domingo, 9 de agosto de 2015

EL INMIGRANTE- DESDE LA ISLA BONITA - POR NESTOR GERMAN RODRIGUEZ


EL INMIGRANTE- DESDE LA ISLA BONITA



Dedicatoria
A la memoria de mis Abuelos maternos que vinieron a estas tierras en busca de progreso y bienestar. Acá dejaron sus esfuerzos y su trabajo, dejaron unos descendientes y también dejaron sus cuerpos sembrados en estos fértiles valles.


ADVERTENCIA:
Los hechos narrados no corresponden a una realidad específica.

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EL INMIGRANTE
DESDE LA ISLA BONITA
N.G. RODRIGUEZ
Colección Personajes




 INDICE:
 Subtitulo
 Los dueños del viento, la brisa y la niebla
 Por encima de las nubes
 Los alisios soplaban
 Vivir para trabajar
 Amor a distancia
 Progreso y bienestar


Los dueños del viento, la brisa y la niebla



Simón Felipe viajaba desde las Islas Canarias hacia América, iba cargado de ganas de trabajar y de formar una familia, una vez lograse la estabilidad laboral y económica. Atrás había dejado al amor de su vida desde la infancia misma, allá en la parte mas Noroccidental del archipiélago de las Islas Canarias, al otro lado del atlántico, en la isla Bonita, comienza la aventura del inmigrante. Sentado frente

al puerto, con dolor en el alma y en el corazón, recordaba los exuberantes bosques y extraordinarias bellezas naturales.


Sus recuerdos son tan elevados como el Roque de los Muchachos con sus peñones de origen volcánico, que se incrustan en el verdor de los montes, y sus frías aguas que corren como manantiales hacia el mar para llevar a otros continentes, su suave olor a pino canario mezclado de drago y laurel. Solo imaginarse las explosiones y los ríos de lava incandescentes que hace más de 500 años fluyeron de la montaña quemada, dan cuenta de la fortaleza de las tierras verdosas de la isla.

Con apenas 18 años de edad y con la sola experiencia de haber trabajado la tierra en su isla natal cultivando almendras, frutas, cereales, plátanos y aguacate, donde los barrancos son los dueños del viento, la brisa y la niebla.

Fueron días de incertidumbre antes del embarque de sesenta y ocho isleños en el muelle de Santa Cruz de Tenerife con destino a América por la ruta colonial, directa a La Guaira-Venezuela, en el Vapor “La Ibérica”. El viaje no era clandestino, llevaba el certificado de trabajo para tareas agrícolas y los documentos en regla. Con los contactos de su Padre había conseguido la autorización, la verdad es que estaban a punto de ser reclutados para la guerra, tenían que salir de la Isla para no cumplir el servicio militar de dos años y medio, eso atemorizaba a todos los pobladores.

La pobreza los obligaba a tomar decisiones audaces como esta y lo hicieron. Simón Felipe cargaba en su mochila tres mudas apenas y la arropa para aguantar las heladas aguas profundas bajo el vaivén de las olas marinas. Llevaba adicionalmente unas raciones de comida. En varios grupos fueron trasladados hasta el buque colocado a cierta distancia en la línea de atraque.

Se iniciaba una aventura al nuevo continente. Simón Felipe estaba acompañado de su primo José Francisco que tenía dos años más de edad, juntos se ubicaron para pasar la travesía del Atlántico. De momentos pensaba en lo que dejaba y apenas se imaginaba en lo que encontraría.

De muchacho asistió como todo niño a la casa de Doña Esperanza para aprender las lecciones elementales para la lectura y la aritmética, ayudado por la preparación religiosa en la Iglesia de San Mauro Abad avanzó en sus estudios. La mayor parte del tiempo caminaba por los bosques de El Fayal donde las gotas del rocío arropaban flores y plantas húmedas, mientras los rayos de sol se colaban entre los árboles hasta encontrar una rendija para darle vida a una flora endémica variada.

Desde el amanecer hasta la noche vivía en compañía de su familia. Sus padres dedicados al hogar y al trabajo, en sus ratos libres lo ocupaban en las tareas artesanales en un telar tradicional en las labores manuales de la urdimbre y la trama del lino y la lana, también trabajaban la cerámica con el volcánico barro palmero amasado con arena para la elaboración de piezas utilitarias de uso cotidiano. Las fiestas tradicionales de Navidad y de La Candelaria animaban entre bailes y verbenas el avance del tiempo en aquellos acantilados del norte. El recuerdo más inquietante de aquel joven aventurero y arriesgado lo constituía su amada novia Juanita.

