martes, 27 de marzo de 2018

MANUEL CIPRIANO PEREZ, GENIO Y FIGURA - COMPILACIÓN DE NESTOR GERMÁN RODRÍGUEZ Y EFREN RODRIGUEZ




No.
INDICE

PORTADA

PRESENTACION
I
BIOGRAFIA DEL ING. MANUEL CIPRIANO SALVADOR LÁZARO DE JESÚS PÉREZ BARRIOS – TOMADO DEL BLOG DE LUIS MANUEL PEREZ
II
BIOGRAFIA BREVE DE MANUEL CIPRIANO PEREZ BARRIOS. (TOMADO PUBLICACIÓN DE LA ACADEMIA DE CIENCIAS FÍSICAS, MATEMÁTICAS Y NATURALES. VOL. XIII. CARACAS, 1975)
II
MANUEL CIPRIANO PEREZ BARRIOS, VISTO POR EL CRONISTA DE TURMERO CIRO GUZMAN MORILLO +

PARA SU CONOCIMIENTO



PRESENTACION:
Desde MEMORIAS HISTÓRICAS DIGITAL IZADAS DE TURMERO  nos hemos propuesto resaltar los valores que nos hacen sentir orgullosos de haber nacido, ser criado o haber vivido en esta tierra de gracia que es Turmero. Estos personajes han aportado su trabajo e intelecto al desarrollo de la humanidad. En esta oportunidad le corresponde al Ingeniero Manuel Cipriano Pérez, con una trayectoria ejemplar que le invitamos a conocer.

LOS COMPILADORES



MANUEL CIPRIANO PEREZ

I. BIOGRAFÍA DEL ING. MANUEL CIPRIANO SALVADOR LÁZARO DE JESÚS PÉREZ BARRIOS – TOMADO DEL BLOG DE LUIS MANUEL PEREZ  (BISNIETO)

Creo que no muchos mortales tenemos el privilegio de conocer tanto de un ascendente tan lejano como es un bisabuelo. Esta posibilidad existe por haberse convertido él en un ilustre venezolano de su época que mereció que alguien — en este caso el Dr. Ron Hernández — se dedicara a escribir una profusa biografía con tanto detalle, que junto a la imagen tridimensional que ofrece el busto que engalana la Academia de las Ciencias, me da la oportunidad de conocerlo tanto como lo permiten los cinco lustros que separaron su muerte de mi nacimiento.

De paso esta generosa biografía del Dr. Hernández corrobora los datos suministrados por Bernardo Pantin (QEPD), medio sobrino de mi padre, sobre nuestro árbol genealógico y que me tomé la tarea de registrar — hasta donde me permitió la versión gratuita — en myheritage.com. Entre otras cosas confirma nuestro parentesco con los Pérez Carreño y por consiguiente con Simón Rodríguez.

Es por ello que he querido incluir en mi blog este extracto digitalizado de la mencionada biografía, que de paso ofrece una estampa de los duros tiempos en que las montoneras eran la ley. A continuación le presento a mi bisabuelo:



ING. MANUEL CIPRIANO SALVADOR LÁZARO DE JESÚS PÉREZ BARRIOS

(TURMERO 16/12/1860 – CARACAS 30/04/1937)

ILUSTRES VENEZONALISTAS.

Manuel Cipriano Pérez, genio y figura
Caracas, 7 Febrero de 1.945.

La cabal apreciación del pasado nos adiestra y estimula para militar en el presente y sondear en el porvenir. Es fuerza escudriñar en el ayer  para despejar cuales virtudes son dignas de cultivarse mañana. El bien que sembraron los hombres privilegiados no se pierde en terreno estéril, sino que sigue su curso en movimiento generador. Es función de Juventud amar ese pasado en marcha  y levantar el recuerdo  de sus valores para consolidar con ellos el basamento de los pueblos nuevos.
Rendir culto no solamente a los hombres que lucharon por nuestra emancipación  política, sino también a aquellos que contribuyeron con su vida y con su obra  a impulsar desinteresadamente el ascenso ético y cultural, es mantener la continuidad del espíritu de renovación en el curso de la historia de la humanidad, además es justicia. La justicia es el patrimonio de los hombres libres. Impartamos sin egoísmos el justiciero homenaje a quien como Manuel Cipriano Pérez Barrios, con su vida de honestidad y de sapiencia supo abonarnos los corazones, dominar nuestros instintos y hacernos más amantes de la patria.
No somos sino obedientes instrumentos de la diosa vendada al inscribir su nombre en la nomenclatura  de nuestros civilizados. Este pedestal que levantamos a su personalidad sencilla, modesta y buena servirá de saludable advertencia a los que aspiran conquistar la gratitud de la posteridad vestidos de oropeles y ostentando engañosas actitudes y constituyen a la par una contundente repulsa de todos los falsos valores que apenas desaparecidos se hunden en el olvido, porque pese al aplauso transitorio de los contemporáneos, carecieron de espíritu templado al fuego de las convicciones doctrinarias.
Manuel Cipriano Pérez Barrios, no fue solo un profesional sobresaliente ni simplemente un ejemplar cabeza de familia, ni escuetamente un ciudadano intachable, fue muy principalmente un maestro en las más nobles actividades de la vida del hombre, incontables fueron sus discípulos, en la visa en el trabajo y en los libros. Yo fui uno de ellos, quizás el mas favorecido aunque tal vez el menos aprovechado. Su historia podría resumirse en breves líneas. Un día  del año de 1871 aparece a pie por el camino de Antimano un humilde muchacho de alpargatas que viene a la capital derrotado por el infortunio desde el pueblo lejano, a conquistar las excelencias de la vida, sin más providencias que el entusiasmo de sus escasos doce años.
Lucha, trabaja y estudia con incansable empeño. Apenas doce años después ya su nombre es timbre de ilustración y honestidad y la República, en reconocimiento de sus servicios le concede el Busto del Libertador. Se consagra al cultivo de las ciencias, del bien, a la práctica de las más altas virtudes públicas y privadas. 



