida, yendo así al encuentro de una «segunda
muerte» (Ap 20, 13ss). Por consiguiente, quienes se obstinan en no abrirse al
Evangelio, se predisponen a «una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor
y de la gloria de su poder» (2 Ts 1, 9).
3.
Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben
interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una
vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega
a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida
y alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la
Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el
amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre
por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de
la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la
palabra infierno» (n. 1033).
Por
eso, la «condenación» no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en
su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de los seres que ha
creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor. La «condenación»
consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios, por
elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción.
La sentencia de Dios ratifica ese estado.
4.
La fe cristiana enseña que, en el riesgo del «sí» y del «no» que caracteriza la
libertad de las criaturas, alguien ha dicho ya «no». Se trata de las criaturas
espirituales que se rebelaron contra el amor de Dios y a las que se llama
demonios (cf. concilio IV de Letrán: DS 800-801). Para nosotros, los seres humanos,
esa historia resuena como una advertencia: nos exhorta continuamente a evitar
la tragedia en la que desemboca el pecado y a vivir nuestra vida según el
modelo de Jesús, que siempre dijo «sí» a Dios.
La
condenación sigue siendo una posibilidad real, pero no nos es dado conocer, sin
especial revelación divina, cuáles seres humanos han quedado implicados
efectivamente en ella. El pensamiento del infierno -y mucho menos la
utilización impropia de las imágenes bíblicas no debe crear psicosis o angustia;
pero representa una exhortación necesaria y saludable a la libertad, dentro del
anuncio de que Jesús resucitado ha vencido a Satanás, dándonos el Espíritu de
Dios, que nos hace invocar «Abbá, Padre» (Rm 8, 15; Ga 4, 6).
Esta
perspectiva, llena de esperanza, prevalece en el anuncio cristiano. Se refleja
eficazmente en la tradición litúrgica de la Iglesia, como lo atestiguan, por
ejemplo, las palabras del Canon Romano: «Acepta, Señor, en tu bondad, esta
ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa (…), líbrarnos de la
condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos».
O
sea Para Juan Pablo II el infierno físico no existe. ¿No había visto el
proyecto Kola?
Pero
el Papa Benedicto XVI dice que sí, que el infierno es un lugar físico.
Benedicto
XVI desmiente a Juan Pablo II: asegura que el infierno es un lugar físico y no
mental, como decía el anterior Papa
D.
AGENCIAS EN EL VATICANO
Lunes
11 de Febrero, 2013
Declaración.
El Sumo Pontífice advierte que la salvación no será para todos.
El
Papa Benedicto XVI aseguró ayer durante una audiencia con motivo del inicio de
la Cuaresma, que el infierno existe y que el castigo eterno ocurre en un lugar
físico y no “mental”. Sin embargo, este anuncio no parece ser nuevo, ya que en
abril de 2007 ya había hecho referencia a la existencia del infierno como un
lugar físico, acción que su antecesor, Juan Pablo II rechazó.
En
su llamado a la intolerancia con el relativismo y la laicidad, Benedicto XVI
decidió reponer las armas del catolicismo clásico y aseguró que “para hacer
frente a la crisis la fuerza de la Iglesia no está en el diálogo ni en la
tolerancia, sino en la vuelta a los orígenes”. La salvación no es inmediata ni
llegará para todos, por eso ha querido destacar la posibilidad real de ir al
infierno o “casa de Satanás”, según informó el diario italiano La Repubblica.
Se trata de recuperar el protagonismo perdido y para ello el Pontífice asegura
que “la proclamación de que el infierno existe y es eterno es la continuación
de esa estrategia”, contraponiéndose así a las directrices de su antecesor,
Juan Pablo II, el cual eliminó tales conceptos y desmontó la credulidad popular
sobre el cielo, el purgatorio, el infierno e, incluso, el diablo.