Por encima de las nubes

Juanita era una joven palmera de 15 años, que observaba aquella mañana el cielo por encima de las nubes en medio de las lluvias costeras. Ella sabía que su compañero de vida zarpaba aquel día en busca de nuevos horizontes. Se había quedado esa tarde mirando el mar infinito, en algún momento tenía la ilusión de encontrarse con su adorado pretendiente. Mientras tanto enviaba un mensaje de amor eterno por medio de los vientos sobresaturados de oxigeno que soplaban hacia la América lejana.

Al caer la tarde caminaba con lágrimas en los ojos por caminos estrechos cerca de las laderas quebradas rumbo a su casa después de perder de vista la marejada. Entre bruma y niebla, donde el eco trasmitía las risas de los juegos de la infancia y las veces que correteaban por aquellos pasajes del poblado escondido.

La imaginación de aquella niña enamorada vaga por el tiempo, y siente las manos juntas y hasta la miel en los labios de aquellos besos inocentes que trasmitían el amor puro que nace del alma. Juanita se recogía lateralmente la falda para facilitar el camino y proteger su traje del roce del suelo.

La resignación y la esperanza calmaban el desespero y la soledad. Había sido criada para ser una esposa ideal, conocía las labores del hogar para emprender a corta edad la responsabilidad de una familia separada. Su mayor preocupación era como pasar tantos días sola hasta que llegase el día deseado.

Entre la lectura de los libros de poesía que guardaba su Padre en el viejo baúl como un tesoro escondido y el bordado sobre las telas que era su afición favorita, pasaría la nostalgia de los días por venir. Su habilidad para el bordado era tal que la fama era reconocida en la comunidad. Su delicadeza para bordar los motivos de relieve con puntos derechos y oblicuos, perpendiculares a los puntos del relleno formaba las flores, las hojas y las iniciales con una marca sin igual. Al llegar a su casa, Juanita busco su libro diario y comenzó a escribir la historia de su soledad.

Los alisios soplaban

Unas 2.500 millas marinas le esperaban para cruzar el océano Atlántico, la habitabilidad de la embarcación era limitada, existían tres filas de literas de 1.80 por 70 centímetros que era el espacio privado, les correspondió la litera 18, los vecinos eran parejas, una de Tenerife y otra de Las Palmas. A pesar de ser hijos del mar, sabían que la revuelta del mar, la fuerza de las olas y del viento los harían pasar momentos angustiosos.

Su Padre le había dado un libro de Historia Universal para tratar de leerlo en sus momentos de monotonía, hasta que el sueño lo venciera.

Al amanecer del primer día pudieron ver la inmensidad del mar, el azul oscuro del mismo contrastaba con el azul claro del cielo. Algunas aves se veían a lo lejos y los vientos de repente aumentaban. En las noches siguientes se sentía que el mar crecía y los alisios soplaban.

A los días, cuando pudieron ver tierra les indicaron que era la Isla de Trinidad y mas allá Venezuela, el destino.

Eran como las 4 de la tarde, allí tenían al frente de su mirada La Guaira, la inmensidad de la montaña en la parte de atrás les hacia vislumbrar que habían llegado a la Tierra de Gracia, Venezuela. Era la tierra promisoria, el petróleo se había revaluado después del auge industrial. De los años de incertidumbre de la guerra federal entraban a los años de la esperanza. Pisaron por primera vez la tierra de Simón Bolívar, El Libertador. Las hazañas de aquel Hombre habían traspasado las fronteras.

Con la mirada en alto y con el pasaporte en la mano con su primo José Francisco, iban riendo hacia la conquista del futuro. Ingresaron como residenciados, tenían la referencia de su tío Juan Eduardo Pérez Martín, que trabajaba en labores de agricultura en la región de Barlovento y llegaron como contratados para las labores del campo.

Muchos otros coterráneos llegaron de Canarias en expediciones de veleros en viajes clandestinos. El tío Juan Eduardo les estaba esperando y viajaron hasta Caracas por el camino de los españoles, subiendo el cerro el Ávila por una zona fría y de grandes plantaciones. Al llegar a la capital el tío los monto en un autobús para dirigirlos al centro del país, a una gran hacienda de cultivo de caña de azúcar ubicada en los Valles de Aragua. El objetivo era establecerse para luego trasladar a sus familiares cercanos. Los recibió en la hacienda “La Moraleja” en la ciudad histórica de La Victoria, Don José Rafael De La Fuente, el propietario de la finca, fueron ubicados en la casa de los peones en un caserío cercano del Buen Consejo.

Vivir para trabajar

Como era fin de semana pudieron descansar dos días y el mismo lunes estaban cortando caña de azúcar, con machete en mano iniciaron la jornada, salieron a trabajar a las 4 de mañana. Después de quemado el cañaveral, se cortaba la caña para ser cargados por peones para trasladarlo al Central Azucarero para procesarla y elaborar sus derivados.