Pone todas las potencias de su espíritu al servicio de la sociedad y por encima de todo apetito material o conveniencia propia. Desaparece al fin cargado de años y merecimientos (murió el 30 de Abril de 1937 a las 5:00 am), legándonos con sus enseñanzas y sus obras un patrimonio institutor  del que nos ufanamos como rico venero de honor y de experiencia humana.  No sabría continuar asociando mis ideas sin decir antes, a las generaciones venideras acerca de cómo era la apariencia personal y particularidades de costumbres de este hombre señalado para honrar la historia de nuestro pueblo.
Mi maestro no era ni alto ni bajo, delgado pero de buena contextura y probada resistencia a las fatigas, frente despejada, mirada serena e inteligente, nariz aguileña, y labios delgados. Su cabello era oscuro y regularmente recortado, sus bigotes medianos y castaños. Le recuerdo desde que el frisaba en los cuarenta años de edad  (1.900), representaba mucho menos. Era bien parecido y de un talante afable que predisponía a su favor, vestía con sencillez. Resistido siempre a las innovaciones de la moda, conservó toda la vida, en sus vestidos, rasgos de los de su juventud. Usaba pechera, puños y cuello duro de puntas dobladas que cubría con corbatas negras o de colores oscuros y de lazo hecho.
Nunca abandonó la singular costumbre de enlazar interiormente con hilos los botones de su camisa para no perderlos u olvidarlos al cambiarse la prenda. Llevaba chaleco y reloj con leontina  de la que pendía un dije de coralina. Jamás calzó zapatos trenzados sino botines que debían ser siempre negros. No usó joyas ni perfumes. Su vestido y su persona eran pulcros. Durante la mayor parte de su vida llevó al cinto por debajo del chaleco una correa de cuero del que pendía el revólver reluciente del que cuidaba con exquisito esmero. Adquirió con esta difícil arma igual que con el Winchester, notable destreza y puntería que más de una vez le salvó la vida y de las que gustaba hacer gala ante sus compañeros durante sus largas correrías profesionales a través de los montes y de las selvas venezolanas.
Amaba los animales en extremo. Se deleitaba con nuestros pájaros cantores cuyas costumbres observo derivando interesantes conocimientos que se complacía en divulgar. Particularmente gustaba de las bestias de silla. Llego a ser jinete excelente. Entrando en cierta ocasión a Caracas de madrugada, por la carretera del este, el caballo que montaba se desbocó recorriendo en carrera veloz más de un kilómetro hasta caer exánime la bestia frente al Parque de la Candelaria sin que el jinete hubiera perdido los estribos.  Notables cualidades adornaban su espíritu. Escuchaba en silencio y atento a su interlocutor y contestaba benévolamente a sus preguntas. No alardeaba de dadivoso pero se adelantaba  muchas veces a los deseo del necesitado sin que el socorrido descubriera muchas veces su mano generosa. Cuando se solicitaban sus consejos compartía entrañablemente la angustia ajena. Aún en las causas sin remedio dejaba en el confidente ese suave sentimiento que conforta cuando hemos hecho contacto con alguien que ha vibrado con los rigores de nuestro mismo infortunio.