Uno
de los primeros defensores de esta hipótesis, que el infierno estuviera vacío,
fue el teólogo suizo Urs Von Baltasar, amigo de Benedicto XVI. Y el Papa lo ha
reiterado de manera categórica en su encuentro con los párrocos al afirmar que
la “casa de Satanás existe”. “El infierno, del que se habla poco en este
tiempo, existe y es eterno”, dijo en abril de 2007 Benedicto XVI. Una idea que
es contraria a lo que defendió el anterior Papa, Juan Pablo II, durante su
pontificado.
El
conocido como Papa peregrino, corrigió el concepto tradicional del infierno y
fue en el verano de 1999, cuando hubo cuatro audiencias para hablar sobre el
cielo, el purgatorio, el infierno y el diablo. “El cielo”, dijo entonces, no es
“un lugar físico entre las nubes”. El infierno tampoco es “un lugar”, sino “la
situación de quien se aparta de Dios”. El Purgatorio es un estado provisional
de “purificación” que nada tiene que ver con ubicaciones terrenales. Y Satanás
“está vencido: Jesús nos ha liberado de su temor”.
La
decisión de Benedicto XVI de volver a poner sobre la mesa, sin matices, la idea
del infierno eterno choca con ese pasado reciente. No es su primera vuelta al
pasado. También ha autorizado las misas en latín con el oficiante de espaldas a
los feligreses, por citar un solo ejemplo. Lo curioso es que hace menos de un año,
el 6 de octubre de 2006, Benedicto XVI mantenía el timón de Juan Pablo II
haciendo público el documento de los expertos sobre la inexistencia del limbo,
otra de las piezas aisladas del Más Allá católico.
Entonces
el representante de Dios en la Tierra tiene dos opiniones contradictorias.
¿Quién tiene la razón?
“Benedicto
XVI: El infierno sí existe” este era el titular como el diario El Clarín daba
la insólita noticia de cómo el Sumo Pontífice del Vaticano aseguraba que el
infierno, aquel espacio en donde van las almas pecadoras y que muchos veían
como un simbolismo de la cristiandad, “existe”, y que no está vacío y es el
ámbito de la justicia de Dios.
Estas
frases, desataron polémica, no sólo por la implicancia teológica que esta
afirmación suscita, sino porque el Papa contradeciría con esta aseveración a su
antecesor, Juan Pablo II, quien afirmó en una Audiencia celebrada el 28 de
Julio de 1999 que así como el cielo no es “un lugar físico entre las nubes” el
infierno tampoco sería un lugar propiamente dicho, sino “la situación de quien
se aparta de Dios”.
La
pregunta de quién de los dos Papas dice la verdad, está aún en el aire.
Entonces,
Benedicto XVI renuncia a ser Papa en activo y se convierte en Papa emérito, y
le sustituye Francisco, ¿y qué dice Francisco?
En
sus últimas revelaciones, el Papa Francisco dijo:
“A
través de la humildad, la introspección y la contemplación orante hemos
adquirido una nueva comprensión de ciertos dogmas. La iglesia ya no cree en un
infierno literal, donde la gente sufre. Esta doctrina es incompatible con el
amor infinito de Dios. Dios no es un juez, sino un amigo y un amante de la
humanidad. Dios busca no para condenar sino para abrazar. Al igual que la
fábula de Adán y Eva, vemos el infierno como un recurso literario. El infierno
no es más que una metáfora del alma aislada, que al igual que todas las almas
en última instancia, están unidos en amor con Dios. “
En
un discurso impactante que está reverberando en todo el mundo, el Papa
Francisco declaró que:
“Todas
las religiones son verdaderas, porque son verdad en los corazones de todos
aquellos que creen en ellos. ¿Qué otro tipo de verdad está ahí? En el pasado,
la iglesia ha sido muy dura con los que consideró inmorales o pecaminosos. Hoy
en día, ya no hay juicio. Como un padre amoroso, nunca condenemos a nuestros
hijos. ¡Nuestra iglesia es lo suficientemente grande como para heterosexuales y
homosexuales, para los pro-vida y los pro-elección! Para los conservadores y
los liberales, incluso los comunistas son bienvenidos y se nos han unido. Todos
amamos y adoramos al mismo Dios.” En los últimos seis meses, los cardenales,
obispos y teólogos católicos han estado deliberando en la Ciudad del Vaticano,
al discutir el futuro de la iglesia y la redefinición de las doctrinas y los dogmas
católicos de larga data. El Tercer Concilio Vaticano II, es el mayor y más
importante desde el Concilio Vaticano II que concluyó en 1962.