No había pasado un mes de la llegada cuando comenzaron a averiguar como hacían para tener su finca propia, se iniciaban algunos planes de la reforma agraria y se construían colonias agrícolas en este país de las oportunidades.

Del corte pasaron a la siembra, conocieron los secretos del cultivo desde la preparación del terreno hasta la surquería, el riego y la fertilización.

Trabajaron corrido durante dos zafras y enviaban religiosamente sus remesas de dinero para sus padres. José Francisco fue nombrado capataz de la Hacienda, se había enamorado de María Luisa, la hija de Don José Rafael. Simón Felipe fungía de asistente del Patrón.

Simón Felipe intercambiaba cartas de manera constante con su amada Juanita, mantenían una relación como en el principio. Las correspondencias eran escritas con emoción y pasión, Simón Felipe escribía sus cartas cuando la tarde caía, acostumbraba sentarse cerca de la acequia, debajo del cambural. Había solicitado a los Padres de Juanita su intención de contraer matrimonio. Una probabilidad es que Simón Felipe regresará para contraer nupcias, pero prevalecía la posibilidad de casarse por Poder o que Juanita viniera acompañada de la madre de José Francisco.

Amor a distancia

En unión de sus familiares Juanita acudió a la Iglesia Nuestra Señora de Candelaria en su pueblo natal el mismo día que Simón Felipe hacia lo propio junto a familiares y amigos en la Iglesia del Buen Consejo.

Con el canto del Ave María de fondo y ante el asombro de participantes que miraban unos a otros preguntando por la novia o por el novio, se realizó esta boda atípica, se casaron por poder.

No había pasado un mes y Juanita arribaba a La Guaira, al pisar tierra salió corriendo hacia Simón Felipe que la esperaba con los brazos abiertos, se abrazaron y besaron en pleno muelle ante la mirada perpleja de decenas de personas. La sorpresa se la llevo Juanita cuando Simón Felipe le dijo que tenían casa propia otorgada bajo el programa de Reforma Agraria. Aquella misma noche llegaron todos a la Parcela 4 ubicada en la Colonia Agrícola de Guayabita. Juanita y Simón Felipe iniciaban una luna de miel diferida. Ella trajo consigo todas las correspondencias de los últimos meses y su libro diario como testimonio de un amor a distancia.

Allí estaban reunidos familiares y amigos cercanos, disfrutaron hasta la media noche, cuando se retiraron a descansar. Juanita quería saber todas las vivencias de Simón Felipe en esta su nueva patria, y Simón Felipe no cesaba de preguntar por su gente y su terruño.

Al día siguiente acudieron a la Capilla de la Virgen del Carmen ubicada a un kilómetro de distancia. El sacerdote los esperaba y bendijo su unión matrimonial. Por la tarde María José tuvo que leerle a Simón Felipe su Diario de 27 meses de soledad donde las palabras del amor estaban llenas de romanticismo y de ilusiones. Diez meses después de aquel inicio de vida matrimonial ya había nacido el primer hijo de aquella familia de inmigrantes que forjaba su futuro en base al trabajo y al amor por la tierra.

Progreso y bienestar

La parcela adjudicada tenía seis hectáreas, la mitad se sembraría de caña de azúcar mediante el subsidio del Central Azucarero y el crédito otorgado incluía las semillas y los implementos agrícolas para sembrar el resto de las hectáreas. Antes que cantara el gallo ya Simón Felipe y Juanita estaban levantados, ella le llevaba el desayuno a donde estuviese, las labores del campo continuaban corrido hasta el mediodía. A esa hora, a Simón Felipe le gustaba comer un buen hervido de gallina con las verduras y las presas separadas del caldo. Después de la siesta obligada, venían las tareas de mantenimiento y preparación para la comercialización.

Simón Felipe progreso rápidamente, el esfuerzo del trabajo permitió una expansión hacia la comercialización de productos en los mercados de la capital, pronto conformó una flota de transporte y tuvo que pensar en alquilar y mas tarde comprar un galpón. Así como crecía la familia crecían los negocios. Todo cambio para aquella familia, sus hijos se integraron a la sociedad y se fundieron las nacionalidades. Los Inmigrantes se convirtieron en ciudadanos de respeto y admiración. Fueron buenos patrones y mejores amigos.

Que Dios bendiga el día que llegaron para quedarse entre nosotros.

Fin




Colección Personal
Dedicado a escribir ensayos, cuentos, memorias, biografías, relatos y crónicas.
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     LA COLECCIÓN:

1.     El Inmigrante
2.     El Soberbio Dragón
3.     La Casa de Dios
4.     Crónica Estudiantil

Turmero,  Febrero de 2011


DERECHO DE AUTOR


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