Cumplimiento del deber. Su honradez se hizo proverbial. Leal en la amistad, no olvidaba, pero sabía perdonar los desvíos con sentido de piedad.  ¿Cómo trabajaba, como vivía mi maestro? Prefería la vida del campo a la ciudad. Las últimas generaciones le conocieron de profesor universitario o consultor, calculando o escribiendo en el pupitre o dictando sus lecciones en la cátedra. Pero en las tres cuartas partes de su vida, hasta muy entrada su madurez se desenvolvió en el campo frente a los obreros y la peonada, construyendo ferrocarriles, carreteras, muelles, fijando posiciones geográficas o delimitaciones de fronteras, proyectando acueductos, cloacas o canalizaciones de ríos o fondeaderos de puertos. En el oriente, en el occidente de la República, en nuestra cordillera, en los llanos, en las selvas remotas del Casiquiare y del Río Negro, sin que mellaran su coraje de gran trabajador, ni el sol ardiente, ni la malaria agotadora, ni el dormir a campo raso en plena selva o en empinada cumbre,  bajo las tormentas. Una noche entera vi soportar la mas tremendas lluvia en el Caño de Guaraunos, sin más protección que su cobija. Muy de mañana, se mudo la ropa que pudo cambiarse, tomo una taza de café y ordeno a su gente proseguir la exploración iniciada el  día anterior.
Solamente con una excelente salud y temple de espíritu es posible soportar pruebas de resistencia tan decisivas. Cuando hacia campamentos permanentes, estos se reducían a un gran caney, del cual se reservaba un pequeño espacio para su hamaca, sus libros y una mesa. Rara vez dejaba de estudiar hasta altas horas de la noche por mas fatigosa que hubiera sido la jornada. En la ciudad, mi maestro gustaba de disfrutar de ciertas comodidades. No poseyó bienes de fortuna, ni el espíritu de abnegación que presidio su vida era propicio para alcanzarles. Sin embargo tan pronto como pudo y a costa de preciosas economías se construyó vivienda en su pueblo y otra en la capital.   Edificaba sus solares hogareños sin regatear amplitud ni solidez. Ambas son altas de espesos muros, habitaciones espaciosas y amplios patios, corredores y corrales.
Era inflexible en cuestiones de honor y en cuanto atañía al Su aposento que es el más amplio, le sirve de alcoba y cuarto de estudio. Su lecho, estantes con libros y algunos muebles muy indispensables, forman el moblaje. Sobre la mesa escritorio esta todo siempre en orden. Nunca sale de noche, rara vez acude a un espectáculo. Después de comer, fuma un cigarrillo  y se entrega al estudio o a observaciones astronómicas en el amplio corral de la casa.   Junto al tintero sus palilleros, plumas estilográfica fuente. Invariablemente se ve junto a sus papeles, un afiladísimo cortaplumas, con el cual saca puntas a sus lápices en forma exquisita. Escribe, fuma y piensa. Relee siempre cuidadosamente lo escrito. Los caracteres de su escritura son de absoluta uniformidad y armonía, perfecciona los rasgos de las letras, marca los acentos y precisa los periodos con cuidadosa puntuación. Estos rasgos son característicos de un temperamento que no concebía hacer nada a medias o que no estuviera ajustado a un esfuerzo de perfección. Uno de los fundamentos mas sólidos de su reputación, además de su honestidad, su minuciosa escrupulosidad y la exactitud rigurosa en todo cuanto producía su mano: memorias, cálculos, planos, ensayos lingüísticos, investigaciones indígenas, hasta en sus aficiones artísticas sus inclinaciones eran marcadas hacia el clasicismo como fuente generosas de formas y conceptos precisos.




¿En qué pensaba, que leía mi maestro hasta altas horas de la noche frente a su mesa en el silencio de su alcoba? ¿Cómo se distraía en sus obligados descansos? Infatigable estudioso, no era el profesional adocenado en la estrechez de la carrera aprendida, sino el espíritu inquieto que hurga en la filosofía preceptos de moral, en la política normas para la profesión de ciudadano, en las ciencias exactas – como el decía – la disciplina de la lógica sendero de la verdad. Se complacía en estudiar las costumbres e idiosincrasia de su pueblo a través de lo que el llamaba “La filosofía práctica de la vida” y para ello no busca la sombra de filósofos  y psicólogos de universal renombre ni se inspira en principios exóticos divorciados de nuestra realidad social, sino que se vanagloria de haber encontrado sus maestros de la vida aquí mismo, según confiesa en las “Memorias de don Juan Antonio Pérez,“ personificadas venezolanistas: el ingeniero Luis Julio Blanco, el General Juan Calcaño Mathieu y el escritor Rafael Silva.
Pero ni la filosofía, ni las ciencias exactas, ni las creencias políticas fueron suficientes a su avidez espiritual y hace incursiones en las bellas artes con pasos de aficionado. Sus emociones estéticas, las traduce en versos sencillos, en melodías musicales que arranca al piano con trozos clásicos o aires nacionales. En acuarela y dibujos al lápiz que se complace en dedicar a sus amigos. Viaja a Europa, a la República del Norte, a Centro América, recorre a Venezuela hacia los cuatros puntos cardinales y de sus extensas excursiones extrae conocimientos que no serán para su disfrute exclusivo, sino para transmitirlos a amigos y discípulos como para que la cultura siga su curso de democratización en la historia de los pueblos.