El
Papa Francisco convocó al nuevo consejo de “por fin terminar la obra del
Concilio Vaticano II”.
El
Tercer Concilio Vaticano concluyó con el Papa Francisco anunciando que…El
catolicismo es ahora una “religión moderna y razonable, que ha sufrido cambios
evolutivos. Ha llegado la hora de abandonar toda intolerancia. Debemos
reconocer que la verdad religiosa evoluciona y cambia. La verdad no es absoluta
o grabada en piedra. Incluso los ateos reconocen lo divino. A través de actos
de amor y caridad el ateo reconoce a Dios como bueno, y redime su alma,
convirtiéndose en un participante activo en la redención de la humanidad. “
E.
¿HA DICHO EL PAPA BENEDICTO XVI QUE NO EXISTE EL
PURGATORIO?
En
una carta que remonta a la época de los primeros cristianos, el Papa S.
Clemente I (Papa entre los años 93-101) tercer sucesor de S. Pedro, exhorta a
los corintios:
“El
rebaño debe vivir en paz bajo la obediencia y tutela de los presbíteros y los
miembros del Cuerpo de Cristo no deben estar separados de su cabeza.
Abandonemos, pues, las investigaciones vacias y vanas y sigamos el canon
venerable y glorioso de nuestra tradición.”
En
la Iglesia Católica, los Papas ejercen la suma autoridad respecto a materias de
fe cuando hablan desde la Cátedra de S. Pedro como Vicarios de Cristo en el
mundo. No es de extrañar, entonces, que sean blancos de tergiversaciones
mediáticas que acaben confundiendo a los fieles respecto a temas como la
cuestión por la cual escribe un lector, José: “[…] resulta que hace algunos
días escuchó mi hermana en las noticias que según un reportaje el Papa
Benedicto XVI había dicho que el purgatorio no existe o que él decretaba que ya
no existiera. No recuerdo las palabras precisas y quisiera saber si eso es
cierto.”
Posiblemente
ese rumor origina en la declaración del Cardenal Joseph Ratzinger: “El limbo no
ha sido nunca definido como verdad de fe”, como puede leer en “Benedicto XVI y
el Purgatorio” en apologeticacatolica.org. Quizá hubo confusión entre “el
limbo”, que se refiere a un lugar en el que se encuentran los que fallecen sin
haber cometido ningún pecado personal y sin haber sido bautizados y el Purgatorio,
cuya existencia es dogma de fe, como se puede leer en este enlace.
Además,
puede leer la opinión del Papa Benedicto XVI sobre el Purgatorio en sus propias
palabras en este fragmento del “Encuentro del Papa con los párrocos y el clero
de Roma” (7 de febrero, 2008):
”Actualmente
se suele pensar: qué es el pecado, Dios es grande, nos conoce, así que el
pecado no cuenta, al final Dios será bueno con todos. Es una bella esperanza.
Pero existe la justicia y existe la verdadera culpa. Quienes han destruido al
hombre y la tierra no pueden sentarse de inmediato en la mesa de Dios junto a
las víctimas. Dios crea justicia. Debemos tenerlo presente. Por ello me parecía
importante escribir este texto también [en “Spe Salvi”, ver a continuación]
sobre el purgatorio, que para mí es una verdad tan obvia, tan evidente y
también tan necesaria y consoladora, que no puede faltar.”
Fragmento
de la Carta Encíclica “Spe Salvi” (30.11.2007) del Papa Benedicto XVI
“46.