Nacido mi maestro en los Valles de Aragua, jamás estrecho su culto en la patria- chica sino que lo desbordó en claro concepto de patria grande en la unidad de acero porque jamás uso pluma en tres compatriotas que complacen a sus sentimientos nacional. Formada su juventud en una época en que el teoricismo, el barniz que dispensaba la educación, se manifestó en sus conocimientos y actividades con un sentido equilibrado de practicismo. Descendiente de ancestro español y nacido en un  hogar cuasi español, capto una rica herencia de cultura hispana, pero moldeada en un venezolanismo integral que fue la característica preponderante de Manuel Cipriano Pérez Barrios.
Buscando en la genealogía de la civilización de Latinoamérica, se descubre una Pléyada de genitores, de recios forjadores del alma del hombre americano, que vinieron de España. En mi maestro se dio igualmente el caso del personero de la cultura mediterránea trasplantada a la América y estructurada en su ser espiritual y físico a través de generaciones de hidalgos con rasgos inconfundibles.   ¿Cómo fue la ruta genealógica que siguió en este caso la cultura hebreo-Cristiana desde el mediterráneo hasta un pueblo de Aragua para infundirse con arraigos vigorosos en el niño que después fue el maestro? Revelase así que hace poco más de un siglo, pisó nuestras playas el Coronel andaluz Don José Bernardo del Villar.
Decepcionado de los acontecimientos políticos de su patria, buscando nueva vida en un mundo nuevo, aportando una limpia hoja de servicios y la escasa fortuna que pudo salvar de su descalabrada herencia.  Hombre emprendedor, troca la espada y los galones por el arado y la vestimenta del labrador y fija en los fértiles jardines de Aragua el campo de sus actividades. Pronto conoce e intima en Valencia con los Arana de linajuda ascendencia vizcaína desde que Fortun de Arana guerreo en las contiendas de Navarra. Préndase el Coronel de la más hermosa muchacha de la familia: Doña Mercedes Arana y Lugo  y contraen nupcias. De la feliz unión nace hacia 1830 don José Bernardo Pérez Arana, quien funda hogar en Turmero con Doña Mercedes Barrios Carvajal, en la casa solariega de los Barrios, frente a la de los Olmos y de por medio la Calle Real, donde al amanecer del 16 de diciembre de 1859, viene a la vida Manuel Cipriano Pérez Barrios que andando el tiempo nos habrá de crear los argumentos de esta verídica historia.
Pero si interesante y emotivo ha sido para mi devoción seguir el germen espiritual de la cultura española en su limpia trayectoria de aquellos antepasados, forjados en hogares de honrosas prerrogativas, mucho mas será reflexionar acerca de cómo evolucionó el niño en quien se depositó una herencia tan española ribeteada de prejuicios y de puntillos de castas para transfigurarse en el Manuel Cipriano Pérez Barrios que hizo del sentimiento igualitario un habito y del venezolanismo su mística. En estos aspectos de la formación espiritual del maestro es evidente que influyeran definitivamente el ambiente rural y las circunstancias dolorosamente aleccionadoras que rodearon su infancia.
En este periodo de la vida los factores humanos y el medio estampan en el hombre signos decisivos con que habrá de revelarse mas tarde. Tan interesante etapa de su existencia, cuando en temprana edad el infortunio le hizo regar con lágrimas el polvo de los caminos de Aragua, nos la dejo relatada el maestro con noble y filosófico realismo en sus “Memorias de Juan Antonio Pérez” que escribió en las postrimerías de su larga y fructífera vida y que se verán comprendidas en las líneas que siguen.  Nacido, cuando su padre, dueño de los florecientes fundos cafeteros de “El Macaro” y “El Rosario”, era uno de los más ricos propietarios del pueblo de Turmero, mi maestro se inicio en la vida en medio de la abundancia y en un hogar tranquilo gozoso de la paz de la existencia rural. Dotado de gran precocidad, compartía ya a los 4 años de edad, sus juegos infantiles con el aprendizaje de las primeras letras que le imparte su maestro José Antonio García, austero y benemérito institutor aragüeño. Pero no brillará por mucho mayor tiempo la bienandanza en la casa de los Pérez Barrios.
Desde algún tiempo atrás ya Don José Bernardo era hostilizado por tener “nota de godo”. Terminaba el año 1867. Las pasiones se desbordaban y la República persecuciones contra Don José Bernardo, y acosado y sometido a crueles suplicios por bandoleros codiciosos que se decían “jefes federales” perdió en breve plazo su patrimonio y enfermó y todavía abierta sus heridas, fue expulsado del Estado Aragua y quedo en la miseria. Creyéndose amparado por los nacientes estatutos de la Federación no se fue muy lejos y se instalo en Guacara donde viviendo de favor en una casa en ruinas y después de arrendar un pequeño terreno para ganarse el alimento, trajo a su familia.
Ya estos últimos esfuerzos agrícolas parecían cristalizarse, pero las dulzuras de la luna de miel de la autonomía de los flamantes Estados Federales no fueron suficientes para detener en sus fronteras a los antiguos enemigos, y provocando sus perseguidores a don José Bernardo so pretexto de disputas por los linderos de la propiedad en que buscaba el sustento y fue nuevamente perseguido y obligado a ocultarse para salvar la vida. Casi el único sostén de la familia de 8 personas siguió siendo desde ahora el niño Manuel Cipriano. Trabajo como peón de albañil, se empleó en una pequeña fogatería. Temiendo su madre por los peligros de esta clase de ocupación, prefirió que se pasara a una modesta empresa de desmote de algodón donde ganaba ya 5 reales diarios. A veces aliviaba la situación haciendo santos de cedro y carroña de jobo que difícilmente vendía o se ganaba “ñapas” de los pulperos dibujando de memoria el retrato de Páez.
Pero reflexionando sus padres, que de seguir en aquella vida no podrá salir de su hijo más que un peón, resolvieron desprenderse de el, en un sacrificio supremo y le encarrilaron hacia un empleo como muchacho dependiente en un negocio de víveres de Puerto Cabello. Eran los días en que Valencia era una tempestad por el alzamiento de Matías Salazar. Pasada la tormenta y “una madrugada de mayo” padre e hijo emprenden el viaje a pie, bajo el sol ardiente por el largo camino polvoriento. Llegan a Valencia para seguir la marcha, el padre necesita descansar y se sentaron a las orillas del Cabriales, pero el inquieto niño pide permiso a su padre para hacer entre tanto una excursión por la ciudad. Y es aquí que una cuadra antes de la Plaza Bolívar escucha desde una ventana el llamado de Lastenia Santamaría quien le insta a pasar y le incorpora en un círculo de familia que recibía la visita del General Gumersindo Vásquez. Insiste Doña Lastenia en que lo llevara en sus carretas a Caracas y al llegar su padre para obtener su licencia le vio inclinar un se desangraba en un campo de Agramante. Culminaron las poco la cabeza, dijo a pesar de su recio carácter – y solo me contesto “está bien, vete.” “Aquello que hice era monstruoso, se necesitaba tener un corazón de hierro” “después de llegar a Caracas, todas las noches, durante un mes, estuve llorando mi culpa”. Así el destino personificada en aquella noble señora, trazaba a este niño la ruta que le estaba señalada para que viniera a traernos el tesoro de sus enseñanza; evocando aquel profundo concepto de gran viejo Hugo quien al analizar las causas determinantes de uno de los mas grandes.
Acontecimientos históricos nos dice:” todo aquello paso, porque un pastorcillo dijo al Gran Capitán “no Cojáis por allí cojed por aquí”.  Después de tres largos días de viaje, subido en lo alto de las pacas de algodón de una carreta, durmiendo en sobraos y comiendo escasamente de unos 12 reales que portaba llego hasta afueras de Caracas, de donde siguió a pie varios kilómetros hasta la casa de sus tías las Barrios Carvajal que al amparo de su hermano Don Braulio Barrios se han venido hace cuatro años de Turmero.  Tres días después de su llegada, se había dejado ver la protección providente de su tío don Braulio quien gozaba del aprecio del General Guzmán Blanco y era a la sazón senador de la República “ya mis alpargaticas rotas están reemplazadas por un par de zapatos nuevos, calzoncito y blusa también sustituidos por una indumentaria bastante decente para asistir a la “Escuela Guzmán Blanco” cuyo director era el Dr. Jesús Muñoz Tebar de inolvidable memoria.  La escuela estaba situada en una amplia casa de dos pisos que hasta el año pasado existió en el ángulo N.O. de la esquina de los angelitos muy cerca vivía el nuevo colegial. Primero entre Quebrado y Pescador y luego entre Angelitos y Jesús, casa esta última donde las Barrios regentaron durante más de treinta años una Escuela Federal donde recibieron educación varias generaciones de muchachos de la Parroquia de San Juan.
Rápidos fueron los progresos del novel estudiante. Logro además encontrar trabajo en una tabaquería, aprendió a modelar con el viejo escultor Palacios en cuyo taller ganaba algo. Así compartía sus faenas escolares con ocupaciones que le permitían atender a sus pequeñas necesidades y aun enviar socorro a sus padres y hermanos que lloraban su ausencia en su pueblo natal.   Tan risueñas circunstancias se vieron turbadas a los dos años de estar en la capital con la muerte de su padre, triste acontecimiento que lo obligo a ir a su pueblo donde pudo acompañar en sus postreros días a su amado progenitor y volver a ver a su madre y sus pequeños hermanos quienes mezclaban su dolor con la satisfacción de ver a Manuel Cipriano encaminado por la senda de la educación y en el trabajo.
De regreso a Caracas y bajo el peso de su aflicción reanudo su aprendizaje y su trabajo. Coronó al fin sus estudios en el famoso plantel con tan halagadores resultados que su último año, gano la medalla de aplicación que anualmente otorgaba el Colegio al mejor de los alumnos, presea que, en medio de una concurrencia desbordante, puso en su pecho el mismo General Guzmán Blanco y que el niño recibió visiblemente emocionado. En esa misma ocasión recibió un premio especial por un notable dibujo a la pluma representando a una hermosa figura de mujer que simbolizaba el Progreso custodiando un gran ovalo ornado de viñetas en el  que se destacaba la figura del General Guzmán.   Concluida las ceremonias de la distribución de premios, el Dr. Muñoz Tebar y el Sr. Mauco profesor de dibujo comunicaron al discípulo, todavía abrumado por las intensas emociones de aquel día, que el Presidente de la República había determinado enviarlo a Roma para que se perfeccionara en el hermoso arte de Rafael. Al ser enteradas sus tías  del proyectado viaje, se produjo en la casa de las Barrios un día de duelo. Emilia, inefable mujer, la mas joven de las hermanas quien había asumido los deberes de madre, voló casa de su hermano Don Braulio Barrios para que manifestara al General Guzmán su determinación de no dejar partir a su pupilo, alegando sus pocos años y el temor de perderlo extrañado en la remota Italia.
El joven Manuel Cipriano vio con agrado desvanecerse conforme a sus deseos aquellos propósitos. Sus proyectos eran otros. Buscaba en las bellas artes como también en la literatura y la filosofía que cultivaba con provecho, campo para la expansión de sentimientos culturales que ya apuntaban en su espíritu. Pero su vocación, fomentada y alentada por su maestro Muñoz Tebar, le inclinaba hacer estudio de las ciencias del Ingeniero. Le atraía la Física y las matemáticas. Le retenía el cielo de la patria y quizás también un idilio. Ingreso en la Universidad en el año de 1877. En aquella época era el honorable Don Manuel María Urbaneja uno de los más interesantes personajes universitarios, tenía a su cargo las cátedras de ciencias exactas, constituyendo así centro principal de ilustración de los futuros ingenieros, quienes aprovechaban no solamente sus enseñanzas en la ciencia de los números sino también en múltiples aspectos de la vida acerca de los cuales el profesor discurría intercalándolos entre los ecuaciones o las demostraciones geométricas, con un profundo sentido filosófico y con amenidad singular. Modesto, amable, y sincero a la vez, tenía el don precioso de despertar en los jóvenes estudiantes de respeto y afección. Tan parecidas cualidades adornaban desde su juventud a mi maestro que entre Don Manuel María y el discípulo se estableció al punto la más viva corriente de comprensión y simpatía.




Aquellos no eran los años en que la ingeniería pudiera proporcionar una vida holgada, solamente los muy avocados se decidían a abrazar la mezquina carrera. El curso en que ingresaba; Manuel Cipriano Pérez, estaba reducido a Albert Smith, Germán imperecedera en los anales de la cultura y la ingeniería venezolana. Para entonces nuestro maestro era ya profesor de física y empezaba a devolver a la sociedad lo que de ella había recibido. Los nuevos estudios no fueron óbice para otras actividades. Gustó siempre de los trabajos manuales. Todo universitario, decía, debía tener un oficio. Aprendió a encuadernar, hacia jaulas de veredas y alambres acerados, con arte exquisito, adquirió habilidad en la mecánica de precisión, aficiones que cultivo hasta avanzada edad. Para entonces escribió sus primeros versos de juventud. Era un calígrafo consumado. Dominó los tres idiomas Jiménez, muchos de los cuales han dejado por cierto memorias universales. Algunas de aquellas y otras ocupaciones le proporcionaban pequeñas ganancias que le permitían atender mejor a las necesidades de su madre en el lejano pueblo.
Mejorando aún más de fortuna, su tío Braulio Barrios le hizo ingresar como escribiente en la Secretaria del Congreso, donde hizo gala de su hermosa letra; así pudo darse el gusto de comprarse su primer traje de paño y un par de botas altas que cubiertas por el pantalón deben a este su forma tubular, tan de moda en petimetres de la época. En medio de estas satisfacciones se desarrollaba la intensa vida estudiantil de mi maestro, gozando de aprecio de profesores y condiscípulos por su hombría de bien, su modestia y su  actuación como sobresaliente estudiante. En el año 1881 coronó su carrera y recibió meses después en la Universidad Central con la más alta calificación, el título de Ingeniero Civil, que llevo con honor y brillantes ejecutorias en toda su vida profesional. Apenas salió de la universidad lo condecora Guzmán con la orden del Libertador.
Aquel día de su grado se congregó con numerosos amigos suyos en el antiguo Hotel Saint-Aimand para brindar por el feliz término de la carrera tesoneramente conquistado: Muñoz Tebar, Urbaneja, Ernest su profesor de botánica y sus condiscípulos: Germán Jiménez, Alberto Smith, Alfredo Ravard, y otros eran asistentes. Fueron después a su casa de Angelitos a Jesús con sus más íntimos. Cuando piso el umbral de su casa se debieron nublar sus ojos al recuerdo de aquel día de diez años atrás cuando aquel joven de frente despejada, nariz aguileña venia a pie a conquistar la vida, no, pero el día no era para tristezas.   Algo más que su grado encendía de satisfacción el corazón del maestro. Algo hondamente emotivo le conmovía: le esperaba el abrazo de su novia. En camino de ganarse un nombre y abrazado a los conocimientos iba al encuentro del amor. Un inefable fulgor de las tres supremas excelencias de la vida que proclamaba Cristóbal de Casto, el Saber, el Poder, y el Amor, cantaban en su espíritu. El mismo día convinieron en celebrar sus bodas. La noticia cundió como la pólvora entre sus relaciones. Sus más íntimos ignoraban que desde hace años se amaban Manuel Cipriano e Indalecia.