[…] En gran parte de los hombres –eso podemos suponer– queda en lo más profundo
de su ser una última apertura interior a la verdad, al amor, a Dios. Pero en
las opciones concretas de la vida, esta apertura se ha empañado con nuevos
compromisos con el mal; hay mucha suciedad que recubre la pureza, de la que,
sin embargo, queda la sed y que, a pesar de todo, rebrota una vez más desde el
fondo de la inmundicia y está presente en el alma. ¿Qué sucede con estas
personas cuando comparecen ante el Juez? Toda la suciedad que ha acumulado en
su vida, ¿se hará de repente irrelevante? […][Cita a S. Pablo en 1 Corintios:]
‘Encima de este cimiento [Jesucristo] edifican con oro, plata y piedras
preciosas, o con madera, heno o paja. Lo que ha hecho cada uno saldrá a la luz;
el día del juicio lo manifestará, porque ese día despuntará con fuego y el
fuego pondrá a prueba la calidad de cada construcción. Aquel, cuya obra,
construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa, mientras que
aquel cuya obra quede abrasada sufrirá el daño. No obstante, él quedará a
salvo, pero como quien pasa a través del fuego’ (3,12-15). “En todo caso, en
este texto se muestra con nitidez que la salvación de los hombres puede tener
diversas formas; que algunas de las cosas construidas pueden consumirse
totalmente; que para salvarse es necesario atravesar el «fuego» en primera
persona para llegar a ser definitivamente capaces de Dios y poder tomar parte
en la mesa del banquete nupcial eterno.
“47.
Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que arde, y que a la vez salva,
es Cristo mismo, el Juez y Salvador. El encuentro con Él es el acto decisivo
del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo
que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente
nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida
puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse. Pero en
el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se
nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su
corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, «como a
través del fuego». Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo
de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros
mismos y, con ello, totalmente de Dios.”
Ya
en este mundo podemos comenzar a espiar nuestros pecados con la penitencia, en
preparación de nuestro gran encuentro con el Señor. El Evangelio de la
Solemnidad de Cristo Rey [21.11.2010] recuerda que el letrero sobre el Señor en
la cruz indicaba: “Éste es el rey de los judíos” (Lc. 23, 38), pero Jesucristo
es también Rey del Universo, y debe reinar en nuestros corazones. Nos anima el
Papa S. Clemente I a convertirnos de corazón hacia Él: “Fijemos con atención
nuestra mirada en la sangre de Cristo, y reconozcamos cuán preciosa ha sido a
los ojos de Dios, su Padre, pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la
gracia de la penitencia para todo el mundo.” (“Carta a los Corintios”)
No
expresa ese Padre de la Iglesia que estemos libres de toda responsabilidad
gracias a la Pasión del Señor, sino que debemos imitarle a Jesucristo siguiendo
el camino del sacrificio.
“La
encarnación de Dios en Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia– de tal
modo que la justicia se establece con firmeza: todos nosotros esperamos nuestra
salvación «con temor y temblor» (Fil 2,12). No obstante, la gracia nos permite
a todos esperar y encaminarnos llenos de confianza al encuentro con el Juez,
que conocemos como nuestro «abogado», parakletos (cf. 1 Jn 2,1).” (“Spe Salvi”,
47)
Recemos
con confianza, pues, al Señor por las almas en el Purgatorio, que experimentan
allí tanto la Justicia como la Misericordia del Señor.
FIN
5. DERECHO DE AUTOR
Esta obra se reserva el derecho de autor prescrito en la página http://sapi.gob.ve/?page_id=116 Este derecho nace con el acto de creación y no por el registro de la obra. Es el derecho que posee el autor sobre sus creaciones sean estas obras literarias, musicales, teatrales, artísticas, científicas o audiovisuales. Se considera Autor a la persona natural (persona física) que crea alguna obra literaria, artística o científica. Se agradece a todos los lectores ceñirse a esta disposición
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