Entre sus primos los Carreño fue tal el regocijo que causo la proyectada unión, que convinieron en tomar a su cargo, el día de la ceremonia, todos los menesteres que generalmente se confían a asalariados. Manuel Antonio Carreño, Cayetano, y los más jóvenes como Teresita, Manuel Lorenzo, se esmeraron en dar a la sencilla fiesta toda brillantez.  En el futuro del maestro su unión con su prima hermana Indalecia Pérez Barrios debería influir de modo trascendental. Era hija del Capitán Don Ramón Pérez Carreño fallecido años antes y de Doña Indalecia Pérez Carvajal. Mujer dotada extraordinaria simpatía y singular inteligencia, se podía ufanar de contar entre sus ascendientes a Simón Rodríguez, (o Carreño) maestro del Libertador, a Cayetano Carreño compositor insigne, a su padre Don Ramón María, abnegado militar servidor de la República. Ninguna unión más feliz, más que unión vino a ser en su larga vida de casados “la consubstanciación de dos seres” como decía el Dr. Agustín Aveledo.
Después de 30 años de vida matrimonial desapareció de la existencia tan amada esposa, y los 30 años de vida que restaron a nuestro maestro fueron consagrados a la memoria de la compañera fiel, de su mejor amiga, de la mas abnegada de las madres.  Ya para el día de sus bodas, el maestro estaba actuando como profesional. Distintas veces intento su tío Don Braulio Barrios incorporarlo a sus actividades políticas, pero el maestro dirigiéndose con un profundo sentido vocacional por el ejercicio de su carrera, sentó plaza de ingeniero en el Ferrocarril de la Guaira a Caracas en la Sección de el Rincón a Túnel Nº 2 cuya construcción empieza. Así iniciaba su experiencia en ferrocarriles al lado de Mr. Pile aventajado ingeniero ingles y de su antiguo maestro el Dr. Jesús Muñoz Tebar. De aquí en adelante su actividad es incansable en el interesante ramo ferrocarrilero. Pasa de contratista al ferrocarril de Caracas a Petare.

II.            BIOGRAFIA BREVE Publicación de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales. Vol. XIII. Caracas, 1975,
Hizo sus estudios en la Universidad Central de Venezuela donde obtuvo el título de ingeniero civil en 1881. Comienza su actividad profesional con la construcción del Ferrocarril Caracas-La Guaira para pasar, dos años más tarde, al de Caracas-Valencia. En 1896, al servicio del Ministerio de Obras Públicas, se ocupa de estudiar los puertos de La Guaira y Macuro. En el año 1905 gana el concurso abierto por el Gobierno Nacional para el monumento a ser erigido en el Campo de Carabobo y luego es llamado por el Gobierno de Panamá para dirigir la comisión encargada del deslinde de la Zona del Canal. Por la misma época, en Costa Rica, construye el Ferrocarril de San José al Pacífico. En 1910 integra la Comisión Científica Exploradora del Oriente de Venezuela y después realiza diversos trabajos relacionados con obras marítimas y portuarias. Entre 1917 y 1919 actúa como cartógrafo de la comisión que discutió en Ginebra los límites con Colombia. Posteriormente interviene en el proyecto para el acueducto de Caracas y en la formulación de un plan de los trabajos necesarios para asegurar la navegación por la Barra de Maracaibo. 



En el Ministerio de Obras Públicas, a más de proyectista y director de obras, se desempeñó como director de Edificios y Ornato de Poblaciones, director de Vías de Comunicación y Acueductos y director de la Sala Técnica. A partir de 1934 fue asesor de ese despacho. En el Ministerio de Hacienda ocupó el cargo de fiscal especial de las Salinas de la República y en el Ministerio de Relaciones Exteriores fue jefe de la Comisión de Límites con Colombia. En la Universidad Central de Venezuela, entre 1922 y 1926, regenta las cátedras de Álgebra Superior, Geometría Analítica, Cálculo Diferencial y Puentes y Viaductos. A partir de 1932 sólo enseña Geometría Analítica y Puentes y Viaductos hasta 1936, año de su retiro. En 1933 fue nombrado Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales habiéndole sido asignado el SILLÓN XVII. Fue autor de numerosos trabajos, estudios e informes relacionados con sus actividades profesionales los cuales tuvieron cabida principalmente en la Revista Técnica del Ministerio de Obras Públicas y en la Revista del Colegio de ingenieros de Venezuela. Entre las obras que publicó separadamente cabe mencionar: Vocabulario del dialecto guahibo del Vichada, La Fuerza del Viento y Contribución al estudio de las mareas en costas venezolanas, notable trabajo basado en observaciones que él mismo hiciera. 



En 1883 fue condecorado con el Busto del Libertador en el grado de Comendador y en 1934 le fue conferida la Medalla de Instrucción Pública. En homenajes póstumos, su nombre fue inscrito en la Galería de Colegiados Ilustres del Colegio de Ingenieros de Venezuela y esta misma Institución creó en 1945 el Premio Manuel Cipriano Pérez a ser otorgado a estudiantes que se hayan distinguido en las ciencias y artes de la ingeniería. En la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, en el año 1969, fue develado un busto suyo.
REFERENCIAS SANTIAGO HERNÁNDEZ RON. Biografía del Doctor Manuel Cipriano Pérez. Publicación de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales. Vol. XIII. Caracas, 1975, 152 págs. SANTIAGO HERNÁNDEZ RON. Palabras pronunciadas en el Colegio de Ingenieros de Venezuela el 9 de enero de 1958. Revista del Colegio de Ingenieros de Venezuela, Nº 262. Caracas, 1958, pp. 5-6. Fuente: Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, Fundación Polar Datos Históricos y Biográficos, José María Carrillo, Caracas, Venezuela, 2003


III.           MANUEL CIPRIANO PEREZ, VISTO POR EL CRONISTA DE TURMERO EN SU LIBRO SEMBLANZA EMOCIONAL DE MI PUEBLO.

DR. MANUEL CIPRIANO PÉREZ EMINENTE PROFESIONAL
En la vida, nadie sabe lo que podría suceder. Siempre las cosas pareciese que vinieran al azar, por simples coincidencias; claro, si no fuese así, cada cual podría leer su futuro apoyándose en la conocida bola de cristal o a través del pensamiento, para de esa manera enmendar entuertos y alcanzar directamente la felicidad, evitando los problemas.
Los accidentes y penalidades, cuando se enfrentan a tiempo y algunas veces al menos, pueden cambiar totalmente la vida, dirigiéndola por suerte hacia senderos rectos que permiten alcanzar logros y paliar los sinsabores sufridos. De esa manera se logra descansar de los embates de la vida y de las calamidades, tal vez sin buscarlo como un fin, obteniendo un descanso espiritual que redunda en el bien propio, en el familiar y quien sabe si hasta para el país.
Una de esas circunstancias imprevistas cambió el rumbo en la vida del niño Manuel Cipriano, cuando su padre enfermo, medio ciego, acosado por las persecuciones políticas disfrazadas por sus autores demagógicos, decide llevarlo a Puerto Cabello y ponerlo a trabajar como empleado en una casa de víveres, alejándolo del cansancio improductivo del buscar la leña, el agua y otros menesteres propios de la ayuda en el hogar de entonces.
Pernoctando en Valencia en el hogar de la familia Santamaría, quienes tenían a su padre en alta estima, lograron convencer al señor Pérez Arana, para que en lugar de meter a su hijo a comerciante, lo enviase a estudiar a Caracas, proposición aceptada con júbilo y complacencia por parte del niño.
Embarcó rumbo a la capital de la república en una carreta de tracción animal cargada de frutos, en jugada del destino que le daría la oportunidad de su vida, al transformarse con el tiempo, en un respetado profesional universitario.



En 1.871 fue su traslado a Caracas. Hospedóse en la casa de su tío Don Braulio Barrios, notable hombre público, filólogo, escritor, poeta, nacido en Turmero y sempiterno Secretario del Congreso Nacional durante los mandatos del “Ilustre Americano” General Antonio Guzmán Blanco. Don Braulio de inmediato lo inscribió en la Escuela “Guzmán Blanco”, la mejor y la más acreditada de Caracas y dirigida por el Ingeniero Jesús Muñoz Tebar, de extraordinaria recordación. Concluyó allí sus estudios de primaria y secundaria y en 1.875 se inscribió en la Universidad Central de Venezuela en la carrera de Ingeniería, tal vez influenciado por la personalidad y la brillante enseñanza impartida por el Dr. Muñoz Tebar en los tiempos en que le tocó ser su discípulo en el cuarto año de bachillerato.
Por recomendación de su tío Braulio recibió el nombramiento en 1.877 de Oficial de la Secretaría de la Cámara del Senado, lo que le permitió aliviar notablemente a su tío de la ayuda que le daba.
En 1.880 la Universidad le otorgó el título de Bachiller, en Octubre el de Agrimensor y en noviembre del mismo año presenta su examen integral graduándose de Ingeniero. Curiosamente su promoción la integraron seis compañeros quienes posteriormente resultaron notables Ingenieros, como lo fueran Germán Jiménez, Alberto Smith, Rafael Silveira, Esteban Lugo y Alfredo Ravard.
A Manuel Cipriano no le gustaba perder tiempo y mientras cursaba Ingeniería, se matriculó en la misma Universidad en las clases de Alemán, Historia Universal, Botánica y Zoología, lo cual nos indica el grado de interés que tenía en el estudio, lo cual sumado a un voraz deseo de aprender terminó al final, brindándole alta relevancia intelectual, dado su muy elevado nivel en el aspecto cultural.
“Toda su vida profesional de 54 años la pasó trabajando incansablemente tanto en la oficina, como director de obras y trabajos, verificando estudios, en comisiones, proyectando obras, ejerciendo así en la mayoría de las ramas de la Ingeniería: Puentes y viaductos, carreteras y ferrocarriles, topografía y astronomía, puertos, muelles, edificios, acueductos, etc..., demostrando en todas ellas sus profundos conocimientos y gran competencia. Fue considerado, con razón, una autoridad en ferrocarriles, puertos, muelles y puentes”, así se expresa de él el Dr. Santiago Hernández Ron.
Como profesor en la Universidad Central tuvo el Dr. Pérez una brillante, larga y fructífera actuación.
En 1.895 se ganó el Primer Concurso abierto por el gobierno para el Monumento de Carabobo a erigirse en ese campo, superando a los bocetos presentados por dos de nuestros mejores escultores: Andrés Pérez Mujica y Lorenzo González.




Laboró con éxito en Costa Rica y en Panamá, sobre todo en la construcción del Canal.
Estas cortas líneas resumen en apretada síntesis, los rasgos de un eminente ciudadano poseedor de una muy extensa obra de amplios beneficios para el país, que parecía señalado por el destino, para ser ayudante de comercio en Puerto Cabello.
Ejemplar profesional nacido en Turmero el 16 de Diciembre de 1.860, fueron sus padres Don José Bernardo Pérez Arana y Doña Mercedes Carvajal, unidos en matrimonio en el año de 1.850 y procedente de familias españolas residenciadas en Turmero entre los años de 1.800 a 1.810. De esa unión conyugal nacieron seis vástagos, tres hembras y tres varones, siendo Manuel Cipriano el mayor de estos últimos.
Su infancia la pasó en Turmero y en el Estado Carabobo. Sobre todo en su pueblo, puesto que su padre era dueño de las haciendas “El Mácaro” y “El Rosario”, donde actualmente están ubicados el Centro de Capacitación Docente “El Mácaro” y la “Escuela Práctica de Agricultura La Providencia, respectivamente.
Según el Dr. Santiago Hernández Ron, a quien consultamos para la elaboración de este trabajo y quien recogió de los propios labios del Dr. Manuel Cipriano Pérez mucha información sobre su extensa obra, éste era “... flaco, magro, pequeño, eran notables en él su agilidad corporal y su penetrante y viva mirada que fijaba en uno por encima de los anteojos que bajaba y colocaba al final de su larga nariz. Siempre estaba de buen humor y alegre, tanto en la Cátedra como fuera de ella, salpicando sus conversaciones con oportunas anécdotas o chistes de buen gusto. Era simpático, bondadoso y servicial, cualidades que demostraba siempre y por eso se veía rodeado continuamente de colegas, discípulos y amigos, deseosos de escucharlo”.
Fue fundador, junto con otros colegas suyos, de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, y a la entrada de la misma, en el Palacio de las Academias, en el antiguo Paraninfo de la Universidad Central de Venezuela, está el busto del Dr. Pérez.
Semblanza Emocional de mi Pueblo 107
A los dos años de haberse graduado y ya trabajando, el 26 de marzo de 1.883 se unió en matrimonio en la Iglesia de San Juan en Caracas, la popular parroquia del mismo nombre, con la distinguida señorita Indalecia Barrios Rodríguez, prima suya y turmereña como su esposo.


DERECHO DE AUTOR

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1 comentario:

Luis Manuel Pérez dijo...

Veo con beneplácito la publicación de este post. Quisiera saber si tiene algún vínculo familiar con nosotros.

Saludos